Humberto Ochoa Sayanes
SUMARIO: 1. De recuerdos – 2. Jugando a la bolita –
3. La payana – 4. Los andadores – 5. Jugar a las figuritas –
6. El balero y el yo-yo – 7. Saltando la cuerda – 8. Remontar cometas – 9. Triciclos y monopatines – 10. Haciendo carricoches – 11. Camiones y cachilas – 12. El trompo y la chuza – 13. Barquitos de papel – 14. Y también el fútbol – 15. Matreros y policías – 16. La escondida
1. De recuerdos
Parece ser una característica muy marcada en el hombre: a medida que envejece, las vivencias de sus años de niñez se van fijando más nítidamente en su memoria. Por eso, y para las generaciones que peinan canas (o simplemente ya no peinan nada), es este artículo que pretende rememorar los juegos y entretenimientos de antaño.
Y va también para las actuales generaciones de niños y jóvenes, para que tengan una pálida idea de lo que eran los juegos (hoy considerados muy simples), en aquella época, no tan lejana pero sí tan diferente…
Cincuenta o sesenta años atrás o más, la niñez tenía como entretenimientos actividades o juegos muy sencillos, pero que llenaban de alegría y participación a todos quienes los compartían.
2. Jugando a la bolita
Uno de los más populares y recordados entretenimientos de la niñez era el juego a la bolita.
¿Quién no se sentía atrapado por aquellas esferas de vidrio relucientes, que en su interior guardaban aquellos diseños tan multicolores y extraños?
El juego de la bolita tenía algunas variantes, que pasaremos a recordar.
Se iniciaba tirando uno de los jugadores su bolita al suelo, y el o los rivales iban aproximando su bolita o, si se animaban, tiraban a pegarle. Si la bolita quedaba a menos de una cuarta podía tirarle “a quemar”.
Cuando se jugaba “a quemar”, era chocar a la bolita del rival, desde cierta distancia; también se iba acercando uno al otro alternativamente, hasta lograr una posición favorable para pegarle.
“Me quedo aquí y vas tú”, si el otro se animaba tiraba a pegarle a la nuestra, sino se acercaba o alejaba según su estrategia le indicaba.
Cuando arrimaba su bolita y esta quedaba a menos de una cuarta de la rival, podía “quemarla”, y si le acertaba ganaba una bolita; si erraba el tiro le correspondía tirar al rival.
Cuando se pactaba un mayor precio, así debía de procederse.
También era habitual que en esos encuentros se cambiaran bolitas o bochitas – como también se les decía – y cuando alguno pretendía alguna muy pintoresca, se hacían regateos hasta llegar al precio justo.
Existían unas bolitas grandes, más de lo habitual, que denominábamos “bochones” o “maneros” y esas se cotizaban por tres, cinco o más bolitas de las comunes.
A veces alguno de los niños conseguía bolitas de mármol (“lecheritas”) o de otro material similar, que se escapaban a las comunes y eran muy cotizadas entre los rivales.
Cuando conseguíamos algunas bolas de rulemanes en algunos talleres de mecánica, esas sí que eran consideradas las “selladas” ya que todos querían tener alguna de esas, (para cuando se jugaba fuerte y en algunos casos se quebraban las bolitas), con esas sí que no habrían problemas.
Se jugaba al “hoyo”, que consistía en embocar la bolita desde una cierta distancia en un pequeño pozo hecho en el suelo, – generalmente girando el talón fuertemente para hacer el cono invertido – que serviría para que las bolitas cayeran en él.
Ganaba el que acertaba y si era más de uno que lo hacía, empataban y debían tirar hasta que quedaba un ganador. El que acertaba quedaba dueño de todas las bolitas que participaban.
Otro estilo de juego era la denominada “troya”, que consistía en trazar un óvalo en el piso con una línea en su eje medio más largo y colocar cada uno de los participantes una bolita, que sería el precio por participar del desafío y entre todos constituía el pozo a disputar.
Cada uno de los jugadores, parado a dos o tres metros de la “troya” debía tirar con una bolita para tratar de sacar del óvalo una de las que estaban en la línea media. Si lo lograba tenía derecho a seguir tirando. Si erraba y su bolita no quedaba en el óvalo, otro jugador hacía el mismo intento. Si la bolita de cualquiera de ellos quedaba dentro del óvalo o perímetro de la “cancha” engrosaba el botín a conquistar.
