Juan Antonio Varese
SUMARIO: 1. Los comienzos del turismo – 2. Etapas en el proceso – 3. El turismo en Rocha – 4. El origen de los balnearios – 5. El balneario San Antonio de Rocha
“Siempre sentí la belleza y la he admirado donde existe y la he podido ver, tanto en la obra de la naturaleza como en la del hombre y, conocedor del país en su interior, quizá por esa indeclinable posición espiritual, consideré del caso la explotación de sus bellezas naturales, conservándolas, primero, para luego hacerlas accesibles al viajero, explotarlas fina y elegantemente, tratando de sacar de ellas un discreto provecho para el Estado como para el particular y tanto para la cultura como para la economía.”
Horacio Arredondo
1. Los comienzos del turismo
El turismo, como fenómeno social, ha experimentado grandes transformaciones desde mediados del siglo xix, en que pueden fijarse sus comienzos. Surgió como una de las tantas manifestaciones de la Inglaterra victoriana a consecuencia del desarrollo de los medios de transporte, pudiendo situar su origen en las excursiones organizadas por Thomas Cook, un dinámico empresario ligado al desarrollo del ferrocarril, en procura de conseguir pasajeros para los períodos de poco pasaje mediante el incentivo de asistir a espectáculos y eventos. En 1841, durante la Exposición Internacional de Londres, el incansable Cook trabajó activamente para organizar grupos de visitantes, encargándose de conseguirles alojamiento, comida y paseos guiados.
Dos décadas más tarde se le sumó una nueva modalidad de turismo, esta vez oriunda de Bélgica y Francia: la de los baños de mar. Los médicos dieron en encontrar que favorecían la recuperación de algunas enfermedades y empezaron a recomendarlos como práctica curativa y reconstituyente. El yodo resultaba estimulante, decían, a lo que sumaban los beneficios del agua salada y el aire salobre.
Por la misma época comenzó a difundirse la costumbre de las vacaciones y en consecuencia el uso del tiempo libre al alcance de las clases medias. Apareció el concepto de temporada de verano o veraneo propiamente dicho, aunque la palabra vacaciones, más amplia, se refiriera a todas las estaciones del año.
En el Uruguay las primeras iniciativas con miras al desarrollo del turismo surgieron en el último cuarto del siglo xix y fueron tomadas por particulares ─ aficionados, como les decían sus contemporáneos, que también los catalogaban de excéntricos ─. Por entonces la gente solía congregarse en las playas de moda para disfrutar de los baños de mar y de noche se reunían para asistir a las tertulias, conciertos y demás espectáculos planeados para atraerlos y, en cierto modo, para incentivar el transporte de los tranvías a caballitos desde lugares apartados hasta la costa.
Por otra parte, en el Montevideo de fines de siglo fue una novedad la aparición de un club de touristes que, a semejanza de lo que pasaba en Europa y los Estados Unidos, salía a recorrer y conocer las regiones apartadas del país.
En 1890 se fundó el Touring Club Uruguayo, asociación civil sin fines de lucro tendiente a emular en escala regional los paseos y expediciones. La regla era que el touriste empezara por conocer su propia tierra o país de origen, para lo que se organizaban salidas en grupo con espíritu de aventura. El grupo de entusiastas compatriotas, montevideanos en principio, que con curiosos atuendos salían a visitar lugares poco frecuentados del territorio nacional, se fue extendiendo de a poco hasta que se instalaron filiales en los distintos departamentos, a cuyos dirigentes se les confería el título de cónsules.
El Touring Club Uruguayo, con personería jurídica, se abocó a la adquisición de la sede propia en la calle Minas 1495 esquina Colonia, donde los asociados se reunían con espíritu de camaradería para comentar los paseos realizados y planear los por venir.
En vías de desarrollo interno y como forma de comunicación, publicaban una revista mensual que daba cuenta de las noticias bajo el tono de sabrosas crónicas que se ilustraban con fotografías tomadas por los propios socios.
Hemos cotejado varios ejemplares de la Revista del Touring Club, de los que resultan comentarios de paseos por lugares insólitos para la época, como las sinuosidades del valle Edén, las minas de oro de Cuñapirú, el Salto Grande, las orillas del río Negro, la Colonia del Sacramento, la región del Colla, la gruta del Palacio, la cascada del Penitente, la isla de Flores y los palmares de Rocha, entre otros destinos. En resumen, los uruguayos comenzaron a descubrir, asombrados, las riquezas paisajísticas de su propio país.
