Por Jesús Perdomo
“¿Qué es aquello que relumbra
como si fuera oro fino?
¡Son los blancos de India Muerta,
que vienen con Bernardino! (1)
Sumario: 1. La pulpería – 2. El inglés del monito – 3. La sombra de Oribe – 4. Mueran los salvajes unitarios – 5. Los cuatro tigres – 6. Floreos de nobleza
1. La pulpería
Esta noche la Pulpería del Paso de Castillos revienta de parroquianos. Como es 2 de Mayo, festividad española, los paisanos del pago han venido a saludarlo al dueño, el gallego Manuel Villasuso.
No podían faltar los “de la casa”, Jesús Olivera, Aniceto Soba, Primitivo Cabrera, los hermanos negros Saturno y Román Santos.
El pobre gallego se ha visto obligado a retribuir los saludos con una vuelta de ginebra para todos, claro, ¡de garrón! La jarana es general…
Entretanto, algo allá afuera le está tirando a la tenue luz, apadrinado entre los pingos de los hermanos de los Santos, está sujeto un flete lobuno tapado. El ojo de lince y penquero de don Jesús lo ficha enseguida: está viendo un soberbio parejero, le brillan los ojos cuando se dirige a Saturno Santos.
-¿Pa´ánde llevas ese mancarrón, ché sucio?
– Vamos a correrlo mañana en la penca ´e la India Muerta.
– ¿En la Pulpería de Bernardino Olid?
– Ahí mesmo – asiente Saturno – ¡Muy güenas pencas esas ´e los Olises!
– ¡Cosa superior, sin despereciar! – aprueba don Jesús- ¿Quién se iba a figurar que cruzando indio con gringo, pudiera salir cristiano como la gente?
“Se llamó José Velázquez y era indio. Indio tape de Santa Fe. Se estanció, como se decía antes, en campos de la India Muerta desde 1785. Y, en el escrito de denuncia del campo, manifiesta ser ´soldado de las milicias de Santa Fe´.
Los santafecinos fueron la avanzada en la explotación del cuerpo y el sebo, a principios del siglo XVIII, en todo el Río de la Plata.
Una vez tasado el campo denunciado por el indio Velázquez en Buenos Aires, se sacó a remate. Don José Velázquez ofrece dos pesos más que la base de ciento veinte pesos y compra todas las cuchillas de la India Muerta por ciento veintidós pesos (…)
Debió ser buen padre de familia este indio José Velázquez, a juzgar por la estabilidad que le dio, al punto que sus descendientes se mantuvieron en estas tierras por muchas generaciones y uno de ellos, Luciano Velázquez, fundó un Pueblo que mantiene, en su nombre, el recuerdo de aquel soldado indio santafecino…” (2)
2. El inglés del monito
-¿Cómo es eso ´e la cruza entre indio y gringo? – inquirió Saturno Santos.
– Justo… – responde don Jesús- El famoso gringo del mono. ¡Menudo alboroto el dichoso mono en la India Muerta!
– ¡Cuente, cuente, don! – se entusiasma el gurí Román Santos.
– Así jué, nomás… una tarde estaba el indio Velázquez amarguiando sentao abajo ´el alero. En eso, ve venir por las sierras a un cristiano de a pie. ¡Daba lástima el hombre! Todo zaparrastroso, no le quedaba pilcha sana en el cuerpo. Cuando llegó a las casas, empezó a manotiar como un diablo y ¡pegaba unos gritos en una idioma que naides entendía!
– ¿Y el mono? – apuró el negrito Román.
– ¡Espera, che sucio! – bramó don Jesús – Clavao que era gringo-nación el hombre; pero lo más asombroso era el bicho aquel. ¡Los Velázquez nunca habían visto cosa igual! El gringo lo traía al mono colgao del hombro y, cuando el hombre hablaba, el mono chillaba. De repente le venían unos loqueos ´e saltos y morisquetas, que eran cosa ´e ver. A la final, como Dios los ayudó, entendieron que aquel cristiano venía buscando querencia en lo ´el Indio Velázquez.
– ¿Y de ande había salido el gringo con el mono? – averigua Cabrera.
