1. Introducción
“Si propones ese nombre, desde el día antes voy a estar con la mano levantada”. Resonó con fuerza la voz grave del edil Roberto “Pancho” González, en los pasillos de la Junta Departamental de Rocha. Desde la Junta Local de Velázquez, la que tenía el honor de presidir, se había enviado un planteo con la propuesta de diversos ciudadanos de la villa para hacer un nomenclátor y me correspondía visitar las diferentes bancadas para obtener el apoyo a la propuesta y así dar una rápida respuesta al planteamiento que contaba con el aval del Sr. Intendente quien se aprestaba a enviar el mensaje. Eran los inicios de 1998.
Pero quien motivaba a “Pancho” González a dar semejante expresión de júbilo, era nada más y nada menos que un entrañable amigo suyo, fallecido en Rocha unos años atrás, donde vivió el último tramo de su vida: “El Capitán” Artigas Graña. Quienes conocieron a “Pancho” pensarán sin duda que el homenajeado era un hombre del Partido Nacional y por eso se manifestaba así; pero no, el “Capitán” Graña era colorado, de nacimiento, al igual que la mayoría de su numerosa prole.
La pequeña historia de las comunidades está conformada por la historia de sus ciudadanos que tejen el entramado de la vida comunitaria. No son héroes ni grandes personajes a la altura de la historia nacional; pero dejan indeleble huella en la memoria colectiva. “El Capitán” fue uno de ellos.
2. Datos biográficos
Su nombre era Artigas Emeterio Graña Velázquez; habiendo sido procreado por Antonio Graña y Ramona Velázquez, ésta hija del fundador de la Villa Velázquez, Don Luciano Velázquez.
Había sido el séptimo hijo de una prole de diez, naciendo el 3 de marzo de 1903. “Capitán” era un sobrenombre familiar, aunque después con el correr de los años mucha gente creyó que respondía a un pretérito grado militar.
Se casó Orfilia Vitabar con quién tuvo una amplia descendencia: Gilma, “Pipo”, Hortensia, Aesio (“Yeyo”) , Alpina, Inés y Roque.
Falleció el 9 de setiembre de 1992 a los 89 años de edad.
A pesar de su escasa instrucción tenía una importante capacidad de lectura y mucha rapidez matemática. A los 37 años le extirparon el riñón izquierdo lo que lo dejó desvalido para tareas rudas del campo, pero con el fiel sostén de su esposa, pudo superar este obstáculo y entre ambos llevar adelante la familia.
Fue propietario de un billar, café y bar, por su escenario pasaron artistas de la talla de Carlos Cardama de Minas, el dúo Espinosa – Tello, el recitador Hugo Beltrán, el payador Clodomiro Pérez y muchos más. Confiado y generoso, a los pocos años lo vendió, no siendo para él un buen negocio. Su capacidad intelectual lo llevó al oficio de rematador y con el apoyo económico de su madre y la asistencia profesional del Dr. Munúa, obtuvo el título de Rematador, a fines de la década de 1940.
Debutó como rematador con una penca organizada por Victor Larrosa (p), en la que se apostó mucho dinero. Fue el punto de partida para una carrera, que alternó con las pencas, liquidaciones de estancias, establecimientos de todo tipo, incluyendo remates de campos. Acostumbraba a recorrer los caminos abruptos de la zona en un carro tirado por cuatro caballos de titularidad de Ramoncito Martínez, colocando una mesa atrás atravesada que le daba mucha utilidad al hacer de oficina móvil en cada remate. Con el tiempo, con mejores caminos, igual iba en un carromato al que llamaba “chancho” que manejaba su propietario “Chiche” Medeiros. Otras veces, iba en ómnibus y lo esperaba un tractor para que lo trasladara a la reunión, especialmente cuando las almonedas eran en el paraje “El chimango” o “Picada de Marica Acosta”.
Tenía un gran sentido del humor, pero era de carácter rígido y más en el marco de su profesión. Tenía un gran repertorio de dichos y muletillas que utilizaba en los remates y que eran parte de su propia personalidad.
Hidalgo y respetuoso más allá de su pasión política, lo demostró siempre en todas sus actitudes. Especialmente cuando se enteró que su hijo mayor tomaba la senda opuesta a su ideología, que aceptó con su hombría de bien.
3. El showman
A mediados del S. XX los remates eran un lugar de encuentro social donde se conjuntaban los interesados y potenciales compradores; con un cúmulo de curiosos que hacían relaciones públicas, proseaban, mateaban, chusmeaban quién compraba tal o cual cosa, cuanto se pagaba por algo, etc. Muchas veces los remates si eran de importancia tenían servicio de cantina y ello agrandaba el marco de concurrentes. Eran un acto de solaz colectivo indudable.
A fines de la década del 50 e inicio de la del 60 del pasado siglo, la novel villa de Velázquez era escenario entre otras cosas, de importantes pencas de caballos que venían desde diversas localidades del departamento así como de departamentos vecinos. Mi padre habitualmente organizaba esas competencias y fue donde yo conocí al historiado siendo niño.
Pero no solo remataba pencas sino que también mensualmente hacia remate de las más diversas variedades, de muebles a frutas, de animales a vajilla. Fue un pionero. Es de imaginarse una niñez en Velázquez por aquellos años; algún juego en la escuela, cine cada dos o tres meses, escuchar la radio y alguna cosa extra como diversión; ¡el Capitán vaya si lo era!.