Así se continuaba hasta que no quedara ninguna bolita en el óvalo.
Y cuando esto ocurría se debía nuevamente, para otro desafío, colocar una bolita cada uno e iniciar otra ronda.
Otra modalidad era la de tirar con el dedo pulgar afirmado en tierra, detrás de la bolita de cada uno y con un movimiento hacia adelante impulsarla hasta tratar de pegarle a la bolita rival.
Para “chantar” o golpear la bolita del otro jugador, se podía tomar distancia hacia adelante, (una cuarta, medida con el dedo pulgar y el meñique extendidos) y levantando la mano hábil sobre la otra que se apoyaba en el suelo, empujarla con el pulgar que doblado sostenía con el índice la bolita, para ser disparada fuertemente derecho a la bolita rival e intentar golpearla. Si erraba el golpe le correspondía al contrario hacer la misma maniobra para tratar de dar en el blanco y cobrarse una bolita de premio.
3. La payana
Otro juego muy habitual en aquellos tiempos era la “payana”.
Se jugaba con cinco piedritas. Estas se dejaban en el suelo y el jugador que iniciaba el juego debía lanzar una piedra al aire y levantar una de las restantes con la misma mano y agarrar la que había lanzado al aire, sin que se cayera.
En la segunda lanzaba la piedra al aire y debía recoger de a dos las restantes. Y así sucesivamente hasta llegar a las cuatro finales.
Luego venía lo que se denominaba el puente, en la cual el rival elegía la de él, o última en intentar meterla bajo el puente, y le indicaba cual debía lanzar al aire.
Se tomaba la elegida por el rival entre el dedo pulgar y el índice y en el puño cerrado las demás piedritas se lanzaba la elegida al aire y se tiraban al azar las piedras frente al puente atrapando la que se había tirado. El puente se armaba con el pulgar y el índice de la mano opuesta la que tiraba y los otros dedos montados sobre ese índice, formando un portal o puente y el rival elegía “mía” la última en tratar de introducir y “dale con ésta” la que tenía que lanzar al aire.
Se procuraba elegir la piedra para ser colocada de último según las mayores dificultades que le planteara al jugador realizar los movimientos para introducirla en el puente.
Para meter las piedras en el puente no podía tocar más que la que iniciaba el movimiento, si tocaba otra perdía y comenzaba el juego el rival.
Se permitía “barrer” es decir introducir de una sola vez todas las piedritas, si no estaban muy distantes del puente y la habilidad del participante le habilitaba a intentar esa jugada.
También se jugaba con la mano que hacía el puente arqueado, tocando todos los dedos el suelo y entre los dedos índice, medio, anular y meñique se colocaban las restantes piedras y había que sacarlas, tirando la piedra del rival al aire y hacerlas pasar de a una por el arco del puente.
Otra variante, que en nuestra zona rara vez se practicaba, era la de golpear con la palma de la mano, cada vez que se lanzaba la piedra al aire para levantar la del suelo. Si era la primera debía golpear una vez con la palma en el suelo, dos en la siguiente y así hasta el puente.
También se jugaba a quien podía “barrer” dos, tres o cuatro piedras colocadas más distantes unas de otras, mientras el brazo alcanzara.
4. Los andadores
Otro pasatiempo muy común en aquellos años era el andador.
Simplemente era un aro, que podía ser una llanta de un viejo triciclo o un aro de un barril pequeño y un alambre para guiarlo.
Esos sencillos utensilios, eran para los niños un entretenido pasatiempo, era común jugar carreras con otros rivales, para ver quien era más rápido y hábil en el manejo de su aro.
También había desafíos para ver quien era capaz de subir y bajar el cordón de la vereda más veces con su andador.
El alambre para guiar los aros tenía también sus secretos en la hora de su confección.
Cuando se usaban aros que eran hechos con ruedas de triciclos y todavía mantenían su “llanta de goma” debían ser curvos en su extremo que guiaba el rodamiento.
Si se usaban aros de flejes de acero, chatos, se hacía el extremo de la guía de forma cuadrada, para que el roce fuera más firme contra el metal.
Se iniciaba el andar, colgando el aro en el extremo del gancho y se impulsaba hacia adelante, haciendo que saliera girando bastante fuertemente, luego solo había que ir sosteniéndolo con el puntero del alambre, para guiarlo y hacer las maniobras de giros necesarios para su avance y recorrido por los senderos elegidos.