“Según la tradición de la familia Olid, llegó a la estancia del indio José Velázquez un náufrago nativo del condado de Sussex, Inglaterra, que había ganado la costa a nado llevando en sus hombros un monito.
¿Soldado inglés desertado de las invasiones inglesas de 1806?, ¿simple pasajero naufragado de alguna goleta, como tantos otros forzados inmigrantes de la costa rochense? Nunca se supo.
Lo cierto es que el inglés del monito obtuvo la aceptación de María Candelaria Velázquez a sus requerimientos amorosos, a pesar del pésimo castellano que hablaría.
El náufrago inglés se llamaba William Olley, apellido que los curas y sus mismos descendientes transformaron primero en Ollit y finalmente en Olid.
De la unión de María Candelaria Velázquez con William Olley nació el 16 de julio de 1814, el caudillo blanco de la época del Presidente Berro, Bernardino de la Cruz Olid.
A su vez, Bernardino casó con una dama de las primeras familias rochenses, doña Braulia del Puerto, parienta muy cercana del Ministro de Real Hacienda de Maldonado, don Rafael Pérez del Puerto.
Una hija de este matrimonio, Ventura Olid Del Puerto, contrajo enlace con el Dr. Constancio Vigil, progenitor del célebre periodista, editor y pensador, orgullo de Rocha, don Constancio C. Vigil…” (2)
3. La sombra de Oribe
Mozo de 14 años, Bernardino Olid ingresó al Ejército patriota. Corría 1828, cuando, por la Convención Preliminar de Paz, se estaba gestando el Estado Oriental del Uruguay.
Vivaracho y valiente, Bernardino escaló grados militares rápidamente.
Además del Estado Oriental, por esos años también estaban naciendo las dos divisas – colorada y blanca -, nucleamientos en torno a los caudillos Frutos Rivera y Manuel Oribe. A este último ofreció su brazo guerrero Bernardino Olid, acompañándolo en las buenas y en las malas, como sombra inseparable.
Entonces llegó el 1836, con la sublevación de Rivera contra el presidente Oribe. Olid tuvo su bautismo de fuego, y como blanco-oribista, en Carpintería, y dos años más tarde, cuando Manuel Oribe se vio forzado a la “resignación” de la Presidencia exiliándose en Argentina, Bernardino Olid no vaciló: acompañó a su jefe y caudillo en desgracia.
Allí, mimetizados los orientales con las fuerzas federales de Rosas, socio de Oribe, nuestro guerrero de la India Muerta participó en incontables topadas contra fuerzas unitarias. Lamentablemente, junto con muestras de valor, en esa campaña a Olid se le adjudican, también, hechos de muy dura crueldad.
En 1843 Manuel Oribe, reforzado con escuadrones federales rosistas, volvió a cruzar el río Uruguay, llegando a la unitaria y colorada Montevideo y poniéndole sitio. Es una larga etapa de años: es el llamado Sitio Grande.
– Jué en el Sitio Grande- dice el negro Saturno Santos- cuando hice el viaje más cumba que recuerdo. Tábamos en las Minas a la orden del Comandante Pancho de los Santos y él mesmo nos condució hasta cerca ´e Montevideo pa´ formar en el Ejército sitiador oribista.
– ¿Cómo jué eso?
– Don Manuel Oribe ordenó la libertá pa´ la morenada esclava. Eso sí, los varones debíamos dentrar al Ejército.
– ¡No daba puntada sin hilo ese Oribe!… – se chacoteó el Primitivo.
– Si, pero los contrarios, los coloraos, eran piores…- corrigió Saturno- Vas a ver. El Comandante de los Santos podería habernos mandao al campamento sitiador encargaos a un sargento cualquiera. No, señor. Se molestó en dir el mesmo con nosotros tres, pa´ entregarnos personalmente a Oribe. En mano propia, si señor…
– ¿Cuáles tres?
– Mis dos hermanos Cirilo, Román y yo. Es que, pal Comandante Francisco Santos ¡éramos como hijos!..
– ¿Francisco, el chasque de Artigas?
– El mesmo…
4. “¡Mueran los salvajes unitarios!”