El club mantuvo su éxito hasta que el Estado pasó a intervenir directamente en el turismo, dando apoyo a las agencias y compañías dedicadas al rubro, lo que supuso el lento final de aquella increíble asociación de amigos que fue el Touring Club Uruguayo.
Veamos el proceso con más detalles. Desde la década de los veinte el gobierno nacional manifestó su interés en el turismo en función del ingreso de divisas que comenzaba a representar. La conciencia de país receptivo de visitantes, especialmente desde Argentina, se hizo patente, no siendo ajena a este concepto la labor desplegada por algunos visionarios que llevaron adelante las plantaciones de pinos, el mejoramiento vial y la construcción de hoteles. Al hablar de visionarios viene a la memoria la imagen de Francisco Piria, carismático creador del balneario que lleva su nombre, pero resulta de justicia recordar a otros esforzados pioneros como Enrique Burnett en Maldonado, Antonio Lussich en Punta Ballena, Roberto Barreira en el balneario Solís y a Jaureguiberry en el balneario de su apellido. Veamos ahora la evolución institucional de los organismos rectores del turismo, primero en el país y luego en el departamento de Rocha.
2. Etapas en el proceso
2.1 – Primera etapa: Comisión Encargada de Proyectar la Atracción de Forasteros
Podemos situar los comienzos en la creación de la Comisión Encargada de Proyectar la Atracción de Forasteros, antecesora de la Comisión Nacional de Turismo. Ésta fue creada por el Concejo Nacional de Administración según el decreto del 21 de marzo de 1930, firmado por el Dr. Baltasar Brum. Resulta curioso e interesante considerar su integración, tan heterogénea que denota a las claras la dispersión de conceptos, lo que llevó, lógicamente, a la ineficacia.
En principio estuvo integrada por los senadores Pablo Minelli y Juan Andrés Ramírez (este último no aceptó el cargo) y los diputados Orlando Pedragosa Sierra, Alberto Puig, Arturo González Vidart, César Gutiérrez, Julio Bonnet y Juan Vicente Algorta. La integraban también personas cuyo cargo les aseguraba representatividad en las actividades públicas del momento: el presidente del Automóvil Club, el del Centro Automovilista, el de la Comisión Nacional de Educación Física, el del Círculo de la Prensa, el del Jockey Club, el del Club de Tennis, el del Yacht Club, el de la Comisión de Hoteles, Cafés y Anexos y el de la Comisión de Hoteles y Casinos Municipales.
De la enumeración por cargos se pasaba a un nombre concreto, ganado por derecho propio: don Francisco Piria.
La numerosa lista continuaba con los miembros de la Comisión de Restauración de Santa Teresa: Baldomir, Capurro y Arredondo, y luego con otra persona con nombre propio: Alfredo Arocena, en representación del balneario Carrasco.
Se incluían, también, los presidentes de las comisiones de fomento de los balnearios más importantes del departamento de Canelones: Atlántida, Solís y La Floresta.
Con el tiempo se integraron algunos ministros, el presidente del Touring Club, un delegado de cada concejo departamental – lo que sumó automáticamente diecinueve miembros más -, el presidente del Comité de Iniciativas de Punta del Este, Juan Gorlero — otro nombre de bien merecida fama — y los arquitectos, también con nombre propio y sobrados méritos, Mauricio Cravotto, Juan Antonio Scasso, Emilio Conforte, Julio Villamajó y Eugenio Baroffio.
Aunque con semejante cámara no se haya hecho nada concreto, algunos de sus miembros presentaron proyectos de envergadura para el departamento de Rocha: el de Baldomir, encarando la construcción de un hotel de veraneo en La Coronilla, y el de Horacio Arredondo, que proponía un hotel de invierno en la Laguna Negra. Este último, tras la publicación del folleto Fomento del turismo, trazó la promoción de un turismo consciente para el departamento, que conservara la fauna y flora y, a la vez, jerarquizara la historia, a través del cual las personas pudieran tener acceso a los monumentos del pasado. Porque en su concepto tanto la naturaleza como la historia formaban parte del patrimonio nacional, requiriéndose cuatro condiciones para fomentar la llegada de visitantes: buen clima, bellezas naturales, buenos caminos y hoteles de precio accesible. «No es posible hacer turismo sin carreteras ni hoteles», resumía enfáticamente.
