Néstor Sabattino Dossi
SUMARIO: 1. Introducción – 2. Mejorando la imagen – 3. Las calles de la ciudad – 4. La irrupción del automóvil – 5. La idea del adoquinado – 6. El primer llamado a licitación – 7. Algunas dispocisiones del pliego de condiciones – 8. Al Cerro Áspero llegan los picapedreros – 9. Trabajo complicado y la gripe brava – 10. Baltasar Brum entre nosotros. El adoquinado avanza – 11. De picapedreros, herreros y carreros – 12. Año 1923, “La Fiesta del Trabajo” y el regocijo del Presidente Serrato – 13. Nuevas historias, el Plan Regulador y la ciudad “patas pa´rriba” – 14. El fin de una época – 15. Epílogo
1. Introducción
En el presente 2017 se cumplen los cien años del comienzo de la labor de adoquinado de las calles del casco urbano de la ciudad de Rocha.
Dicho episodio constituye un hito fundamental en el desarrollo de la ciudad, representando el pasaje de un conglomerado urbano antiguo a uno moderno.
Esta mayúscula intervención realizada en un proceso de más de 15 años (1917-1933), significó poner más de ocho millones de adoquines de granito en las vías de tránsito, sin contar los 58.000 metros lineales de cordón.
La permanencia actual de más del 75% del mismo, le da a dicha obra una significación especial, constituyendo no solamente un rasgo especialísimo de la imagen de la ciudad, sino un motivo de orgullo y sentido de propiedad patrimonial para sus habitantes, quienes lo transitan diariamente.
El siguiente trabajo busca recomponer ese proceso, no solamente en sus aspectos operativos-urbanísticos sino tratando de analizar especialmente el contexto histórico-cultural en el cual aparece y se desenvuelve.
Los hechos históricos no constituyen el capricho de nadie, sino que surgen por una conjunción de elementos de distinta índole, los cuales forman el ambiente propicio para su génesis y desarrollo.
Los acontecimientos que aquí nos ocupan surgen en medio de ese período tan peculiar de la historia del Uruguay, que se conoce como los años 20, los “twenty”.
Si el país tuvo sus “años locos”, su “belle epoque”, ¿porqué no habría de haberlos tenido nuestra conocida y recurrente Villa Nuestra Señora de los Remedios?
Claro que a esa altura donde los años veinte avanzaban vertiginosamente, Rocha ya había dejado muy atrás las características de una villa antigua, para encontrar en estos años el camino definitivo hacia la modernidad.
Nuestro propósito pasa inevitablemente por ver la euforia indisimulada de los rochenses de entonces; analizar su estado de ánimo, su optimismo, los planes de futuro que parecían no tener techo.
Tenían motivos suficientes para ello: los habitantes de la ciudad no solo eran espectadores del mejoramiento de sus calles, sino que asistirían también a adelantos tan sustanciales como el agua potable y el saneamiento.
No pocos automóviles, distribuídos por diversas agencias de venta de diferentes marcas, procuraban circular por la ciudad, tocaban bocina, cargaban “bencina” en los tanques surtidores que aparecían por doquier.
Los transeúntes buscaban la forma de circular por veredas que en muchos puntos, estaban obstaculizadas por decenas de construcciones edilicias, las cuales, a la vez que ponían a tope la mano de obra disponible, mostraban fehacientemente el poder adquisitivo de comerciantes, productores rurales y vecinos con afán rentista.
Funcionaban dos instituciones sociales fuertes, se impulsaba el fútbol, el tiro al blanco, el patín, el boxeo, la pelota vasca, el ciclismo entre muchos otros deportes.
Noche a noche dos biógrafos ofrecían funciones de películas y atracciones varias con abundante público y las confiterias competían atrayendo concurrentes con números musicales en vivo.
Los rochenses viajaban asiduamente a la playa, salían de excursión a “recreos” y a la campiña cercana.
Y como corolario de todo esto, esos mismos rochenses vislumbraban, veían la concreción de un sueño largamente acariciado: la llegada del ferrocarril. Por supuesto, no se imaginaban ni por asomo que dicho proceso, llevaría largos años con accidentados acontecimientos.