Bernardino Olid permaneció fiel a Manuel Oribe durante todo el Sitio Grande, hasta la Paz del 8 de Octubre de 1851. Fue hombre del Cerrito.
Por breve tiempo ejerció de Comandante en la Fortaleza de Sta. Teresa, por entonces estratégico puesto aduanero.
Derrotó en San Carlos, en 1846, al colorado Fortunato Silva, el “mimoso” de Rivera, “lo que aumentó verticalmente su prestigio militar en el Este, convirtiéndolo en Caudillo…” (3)
Ya antes, en 1845, Bernardino Olid con grado de Tte. Coronel, había sido estratega valioso en la Batalla de India Muerta – la segunda -, resultando derrotado Rivera y triunfador el federal Urquiza.
– En ese pago ´e la India Muerta- inquiere Soba- ¿Rivera no tenía compinches colorados?
– Se sabe… Pavadita ´e compinches! Melitón, Gabino y Carlos de los Santos, coloraos todos… Nada menos que los hijos ´e Francisco de los Santos.
– ¿Cómo?, ¿el Chasque?, ¿y ese no era blanco de Oribe? -retruca Román.
– ¡´Ta que sos inorante, che sucio! Este era “otro” Francisco de los Santos, brasilero, venido del Río Grande, dueño ´e la estancia “La Tuna”. Pa esta fecha, carculo que ya es finao… Y pa´ más te digo: el campo de esos Santos coloraos, en la India Muerta, está al ladito mesmo del campo y la Pulpería de Bernardino. ¡cosa pa´ver!
“Noviembre 1816… El joven oficial artiguista Frutos Rivera acampa en “La Tuna”, India Muerta, esperando al ejército invasor portugués de Lecor. Es derrotado: 1ª. Batalla de India Muerta.
Marzo 1845… Confiando en el conocimiento del terreno, don Frutos se parapetó en los mismos cerros, esperando triunfar frente al ejército rosista al mando de Urquiza.
Pero, en ese ejército venía otro “conocedor”, el famoso nieto del indio Velázquez, Bernardino Olid, sirviendo de baqueano y consejero del General Urquiza (…) Esta segunda derrota de India Muerta, para Rivera, se caracterizó por la ferocidad en la persecución del vencido, el que fue arrojado a los bañados, luego de dejar muchos cadáveres la costa del Arroyo.
En este triunfo rosista-oribista tuvo buena parte el baqueano, oficial Bernardino Olid Velázquez. (2)
Se dice que, como apoteosis del triunfo, Urquiza hizo pasar a degüello a más de 500 prisioneros. Eso sí, les obsequió la fianza de hacer que su Banda de Música les tocara vibrantes marchas militares durante la sangrienta despedida de esta vida.
Una molesta pregunta nos inquieta: en este horrendo degüello con aires marciales, en tierras rochenses; ¿habrá tenido algo que ver el “tigre Bernardino”?
Felizmente para su memoria, hubo un incidente – muy penoso para la historia uruguaya – donde el Coronel Olid se distinguió por su nobleza humanitaria: el episodio de Quinteros, año 1858.
La revolución colorada de César Díaz resultó pulverizada, primero en el campo de batalla y luego con masivos fusilamientos de prisioneros indefensos, a lo largo del camino a Montevideo.
Entonces, gracias a las firmes y hábiles gestiones del Coronel Olid, salvaron la vida varios jefes revolucionarios, Bustamante y Pagola, entre otros. (3)
En el Partido Blanco, Bernardino ya era uno de los imprescindibles: Jefe Político de Maldonado, más tarde Jefe Político de las Minas, Comandante de los Fuertes Sta. Teresa y San Miguel y de todas las fuerzas militares del Este, Olid se constituyó en la mano derecha del Presidente Bernardo Berro.
5. Los cuatro tigres
Por arriba de los cerros de la laguna Negra va apareciendo una luna redonda, pura plata. Los campos se ponen fantasmales, donde el relincho perdido de algún matungo parece clarinada convocando viejas hazañas.
Como las de Bernardino Olid y sus guerrilleros blancos. Es que Olid tenía un algo de toro: donde veía “colorado”, ¡embestía!