2.2 Segunda etapa: Comisión Nacional de Turismo
El 25 de mayo de 1933, luego del golpe de estado de Gabriel Terra, se dictó el decreto ley 9.133 por el que se creaba la Comisión Nacional de Turismo en la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores. Su primer presidente, Horacio Arredondo, presentó varias iniciativas entre las que se contaban la publicación de la revista Turismo en el Uruguay, cuya primera edición vio la luz en el mes de octubre de 1935. Ésta, de profuso material informativo y gran calidad gráfica, tuvo una importante circulación en el exterior por cuanto se repartía en embajadas y legaciones, ya que la Comisión funcionaba en la órbita de la Cancillería, lo que llevó a proyectar el país más allá de sus fronteras.
2.3 Tercera etapa: Ministerio de Turismo
El 1o de marzo de 1967 se creó la Dirección Nacional de Turismo como unidad ejecutora del Ministerio de Transporte, Comunicaciones y Turismo. En 1974 la dirección se incorporó al Ministerio de Industria y Energía hasta que el 24 de diciembre de 1986, por los artículos 83 a 86 de la ley 15.851 de la Rendición de Cuentas, se creó el Ministerio de Turismo, estableciéndose sus funciones y cometidos, entre los que figuran la realización de una política nacional, el fomento de las industrias, el régimen, la coordinación, el control y el desarrollo de la actividad turística.
3. El turismo en Rocha
El desarrollo del turismo en el departamento de Rocha comenzó, gracias a iniciativas privadas, alrededor de la década de los veinte del siglo pasado. El consenso general de la población apoyaba su importancia, sentimiento que hizo eclosión en 1928 con la llegada del ferrocarril.
Desde entonces comenzó a usarse como lema publicitario la frase «Donde nace el sol de la Patria», relativa al potencial turístico basado en el sol generoso que madruga en sus playas, expresión que ya lucía incorporada a la letra de su himno.
También se valoraba el concepto que la llegada de visitantes era algo natural, «caído del cielo», y que Rocha era el único «departamento oceánico».
El cónsul del Touring Club Uruguayo en Rocha fue, durante muchos años, el señor Francisco J. Virginio, a quien se le debe la organización de muchos paseos por estas tierras y la difusión de sus paisajes. Por entonces el turismo exigía tan solo bellezas naturales, rutas de fácil acceso y buenos hoteles, criterio que se fue modificando con el correr de los años. En la actualidad los valores y las exigencias son otros, debiendo de sumarse las actividades culturales.
4. El origen de los balnearios
Las ideas y costumbres que dieron origen al turismo comenzaron a desarrollarse en el Uruguay hacia fines del siglo xix, más concretamente desde la década de los ochenta.
En Montevideo, salvo en el llamado Baño de los Padres, donde primero los frailes y luego la población en general acostumbraba darse un remojón en las aguas de la bahía, en la costa la gente se bañaba en casillas o instalaciones de madera que oficiaban de vestuario y desde cuyas escalinatas entraban y bajaban directamente al agua. Tal lo sucedido en los baños de Aurquía, Capurro, Ramírez y Pocitos, donde se construyeron hoteles de madera que se llenaban durante el verano y quedaban vacíos en el invierno.
El tranvía a caballos colaboraba en el proceso expansivo de la ciudad al ampliar sus recorridos para que la gente pudiera llegar hasta la costa, imitando lo acontecido en los balnearios europeos. Desde 1869 el tranvía al Paso Molino pasó por la zona de Capurro, donde luego se ubicó uno de los primeros establecimientos. En 1871 el Tranvía del Este llegó a las inmediaciones de la playa Ramírez y Punta Carretas, y en 1875 el Tranvía Oriental, que unía las zonas de Reducto y La Aguada con el área portuaria, derivó un ramal hasta los Pocitos. Poco después las familias que acostumbraban tomar baños de mar comenzaron a levantar sus casas en los terrenos que se loteaban, Francisco Piria mediante, sobre la costa.
Sobre principios del siglo xx la moda se orientó hacia la construcción de hoteles de categoría, como el de los Pocitos, el Parque Hotel y el Carrasco.
Un proceso similar aconteció en los diferentes departamentos con costas sobre el Río de la Plata o el océano Atlántico, que siguieron el ejemplo de la capital. A medida que el ferrocarril avanzaba hacia el este, también lo hacían las posibilidades de conocer lugares apartados, de los cuales solo se tenían referencias tan maravillosas como difusas.