En este ambiente recibieron al primer Presidente que visitó la ciudad, Baltasar Brum, para más tarde hacer lo mismo con el Ing José Serrato y el Dr. Gabriel Terra.
Resulta oportuno entonces, este pretexto de los centenarios adoquines, para recordar e incursionar por aquellos años donde nuestros coterráneos eran felices, mientras pensaban y soñaban en cosas grandes.
2. Mejorando una imagen
Los pobladores de la Villa Nuestra Señora de los Remedios, tanto aquellos de lejano avecinamiento, como los recientemente llegados en sucesivas oleadas inmigratorias, impulsaron desde el vamos la creación del departamento.
Veían en ello algo más que el deseo autonomista, sino que vislumbraban ahí el punto de partida indispensable para iniciar un esfuerzo colectivo que lograra poner a la villa en el camino de una urbanidad más adecuada a sus sueños y anhelos. Había tanto para hacer, que la empresa no admitía demoras ni dilaciones.
Los nuevos pobladores llegados a estos lares desde principios de la década del 1870, no constituían un simpĺe conjunto variopinto de comerciantes, hábiles obreros, albañiles, artesanos, orfebres, herreros y carroceros, artistas que trabajaban los cueros, maderas y hojalata. Con ellos vinieron interesantes personajes, que se destacaban en el periodismo, la música, las artes, la educación; figuras que portaban sobre todo nuevas ideas y pensamientos revolucionarios.
Sobre ellos, donde no faltaban tampoco los aventureros de distintos orígenes, se alzará la pesada tarea de cambiar la inercia habitual de poblaciones que, como Rocha, flotaban en medio de la soledad de los campos, azotados por los periódicos fantasmas de la guerra y que se hallaban abandonados a su suerte por un Estado ausente y prescindente.
Estos nuevos rochenses por adopción, trajeron la imprenta, editaron diarios, fundaron las primeras instituciones sociales y recreativas, animaron las primeras tertulias musicales e impulsaron los primeros colegios de enseñanza con Erasmo y Ruiz Zorrilla.
Insuflaron en la primitiva sociedad rochense, los aires de la Revolución Francesa – Libertad, Igualdad y Fraternidad – desde sus perspectivas personales de ciudadanos universales, libertarios y librepensadores, no vacilando en enfrentarse desde un primer momento a los designios de una Iglesia Católica dominante.
Con esta base imprescindible, un conjunto de ciudadanos ilustres y preparados, pone manos a la obra desde el mismo día de la instalación de la primera administración autónoma del departamento en 1881.
¿Por dónde empezar, cuando todo estaba por hacer?
Quizás por encarar los múltiples problemas sanitarios, que se originaban en un territorio cenagoso y plagado de pantanos, donde las aguas no encontraban forma de fluir hacia sus cauces naturales permaneciendo indefinidamente estancadas en desmedro de la salud de la población.
Frente a las alarmas de epidemias y pestes expresadas periódicamente por los profesionales, el enorme trabajo de cegamiento de pantanos, tanto en el área suburbana como urbana, fue el primer trabajo colectivo de volumen que tuvo que encarar la administración de la ciudad de Rocha.
Se realizó con el aporte de cuadrillas de obreros, picapedreros y carreteros italianos frente a la inexistencia de mano de obra local, cuando no frente a la negativa de los habitantes de esta localidad a participar en tareas de este tipo.
Fue uno de los primeros trabajos que tuvieron en la zona estos inmigrantes, seres desgraciados, sin familia, trashumantes, sin un oficio definido, empleados en el arranque, traslado y disposición de piedras para el relleno de los sectores pantanosos de la ciudad. Se fueron de Rocha como vinieron, silenciosamente, sin dejar descendencia ni rastros familiares, tal como lo demuentran sus desconocidos apellidos que no perduraron en la sociedad local.
Probablemente, las primeras autoridades, tuvieron que ocuparse de los famosos “corrales de abasto”; espacio de donde provenía el principal alimento de la sociedad y que desde el sector sureste de la misma constituía por entonces un indescriptible foco de contaminación y enfermedades.