Es 1863 y Olid vuelve a montar caballo de guerra. Ahora, Venancio Flores es el trapo colorado contra el cual Bernardino embiste.
La rueda de paisanos, en la Pulpería del Paso Castillos, se mete noche adentro asombrada con relatos que, para nada, habrían desentonado en las historias de los héroes homéricos. Tal el caso de los cuatro hermanos Valiente, guerrilleros a la orden de Bernardino.
Justamente, en momentos que el gallego Villasuso está sirviendo una vuelta de ginebra, don Jesús está arrancando con la historia de los hermanos Valiente.
-¡Era un tigre ese Coronel Olid!… Goloso pa´ las topadas y siempre rodiao ´e paisanos con cojones! Como esos cuatro indios, dicen que de la raza chaná, los Valientes. ¿Han óido el sucedido ´e los hermanos Valiente?…
Tal vez, de boca del lenguaraz don Jesús nos resulte poco creíble el relato, más leyenda fantaseada que riguroso hecho histórico.
Pero, de seguro, no recusaremos el testimonio del Gral. Antonio Díaz, quien, en su “Historia Política y Militar”, con pelos y señales de la homérica contienda, así nos relata la llamada Batalla de Coquimbo.
“Fue el 4 de junio de 1863. Al repechar la cuchilla cerca del arroyo Coquimbo, en Soriano, la Guardia que iba adelantada, dispuesta por Bernardino Olid – 80 hombres al mando del Comandante Tomás Pérez – se topó con la fuerza total del General Flores, 600 hombres, trabándose en la lucha sangrienta y desigual.
Del centro de aquella matanza pudieron algunos leales de Pérez sacarlo herido, sosteniendo su retirada los tres hermanos chanáes Bautista, Miguel y Agustín Valiente, retirándose así entreverados hasta que la fuerza completa del Coronel Olid, unos 300 hombres, se encontró de improvisto con las de Flores y fue también arrollada, huyendo en el acto los soldados de Bernardino Olid, que quedó sólo en el campo de batalla con apenas 40 hombres de su escolta y el escuadroncito que seguía a los tres hermanos Valiente, ya reducido a unos 20 hombres…
Con aquella corta fuerza cargó Olid contra el completo de Flores repetidas veces y fue rechazado, hasta que se pronunció en derrota…
Es entonces que cae herido Miguel Valiente; su hermano, el Capitán Bautista corre en su auxilio matando al enemigo que trataba de ultimarlo y levantando a su hermano Miguel en ancas. Pero pronto es rodeado por numerosos contrarios al mando del Coronel Caraballo.
Cubriendo con su cuerpo al hermano herido, totalmente rodeado, entre el humo de los tiros que se les dirigían, de pronto cae muerto de una lanzada el caballo del Capitán Bautista Valiente, quedando ambos hermanos de a pie.
Éstos, espalda contra espalda, siguieron batiéndose, a términos de encontrarse con las armas inutilizadas y sus cuerpos cubiertos de heridas, cuando aparece Agustín Valiente, que había vuelto cara, solo, al ver la situación de sus hermanos.
Al galope ingresa al sangriento grupo, Agustín echa pie a tierra y, quitando el freno al caballo, gritó: ´¡Donde ellos mueran, muero yo!´ y, entreverándose con sus numerosos enemigos, recibió también muerte gloriosa, encontrando tumba digna del apellido Valiente.
Los tres hermanos, Miguel, Bautista y Agustín, fueron depositados, al otro día, en el cementerio de Trinidad. Llegado a mata caballo, asistía al entierro el cuarto de los hermanos Valiente, Dionisio. Al despedirse para siempre de los otros tres hermanos, Dionisio pronunció estas sencillas pero homéricas palabras: ´¡Están enterrando a tres porque no estábamos los cuatro!” (4)
6. Floreos de nobleza
– Lo que son las cosas! – reflexionó don Jesús – A los pocos días de ganarle a Bernardino en Coquimbo, Venancio Flores pasó por la India Muerta, con rumbo al Olimar… ¡y paró en la mesma pulpería ´e Bernardino!
– ¡Pa´ degollarle la familia el muy salvaje! ¡De fija!- acotó Primitivo- ¡pa´ redondiar la matanza!