Como desprendimiento de Maldonado surgió el balneario Las Delicias y desde San Carlos la gente atravesaba campos y senderos para llegar a la Barra de Maldonado. Punta del Este, en cambio, comenzó por un camino distinto, apuntando hacia el público argentino que llegaba directamente en barco desde Buenos Aires.
En Rocha la situación fue distinta, ya que la formación de los primeros balnearios se fue dando en forma espontánea. La Paloma surgió desde dos corrientes distintas: quienes llegaban a las inmediaciones del faro y quienes lo hacían hacia las casillas del puerto. En cambio los reductos de Aguas Dulces y Valizas fueron, en un principio, la natural forma de acercarse al mar de la gente de Castillos, que primero llegaba en carretas que oficiaban de vivienda y luego empezaron a levantar sobre la playa ranchos de madera y paja elevados sobre palafitos para evitar las crecientes y sudestadas.
Por demás interesante resultan los procesos formativos de Punta del Diablo, Barra del Chuy, La Coronilla y Cabo Polonio, amén de otros balnearios que no pasaron de una referencia en el mapa. En especial nos referimos al balneario San Antonio, que se proyectó en grande, tal vez el más importante de la costa rochenese, al punto de publicarse un folleto que prometía maravillas, con la mención de los principales edificios a construir y que luego, misteriosamente, se llamó al olvido.
El Dr. Antonio Lladó, eminente médico rochense, escribió en 1932 respecto de la costa oceánica que sus aguas eran especialmente aptas para la cura de enfermedades porque su orientación «las hacía templadas en invierno y mitigan el calor del verano por los vientos que casi constantemente reinan en esa estación. Además, la riqueza en sales marinas sobre las otras playas del país, hace que la absorción de esas sales, que según los técnicos franceses eran un factor decisivo en la cura marítima, se efectúen al máximo en estas playas de Rocha». Y especialmente en la de San Antonio de Rocha.
5. El balneario San Antonio
A mediados de 1930, en medio de una crisis económica y política que desembocaría en el golpe de estado de Terra en 1933 y en vista de la próxima promulgación de la ley Nº 8.733 del 17 de junio de 1931 ─ destinada a regular el régimen de enajenación de inmuebles a plazos, toda una novedad jurídica con miras a facilitar la venta de terrenos y brindar seguridad a los compradores ─ el rico y emprendedor hacendado rochense don Justo F. Cabrera, propietario de una fracción de campo en la octava sección judicial del departamento de Rocha, resolvió fraccionar la parte que daba frente a la costa oceánica. La misma se constituiría en un futuro balneario que llevaría el nombre de San Antonio.
El proyecto urbanístico, de gran envergadura y cuidadoso planteo, pretendía brindar al departamento de Rocha, en vías de desarrollar su turismo, una ciudad balnearia que pudiera compararse o aún superar a la fundada por Francisco Piria en el departamento de Maldonado.
El emprendimiento contó con el apoyo y la administración del Banco de Cobranzas, Locaciones y Anticipos, una de las instituciones más serias e importantes del país, fundada en 1889 y con casa central en Montevideo, calle Rincón 402, esquina Zabala. Un influyente directorio, bajo la presidencia del Dr. Joaquín Secco Illa, llevaba adelante la gestión por encontrarse dentro de sus cometidos la administración de propiedades y la venta de terrenos a plazos. A lo que se agregaba la exclusividad de ser los «administradores de la venta de solares en el balneario oceánico San Antonio».
La tarea comenzó con la confección en 1936 del proyecto de plano de mensura y fraccionamiento del Agrimensor Raúl C. Borsani, con señalamiento de la superficie de 49 hectáreas 8.583 metros y 4.508 centímetros destinada al balneario, dividida en 40 manzanas con un total de 447 solares, cuyas áreas oscilaban entre los 900 y los 371 metros cuadrados, lo que flexibilizaba la adquisición de los terrenos en función de las necesidades y disponibilidades de cada comprador.
El futuro balneario daría frente a la playa, rambla Wilson de por medio, y lo dividiría transversalmente una avenida principal, la San Antonio, de la que se desprendían dos calles laterales en diagonal con los nombres de Buenos Aires y Montevideo, segura estrategia para estimular la presencia de turistas de ambas procedencias. Las restantes calles del tipo avenida paralelas a la costa se llamarían San Martín, Río Branco, General Artigas y 30 de Noviembre y las transversales estarían numeradas del uno hasta el siete, mientras que el acceso al balneario se preveía por una avenida de 22 metros de ancho, todavía sin nombre, que lo comunicaba con la ruta 10 en etapa de construcción.