Cómo no ocuparse del cementerio, un simple campo, más o menos cercado, donde los enterramientos se producían sin orden en un espacio, que si bien contaba con un plano ordenador, el mismo no se respetaba, resultando difícil ubicar una parcela o una simple sepultura.
Los dirigentes locales, se veían en figurillas para dar un auxilio a tantos vecinos que, viviendo situaciones de salud desesperantes, solicitaban un “socorro” a la Junta, que debía materializarse en algunos casos, para subsistir sin tener posibilidades de trabajar y tener acceso a algunos medicamentos.
Les preocupaba en forma especial a las nuevas autoridades departamentales, la realidad jurídico-territorial de la villa, que no había solucionado el viejo y controvertido asunto “del Ejido”, que tantas disputas y problemas venían generando desde mucho tiempo atrás.
Luego de este impulso inicial, mucha agua correría bajo los puentes de este aislado pueblo urbano del este uruguayo.
Entre dificultades y avatares políticos, transcurren los últimos años del siglo XIX; el ansiado espacio finisecular trae consigo renovadas expectativas, en aras del conjunto de las nuevas ideas que portan el positivismo, el anticlericalismo, las doctrinas higienistas, que penetran en todos los pliegues de la vida del país.
Paralelamente, el estado, en la medida de sus posiblidades, va poco a poco ocupando su lugar y diciendo presente en todos los órdenes de la cotidianeidad de sus habitantes.
Aumenta la población y con ello, el conglomerado urbano. Aparecen las primeras obras públicas, la producción del campo genera un ahorro que se vuelca en el espacio urbano, surgen edificios por doquier y llegan algunos servicios.
La ciudad toda respira un clima de optimismo y deseos de superación; los rochenses están pues, por fin, en condiciones de ocuparse de sus calles.
3. Las calles de la ciudad
Un transeúnte cualquiera, caminando por las calles de Rocha, hace exactamene 100 años atrás, hubiera podido constatar algunas cosas.
Se percataría de unas calles alineadas, en unas manzanas céntricas que poco a poco se iban poblando de edificios de distinto nivel y estilo. Encontraría de todos modos que los baldíos eran moneda corriente, con espacios vacíos abundantes en parte del centro acentuándose tal tendencia en las zonas inmediatas hacia los cuatro costados de la ciudad.
Las calles lucían más o menos afirmadas y limpias. Contribuían a ello unas tres cuadrillas urbanas, formada por un capataz, 4 o 5 peones, 1 carretillero, los cuales con poco equipamiento, procuraban un simple mantenimiento, tapando los pozos, limpiando los desagues y cunetas, ensayando alguna contención de piedra en las bocacalles más complicadas.
Por supuesto que las lluvias persistentes traían barro y las sequías y los vientos; el polvo penetraba en las casas y molestaba a los transeúntes. Estos a menudo eran obligados a transitar por la calzada frente a las dificultades que presentaban las veredas.
Sin embargo había luz eléctrica, un sencillo e incompleto servicio de alumbrado público, que se reducía a unos focos colgantes en las esquinas; y a menudo en los lugares más transitados, algún pescante de hierro con lámparas en mitad de las cuadras.
Se veían jinetes circulando por las calles céntricas haciendo sus diligencias, así como abundante tráfico de carros, carruajes, jardineras de reparto, etc, que encaraban su labor diaria de realizar servicios y llegar al consumidor habitual con sus mercaderías. Muy pocas bicicletas se notaban en las calles siempre en manos de atléticos muchachos y con un afán simplemente recreativo. Había hecho aparición su automóvil por las calles de Rocha y su número aumentaba rápidamente.
Tales eran por entonces los bullicios y ruidos que presentaban las calles de Rocha hace 100 años donde los sonidos urbanos que predominaban eran las voces de los vecinos; ya sean estos reunidos en las esquinas más significativas, frente a sus negocios más destacados o en las veredas de sus fondas y hoteles siempre pobladas de viajeros ocasionales.
Tendríamos que recurrir a los vecinos más memoriosos para que nos recordaran algo de aquellos tiempos donde las calles de Rocha presentaban otra imagen.