– ¡Le erraste, sucio! Llegó pa´ surtirse con mercaderías. Doña Braulia, en persona, lo atendió.
“Estaba sóla doña Braulia, con sus hijos y la negra Teresa, sirvienta de la familia. Flores le encarga algunas provisiones que miembros de su escolta cargan en una carreta requisada previamente.
Ante su enemigo, la dueña de casa es incapaz de evaluar el pedido. Entonces, el Gral. Flores le extiende una suerte de recibo concebido en estos términos:´He recibido de la Sra. Doña Braulia del Puerto de Olid veinticinco arrobas de yerba, trece arrobas de tabaco, catorce arrobas y diez libras de jamón y un poncho de paño; y no sabiendo la señora los precios de los efectos le he dejado diez onzas de oro. Y para su debida constancia le doy el presente, en India Muerta, a 17 de junio de 1863. VENANCIO FLORES (3)
– ¡Era diablo este Venancio!…- dijo don Jesús- “En un par de semanas le mando ´e güelta la carreta, doña”, dicen que le dijo Flores a doña Braulia…
– Ja, ja, ja… ¡Si te he visto no me acuerdo!…- festejó Cabrera.
– Tas errao, sucio. A los pocos días, barquinazo va, barquinazo viene, por las alturitas de la India Muerta, doña Braulia vio venir de güelta la carreta. Diablo este Venancio, pero ¡con sus cosas güenas!
Pero, hay más. Una semana después, un diario gubernista de Montevideo se despachó: “En Rocha, las hordas anarquistas de Flores, al pasar por la casa del Coronel Olid, la saquearon, llevándose lo que hallaron”.
Al conocer el mentiroso suelto, Bernardino Olid ordenó a sus escribano don Pedro Díaz desmentir públicamente esa falsedad, “porque -dijo- no se debe faltar a la verdad, sea quien sea el responsable del suelto del Diario” (3)
Como se ve, estos dos “feroces tigres”- en el campo de batalla – aquí en la paz de la India Muerta sabían comportarse como verdaderos gentlemen británicos.
Al final, por diferencias políticas, Olid se vio ardorosamente enfrentado con su amigo el Presidente Bernardo Berro. Este lo destituyó y emplazó a Consejo de Guerra.
Pero, el “tigre” Bernardino no hizo caso y mantuvo sus zarpas afiladas contra la rebelión colorada florista.
Y en febrero del 1864 encontró su final.
– Pero ese Bernardino Olís ya es finao, ¿no?… –pregunta Román Santos.
– Dios lo tenga en su gloria, sí…- contesta don Jesús- Ya van pa´ seis años, sí, estamos a 1870… ¡Ese sí que era Caudillo con güevos! Lo lastimaron feo en el Rincón ´e los Barrios, cerca ´e Rocha. Y Bernardino se murió de puro caprichoso, mire…
– ¿Cómo es eso? – se extrañó Cabrera.
– Es que, al principio, con el Presidente Berro ¡habían sido como culo y calzón!… Dispués se peliaron. Cuando Berro supo que estaba herido grave, le mandó de apuro su dotor particular, pero Bernardino se enculó y no lo quiso acetar. Se hizo cargar en una carreta pal lao del Brasil, en procura de algún dotor de allá que lo curara. Tenía un balazo clavao en el espinazo, ¡mire! Ya iba con el poncho envalijao… Y a los pocos días se murió en Santa Vitoria… ¡Lástima! ¡Lástima ´e Caudillo!… ¡Flor ´e tigre este Bernardino!
Referencias:
(1)- Copla popular recopilada por Guillermo “Caimo” Olid (Castillos)
(2)- “Un Santafecino en el pasado de Rocha” – Amadeo Molina Faget, en semanario “Atlántico” (Rocha- 27 de julio de 1986)
(3)- “Cnel. Bernardino Olid: breve perfil biográfico del último soldado oribista”- Víctor Velázquez – Revista Histórica Rochense- N°1.-
(4)- “Historia Política y Militar de las Repúblicas del Plata” – Antonio Díaz, Tomo X Imprenta “El Siglo”- 1878
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