Los niños, en cantidades importantes, llegábamos a veces a ser más de cincuenta, nos sentábamos frente a donde él iba a realizar el remate. Era pintoresco verlo llegar impecablemente vestido, de traje, a veces corbata, casi siempre con su cerril golilla colorada, gabardina a la rodilla e infaltable sombrero de vestir.
Recuerdo claramente algo que me relacionó Juan Shaban, – hijo de Luis, el turco que se afincó en 1917 y dio al novel pueblo el punto de despegue con su comercio – en ocasión de inaugurarse en nomenclátor de Velázquez: “El capitán fue el primer showman de los rematadores, buscaba la alegría en la gente y desde ahí llegar a la concreción del negocio, ¡desde la alegría!”.
Y así mismo era, iniciaba el remate dando un par de golpes con el martillo sobre lo ofrecido y quedaba quieto, de ojos cerrados, como dormitando, hasta que el primer audaz comprador ofrecía un precio, en general muy por debajo de su valor. Era el inicio del show. Golpeaba reiteradamente con fuerza su martillo gritando “¡Cómo me va a ofrecer eso!” al tiempo que se desprendía su gabardina o tiraba el sombrero en medio de gesticulaciones.
Los niños que estábamos enfrente reíamos a carcajadas, era parte de su motivación, luego elevaba las ofertas y parecía entrar en trance repitiendo la misma cifra; “diez…, diez…, diez…, diez…” ; hasta que otro audaz le gritaba: “¡Quince!” Y nuevamente gritos, sombrero al suelo, martillazos y carcajadas. De esa forma armaba el show y encendía a los ofertantes con el resultado final de obtener el mejor precio.
Utilizaba palabras o frases que han perdurado hasta hoy, por ejemplo cuando la oferta era muy superior gritaba “¡órdago!”, que en su léxico expresaba algo muy bueno, pero él como buen timbero que era, la utilizaba como que alguien apostaba todo para ganar. La usaba mucho en los remates de pencas. O el siempre recordado “¿Qué me dijiste, mijo?”, haciéndose el sordo ante una oferta poco interesante, la repetía constantemente hasta obtener un precio más justo.
4. Un recuerdo en décimas
En el libro “Relatos contemporáneos sobre perros y caballos”, de autoría de uno de sus hijos, Aesio Graña, éste describe en décimas gran parte de la vida del “Capitán”. Rescatamos una que nos pareció interesante pues habla de la organización de una penca cuadrera muy típica de aquellos tiempos.
“Cap. II. LA ORGANIZACIÓN
En la pulpería enrejada / recuerdo a gauchos tomando / el escabio iba creando / una penca organizada / con lenguas algo trabadas / este diálogo se encara: / “Con mi zaino malacara / le gano a tu colorado / pero yo con mi tostado / no aflojo en seiscientas varas
Don Victor en un rincón / atento con la mirada / esperaba la “bolada” / de ser organizador. / Sigue la conversación / y ante el mismo se presentan: / “Queremos tenerlo en cuenta”; / -dijo uno de los paisanos /-“Usted es el más baquiano / para organizar la penca”
Con un buen rematador / es conveniente empezar. / No hay duda que al “ Capitán” / lo prefiero por mejor. / Muy serio y trabajador / y querido por la gente / rematador competente / de pencas conocedor / el contrato en borrador / lo escribe en papel florete.
Tres pingos al empezar / no es cantidad suficiente, / pues hay que tener presente / que más de un terno hay que armar / diligente hay que arrancar / tratando de ser primero / rápido, con mucho esmero / Víctor salió en recorrida / con atención precavida / eligió pingos cuadreros.
Series no se llamarán / ni turno, par o cuaterno / los gauchos decían terno / sin pensar en cantidad / en campaña o en ciudad / más por dinero que honores: / de los ternos los mejores / buscarán meta triunfal / disputando la final / entre pingos ganadores.
Reunió caballos ligeros / sin fijarse en la distancia /con la penca de importancia / si eran buenos parejeros / el quilaje es el sendero / para equilibrar las chances / una ventaja oscilante / permitía emparejar / debiéndose consultar / a los que firmaron antes.
La parada era un deber / con cifra muy elevada / quedándose asegurada / la obligación de correr / debiéndose proceder / en forma condicionada / garantiza la parada / con multa que prevenía / que el pingo que no corría / pagaba suma pactada.
En la marca era el cuidado / a que la cautela empuja / atentos a que una bruja / no se metiera tapado / debía estar informado / constantemente observado / de a poco se iba aumentando / con caballos y con yeguas / permanente sin dar tregua / se continuaba invitando.
Si la penca está firmada / con número suficiente / aún con los dueños ausentes / la tarea es terminada / en forma documentada / con seis o siete anotados / tiene valor lo acordado / si el permiso se le suma / con tinta común y pluma / se escribe en papel sellado
Se entrega en comisaría / con timbres aquel papel / y como manda la ley / la fiesta se percibía / buen momento el que vivía / Víctor con tranquilidad / pasaba a la autoridad / radicada en jefatura / que con racional premura / se espera autorizará. (…)
5. Cuando una calle es justicia
Participé en la elaboración del nomenclátor de Velázquez, fueron muchos los nombres propuestos, pero unánimes solo algunos. Me tocó en suerte proponer su nombre y al comenzar a argumentar me interrumpió Don Dionisio Hernández (“Coco”), hombre de reconocida filiación nacionalista y me dijo: “Lo conocemos más que tú, él está fuera de discusión, vamos a ver a los otros…”.
La calle N° 18 lleva para la posteridad su nombre, fue en ella donde tuvo su negocio y la casa en la cual vivió. Ella y sus dichos eternizaran su nombre.
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