Los terrenos se venderían por mensualidades de entre $ 3, $ 4 y $ 5 pesos, con dos de seña y dos ventajas adicionales: no se fijaba plazo para edificar y los gastos de escrituración corrían de cargo del vendedor por estar incluídos en el precio.
Otra de las características la constituía el bien organizado plan de ventas. En la página 11 de la revista-folleto, de la que luego hablaremos, aparecen las fotos y los nombre de los vendedores, entre ellos del propietario del fraccionamiento, señor Justo F. Cabrera, del apoderado Adrián J. Vera, del Dr. Julio I. Vera y del escribano Orlando Firpo, estos dos últimos como titulares de estudios jurídicos, todo con la finalidad de personalizar la operación y darle mayor seriedad al emprendimiento. Figuraban también los nombres de los encargados de la venta de terrenos, tanto en Buenos Aires como en Montevideo, con sus respectivos domicilios. En la ciudad de Rocha, en forma especial, el autorizado era el agrimensor Raúl C. Borsani, apoderado del Banco de Cobranzas y con oficina en la calle Rincón No 33.
Dentro de los detalles especiales del proyecto, previstos para darle jerarquía y singularidad al balneario estaban las elegantes bajadas a la playa, la moderna urbanización, los planos de construcción que se ofrecían gratuitamente y un dibujo en perspectiva de cómo quedaría una vez edificado. Y, como broche y detalle original, se aseguraba la existencia de sucursales o segundas sedes de algunas instituciones importantes en la época, como el Touring Club Uruguayo, el Automóvil Club del Uruguay, el Club Nacional de Football, el Club Atlético Peñarol, el Rowing Club, el Círculo de la Prensa y la Curia Eclesiástica, donándoles terrenos al respecto.
Para facilitar la difusión del fraccionamiento y a la vez brindar un panorama general del departamento de Rocha y sus virtudes turísticas, el editor de la revista-folleto consiguió un material propagandístico de las principales firmas e instituciones públicas de Montevideo y del propio departamento, entre las que figuraban el London París, cafés y tés El Chaná, Alberto Cotelo Freire (concesionario), Gran Casa Diez, Cavallo, Terreno y Cía., radio Automatic para automóviles, confitería Taurino de Montevideo, mosaicos Brignoni, agua Salus, cigarrillos Titán, vermut Pompeya, radio Crosley, mueblería Soriano, colegio Pío de Villa Colón, Caja de Ahorro Postal, fósforos Victoria, cigarros Sinniko, mueblería Giorello, molinos harineros San Carlos, Rubio Hermanos (Castillos), Carlos Ott Pianos, vinos Sapelli, máquinas de escribir Remington, Cervecerías del Uruguay, mueblería de Rocha Basovich, bazar y librería Florencio Sánchez, el Nuevo Texaco, automóviles Chevrolet, compañía de transporte La Uruguaya (con oficinas en la Estación Central de Ferrocarril), neumáticos Dunlop, cemento Portland, casa editora Barreiro y Ramos (Establecimiento Gráfico Modelo) y neumáticos Royal, junto con otros avisos de media o página entera que despertarían la sana envidia de cualquier editor de nuestros días.
La revista-folleto se editó con un formato y aspecto de guía turística, de modo de ser ofrecida al público al precio de 0,50 centésimos el ejemplar. La carátula ostentaba el título “ROCHA” en letras doradas lo que no le daba aspecto de folleto publicitario sino de una publicación de fomento del turismo. Respecto del contenido, además de las páginas que promocionaban el emprendimiento, a cargo del Banco de Cobranzas, Locaciones y Anticipos, figuraban artículos bajo la firma de personajes del momento como el Dr. Antonio Lladó con un informe sobre la salubridad de las aguas oceánicas, otro de Olegario Núñez sobre los indios en Santa Teresa, otro de Alberto Alves con la descripción de un paseo por las playas rochenses, otro de Horacio Arrendondo sobre la historia de la fortaleza de Santa Teresa y su bautismo de sangre y cinco informes de médicos uruguayos (C. A. Pereda Valdés, Domingo López, C. Castro Demicheri, Fierro Vignoli y M. A. Brunet Bengochea) sobre los beneficios para la salud de los baños en las playas rochenses. También se incluían notas de prensa sobre la geografía de Rocha y sobre el desarrollo del turismo en el Uruguay tomados del diario Del Plata. Tampoco faltaba una referencia al faro del cabo Santa María y su historia.