Era habitual hacer los mandados que nos encargaban nuestras madres, con el “vehículo” que nos acompañaba tantas horas de nuestros sencillos e inolvidables juegos.
5. Jugar a las figuritas
Se jugaba también al denominado “punto a la pared” o “recuesta-pared” que consistía en tirar con una figurita hacia la pared, (había de futbol, de animales, de personajes de historietas, etc.) desde el cordón de la vereda, e intentar quedar más cerca de la pared que los rivales.
Ese furor de los álbumes, que estuvieran de moda en esos tiempos, (todos cambiaban por otras sus figuritas repetidas, cuando no tenían algunas y querían ir completando las páginas del álbum, tan era así que se veían muchos niños con grandes paquetes de figuritas, envueltos en una banda elástica, buscando interesados en hacer sus negocios) hacía habitual ese juego.
Todo álbum tenía “la sellada” que siempre era muy difícil de obtener y que normalmente estaba asociada a buenos premios, según el álbum. Claro está que era un aliciente que los fabricantes de los álbumes ofrecían para incrementar las ventas de los sobres de figuritas.
Este juego tenía sus variantes para probar la habilidad de los jugadores. Si se tocaba la figurita del rival con la del tirador, aquel debía pagar una figurita, en ese caso se decía que la había “quemado”. Si la figurita al ser arrojada quedaba parada contra la pared se le llamaba “espejito” y los contrarios debían pagar dos o tres figuritas, si es que en sus tiros no lograban pegarle a dicha figura, en ese caso ganaba la figurita que había dado en la otra, que estaba parada contra la pared siempre que lograra voltearla.
Se jugaba a veces a tratar de atravesar la calle, con el tiro de las figuritas. Los jugadores se colocaban en una vereda y tiraban a dejar sus figuritas en la vereda opuesta, ganando las apuestas el que se arrimaba más a la pared.
Demás está decir que todos los jugadores tenían su figurita favorita, a veces ésta era un poquito más gruesa y pesada que las demás y por eso era la preferida para tirar. A veces algún “avivado” pegaba dos figuritas juntas para lograr más dureza y peso, pero generalmente el truco era descubierto por los avispados contrincantes. Algunos jugadores como en forma distraída mojaban, introduciendo la figurita en la boca, una de las esquinas del rectángulo de papel, a fin de darle más peso y poder llegar con mas facilidad a hacer el punto esperado. Pero muchas veces esa artimaña era descubierta y la figurita de marras era rechazada y debía tirar con otra.
Una variante de ese juego a veces se realizaba utilizando las chapitas de las tapas metálicas de los refrescos que se aplanaban con un martillo y se usaban para jugar como con las figuritas. Se trataba de arrimarlas lo más posible a la pared y también a “quemar” la del rival.
6. El balero y el yo-yo
Aunque no muy habitual, ocasionalmente se veía algún niño jugando al balero o al yo-yo, siendo éste último de uso más común que el balero.
Algunos practicantes lograban dominar este juego y hacían maravillas con las diferentes pruebas que se realizaban. Existían varias figuras que se podían hacer con el yo-yo y que evidenciaban la habilidad de algunos jugadores, que eran mirados por los demás como verdaderos expertos en el manejo de dicho juguete.
En el juego del balero normalmente se jugaba a quién fuera capaz de embocar más veces la bola, sin perder ningún intento.
Se jugaba también acortando el hilo que unía la bola al mango, dificultando la evolución que hacía esta al girar con poca distancia respecto al encastre del mango.
7. Saltando la cuerda
Se saltaba con la cuerda individual, hacia adelante o hacia atrás. También se jugaba con la cuerda larga, manejada por dos niños y los que saltaban entraban con la cuerda en movimiento y algunas veces jugaban más de un jugador, todos saltando a un tiempo.
Aunque saltar a la cuerda era mayormente practicado por las niñas, habían algunos varones que se destacaban por su desempeño.
8. A remontar cometas
Construir y remontar cometas era, en las primaveras, un entretenimiento común de la niñez.
Claro que madres y padres tenían el trabajo extra de partir las cañas, armar la estructura de las cometas, cortar el papel, hacer el engrudo, armar los tiros (cosa fundamental para lograr que la cometa volase), rasgar los trozos de tela para la cola y a veces sostener el artefacto para que su hijo, a la carrera intentase elevarla hacia el cielo…
También cuando algún “inconveniente” de vuelo malograba el juego, el padre o madre debía salir al rescate del artefacto, preso en algún cable o árbol que se interpuso en su camino… Otras veces debían someter la cometa a algunas ”curas de emergencia”, por roturas en el papel o la quebradura de alguna caña de la estructura en alguna caída inesperada o atraque en las ramas de los árboles.