Una de las páginas estaba dedicada, con fotos y comentarios, a la ceremonia realizada con motivo de la Primera Conferencia Interdepartamental Prodefensa de las Costas Balnearias del Uruguay, según resolución del 13 de marzo de 1931, presidida por el agrimensor Luis M. de Mula. Y que los delegados de Rocha lo fueron el presidente del Consejo de Administración, Javier Barrios Amorín, Alberto Demichelli, Miguel Bengochea y el Dr. F. de los Reyes Pena.
También vale la pena destacar el respaldo que las tres instituciones de plaza destinadas al fomento del turismo en una época en la que no existían las agencias de viajes le daban al balneario. La primera, eves (Entidad de Viajes Educativos), tenía sede en Río de Janeiro, Buenos Aires y Montevideo y su cometido principal era la venta de pasajes marítimos y fluviales, la reserva de hoteles, el transporte de equipajes, los viajes a forfait y las peregrinaciones individuales o en grupo. La segunda, de nombre Exprinter, con sede en la calle 25 de Mayo de Montevideo y casas matrices en Roma, Madrid y Río de Janeiro. Y por último, el Touring Club Uruguayo, fundado en 1890, con referencia a que en el año 1931 contaba con 5000 asociados y su sede era en la calle Minas Nº 1495, que anunciaba su próxima y nueva sede en el balneario San Antonio. El cónsul en Rocha lo era el señor Francisco J. Virginio, como ya lo refiriéramos.
Nada quedaba fuera de la publicidad, incluso la promoción del hotel del balneario, el Hotel San Antonio. Y de parte de los hoteles del departamento, sin excepción, le brindaban su apoyo y su aviso publicitario: en Rocha el Hotel de Roma, de la sucesión de Antonio Cola, el Hotel Arrarte, con frente a la calle J. P. Ramírez número 129, el Hotel Iris, ubicado en la calle José P. Ramírez número 88, el Hotel Cosmopolita, con frente a las calles Rincón y Treinta y Tres. Y en las localidades balnearias: en La Paloma, más como puerto que como balneario, el Hotel Gamboa, en Costa Azul el Hotel Yanneo, en La Pedrera el Hotel Iris y en la ciudad de Castillos los hoteles Oriental y del Comercio.
Ahora bien, ¿cuál fue el resultado del balneario emprendido con tanto afán? Seguramente se hayan vendido varios terrenos, pero el balneario San Antonio no dejó de ser un lugar casi desierto con pocas construcciones. En realidad un lugar en el mapa señalado con descuido por un letrero secundario a la entrada, sobre la ruta 10.
¿Dónde quedó el sueño de un balneario modelo, una Piriápolis oceánica que llenaría de orgullo al departamento?
¿Cuál habrá sido la causa?, ¿cuántos terrenos se habrán vendido?, ¿habrá fracasado por la situación económica del país?, ¿por la inviabilidad del proyecto en general o por el fallecimiento del propietario y sobrevenir problemas entre los herederos?
Son todos temas que nos hemos propuesto investigar, lo que se complica con la clausura definitiva del Banco de Cobranzas, Locaciones y Anticipos en 1974.
Su investigación seguramente ameritará un próximo artículo, ya que el balneario San Antonio se ha convertido en los hechos en uno de los llamados balnearios fantasmas de las costas de Rocha.
La Intendencia de Rocha, ante la problemática de varios de estos fraccionamiento dictó en diciembre de 2003 el Plan de Ordenamiento y Desarrollo Sustentable de la costa de Rocha para solucionar el problema de varios de estos balnearios. Y el 1o de enero del año 2015, mediante nuevo decreto, dictó un plan especial parcial de ordenamiento territorial y edificación del balneario San Antonio, delimitándolo al polígono del fraccionamiento según el plano registrado en forma adicional por el agrimensor Raúl Borsani con el número 218 el 4 de julio de 1946, con un total de 163 hás. 0465 mts., disponiendo que para el ordenamiento de referencia se aplique lo dispuesto en el Plan de Ordenamiento y Desarrollo ya citado.
Bibliografía
Varese, Juan Antonio. Rocha, tierra de aventuras. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2011.
Sánchez, Malvina. La Paloma. Montevideo: Torre del Vigía Ediciones, 2012.
Da Cunha, Nelly, et al. Del balneario al país turístico (1930-1955). Montevideo: Ediciones de la Banda Orienta, 2012.
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