Se jugaba a quién la elevaba más alta, y se enviaban “mensajes” en trozos de papel enhebrados en el hilo, que el viento iba levantando hacia la cometa. Se les colocaban “roncadores” que no era otra cosa que flecos del mismo papel en los bordes de la cometa, lo que los hacía vibrar con el soplo del viento y parecía que la cometa zumbaba o “roncaba”. Cuando se quería colocarles roncadores, las cañas del armazón se dejaban un poquito más largas de lo habitual, a fin de amarrar en ellas los hilos con los flecos que iban a producir ese sonido.
9. Triciclos y monopatines
Los triciclos y monopatines eran los vehículos más sofisticados y habituales, aunque patrimonio muchas veces de ciertos sectores de la sociedad dotada de más recursos económicos.
Luego empezaron a aparecer las bicicletas para niños, pues hasta entonces debíamos manejar con más o menos habilidad las bicicletas convencionales de los mayores.
10. Haciendo carricoches
Para la mayoría, cuando lograban que algún padre habilidoso colaborara en la tarea, los “carricoches” hechos con armazón de tablas y ruedas de rulemanes, eran los vehículos preferidos, capaces de alcanzar veloces desplazamientos en las bajadas de las calles del pueblo. Se manejaba el tren delantero con los pies o con cuerdas que permitían realizar algunos leves giros en su recorrido.
Otras veces un niño tiraba de una cuerda atada al carricoche y eso hacía que el chófer debiera procurar mantener el equilibrio en su carrera y no terminar en el suelo.
11. Camiones y cachilas
Los camiones o cachilas hechas con maderas y latas de conserva de duraznos o membrillo, con ruedas de madera (anchas “fetas” de rolos muchas veces) o también con latas vacías de “pomada de calzado” (en estos pagos llamada “satinola” eran confeccionadas con especial esmero por los más habilidosos.
A veces se les ponían “amortiguadores” hechos con tiras de los flejes de acero de barricas y barriles, que hacían que dichos vehículos tuvieran un desplazamiento más firme y veloz, en las carreras que se jugaban entre varios “coches”.
Unos tacos de madera o algunos recipientes de lata eran el motor; otros tacos, los asientos; una tabla, la carrocería y bastaba para pasar horas entretenidas en interminables jornadas de juego. Algunos “diseñadores” con más habilidad les colocaban puertas, con bisagras de goma o cuero, barandas hechas con listones de madera y las tapas metálicas de botellas de refresco eran las luces.
12. El trompo y la chuza
Se jugaba con los trompos de madera de sauce, con punta de metal, que se hacía girar mediante una cuerda enrollada a su alrededor, la que al tirarse hacia arriba imprimía al juguete un giro que se mantenía largo tiempo.
Estos trompos debían ser correctamente envueltos en la cuerda para que se produjera el efecto de giro, si había un error en esa tarea previa, la duración o la estabilidad del trompo no era aceptable.
Existían unos trompos algo más delgados que los comunes que denominábamos “chuzas” con una afilada punta metálica y que se usaban para tratar de romper o clavar sobre los de los otros jugadores, y que muchas veces dependiendo del lugar donde los golpearan, llegaban a partirlos e inutilizarlos.
Se realizaban algunas pruebas, entre ellas levantar el trompo cuando estaba girando y colocarlo en la palma de la mano, o levantarlo con la cuerda y hacer que se deslizara por ella.
También se jugaba a quien lograra que se mantuviera su trompo girando más tiempo.
13. Barquitos de papel
Los días de lluvia serena, era habitual hacer barcos de papel de diario o de estraza, para lanzarlos a navegar por la corriente de las cunetas, sorteando los remolinos del agua que se deslizaba sin pausa hacia las cañadas más abajo.
La hechura de los barquitos tenía su ciencia. Había que realizar correctamente los dobleces de las hojas de diario para que quedaran con buena base para que no se volcaran.
Cuando conseguíamos hojas más resistentes que las de diario, nuestras embarcaciones bogaban mucho más tiempo, ya que demoraban más en humedecerse, hasta que finalmente terminaban por naufragar en la corriente de las cunetas, entre ramas y hojarasca arrastrada por la lluvia.
Algunas veces, en el afán de seguir jugando aunque estuviera lloviendo nos fabricábamos “capas de lluvia” con bolsas de arpillera dobladas y continuábamos nuestras aventuras por los caudalosos ríos de las cunetas…
14. Y también claro está: su majestad el fútbol
Los partidos de futbol con pelotas de diario o de trapo eran una constante en los juegos de niños. El furor de los partidos hacía que constantemente se tuvieran que reconstruir las pelotas y volver a atarlas lo mejor posible para continuar la lucha.
Cuando alguno conseguía una pelota de goma ya se consideraba todo un adelanto en los encuentros, y nada que decir si alguno (luego de algún regalo de cumpleaños o de reyes) aparecía con una pelota de cuero, ¡la número 5!, con su piripicho y lengüeta, ¡ahí nos parecía que ya éramos profesionales!
Era todo un desafío cuando teníamos que inflarla, atar el piripicho y con ayuda del mango de una cuchara introducirlo en el agujero que tenían las pelotas a esos efectos y colocar finalmente la lengüeta de cuero para taparlo, sin que quedara sobresaliendo, porque el “coco” que se formaba si estaba despareja la “tapa” producía dolorosas consecuencias en la cabeza de los jugadores cuando cabeceaban el esférico.
Piedras, algunas prendas de ropa, los zapatos eran la marca que delimitaba los arcos.
Esos partidos se tornaban interminables y solo el llamado de las madres de los jugadores “¡vamos, terminen, que hay que hacer los deberes!” o la fuga del sol, cayendo en el horizonte lejano, precipitaban el final de los encuentros, casi siempre con un “Bueno, mañana la seguimos…¿eh?”, “Traes la pelota, ¿no?”
15. Matreros y policías
Uno de los juegos preferidos por los gurises siempre fue el de jugar a matreros y policías, o, en su variante impuesta por las “matinées” de los cines en tiempos de los “westerns”, a los “cobois” (cowboys).
Claro que se armaban largas y discutidas batallas entre los bandidos y los sheriffs, entre los soldados y los indios, entre los matreros y policías:
– Te maté…. te maté, cuando te asomaste en aquel árbol…
– No, yo te tiré primero… y te pegué antes…
Y así se iban las horas en esos escondites y emboscadas. Y la diversión tan sencilla se repetía cuantas tardes se pudiera.
Cuando alguna de las madres de los “combatientes” llamaba a su hijo, porque la hora de cumplir con los deberes había llegado, surgían los pedidos…
– Doña, déjelo jugar un ratito más… Total, lo matamos dos veces más y luego se va a hacer los deberes…
16. La escondida
El juego de la escondida es un juego tradicional y muy antiguo, que sin duda trajeron nuestros antepasados desde sus remotos lugares de origen. En España, en Italia y en muchos países europeos era un juego muy habitual hasta hace algunas décadas.
El juego consistía en elegir, por sorteo o por aceptación de uno de los participantes quién debía cuidar la “pica” o “piedra” o lugar desde donde vigilaba a los escondidos, tratando de verlos antes que alguno le tocara el lugar que custodiaba, lo que se denominaba “hacer la pica”.
Se pactaba una cifra para que el vigilante contara y con los ojos tapados contra la pared debía cumplir ese tiempo, para que los participantes pudieran esconderse para intentar evadir la búsqueda y poder ganarle la “pica”.
Cuando el primero que lograba llegar le ganaba al vigilante gritaba bien fuerte:
¡Piedra libre para mí y todos mis compañeros!
Lo que significaba que el vigilante debía contar otra vez y todos a esconderse nuevamente.
Esa circunstancia se daba solo con el primero, si el vigilante había descubierto a alguno o algunos, no se podía, aunque otro le ganara “la pica”, pedirlo para todos los demás…
Los tiempos de jugar a la escondida también se estiraban largamente en las tardecitas de nuestros pueblos y villas, donde a pesar de su simpleza y sencillez, constituían la riqueza de las horas vividas con nuestros compañeros y vecinos.
Esas eran algunas de las actividades desarrolladas, entre otras, en interminables jornadas de juegos que compartíamos con nuestros amigos, algunas décadas atrás. Vivencias de la niñez que marcaron toda una época, que hoy casi todos, quienes las vivimos, evocamos con nostalgia y emoción.
“Y colorín colorado, este cuento se ha acabado…”
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