Unas vías verdederamente intransitables, literales trillos castigados constantemente por el tránsito pesado de carros y especialmente carretas. Estas últimas, en su evolución lenta y pesada, con enormes dificultades para doblar en las esquinas, a menudo llegaban a romper parte de las casas esquineras, por lo que los vecinos ponían gruesos postes de madera dura clavados en las mismas para evitar dichos accidentes.
Todo ello trajo sobre fin de siglo, las medidas de la municipalidad prohibiendo el tránsito de estos pesados vehículos por las calles de la villa, a la vez que disponía diversas “plazas” en las afueras donde tenían que detenerse y derivar las mecaderías a otro tipo de vehículos,cuyo nombre tan conocido en todas las localidades eran las “plazas de carretas”.
Las calles y veredas constituían un espacio único, no diferenciado, por la inexistencia de cordones que delimitaran a ambas; en la mayoría de los casos cunetas, zanjas y desagues improvisados complicaban el aseo, el buen aspecto y el propio tránsito. Grandes pozos y considerables lagunas retenían el agua de las lluvias durante meses en céntricas esquinas de la ciudad.
Frente a estos problemas la Junta dictaba algunas ordenanzas, siendo de las primeras la del 23 de abril de 1883, sobre limpieza de predios privados y mantenimiento del aseo de sus calles y veredas. La misma disponía entre otros asuntos:
“Art.1- Desde los veinte días de la promulgación de la presente disposición, todos los vecinos que habitan dentro del radio de esta Villa, quedan obligados a tener limpias sus casas y sus patios.
Art 2- Dicha limpieza la efectuarán cuando menos una vez por semana, con excepción de las Fondas, Hoteles u otras casas o establecimientos de comercio en que, a juicio del Inspector, merezcan que se limpien dos o más veces cada ocho días.
Art 3- La limpieza de basuras y su extracción, la hará cada vecino por su cuenta, depositándolas en uno de los puntos siguientes: al SO en la quinta de Pedro Miranda y la adyacente al O.; al NE en la quinta municipal que linda con la sucesión de don Gabino Corbo, a dos cuadras del perímetro de la Villa.
(…)
Art 6- Se prohíbe absolutamente arrojar aguas sucias a la calle o darles salidas por caños o de cualquier otra forma.
Igualmente se prohíbe tirar a la calle o en terrenos valdíos (sic) o despoblados las basuras u otro género de desperdicios.
Art 7- Queda obligado cada vecino a tener limpia la vereda de su respectiva casa, debiendo carpir cada 15 días el pasto que en ella se cría, así como tener limpias y expéditas las cunetas de las mismas.
Los productos del carpido y limpieza de las veredas se barrerán cada quince días hasta el centro de la calle, dejándolos allí extendidos.
Art 8- Prohíbese también lavar en los estanques y pozos que se hallen dentro del radio del pueblo.
(…)
Art 10- Los infractores a las disposiciones dictadas en el Edicto, serán penados con una multa de dos pesos por cada falta.”
Con el paso del tiempo nuevas disposiciones de la municipalidad, irán reglamentando las conductas de los vecinos con respecto a sus calles y espacios públicos, haciéndo especial hincapié en la conservación de las veredas, su afirmado con losas de piedra y el levantamiento de muros o corralones en los predios baldíos más céntricos.
En otro aspecto, no contaban las calles de Rocha con aquellos adelantos de la energía eléctrica que observara el centenario transeúnte del inicio. Por ese entonces entre los inconvenientes climáticos y las quejas habituales de los vecinos, funcionaba a duras penas un primitivo servicio de alumbrado público en base a los viejos faroles a kerosene.
Es así que Francisco Paciello, Luis Baranzano, Pedro García y Mileo, entre otros concesionarios, debían darse idea, no solo para brindar el servicio,entre los consabidos hurtos de kerosene, las roturas de los tubos de vidrio, la potencia de sus mechas, sino además para cobrar el llamado “impuesto de luces”, tarea complementaria que debía hacer también el empresario. Eran los tiempos de que si el mismo quería cobrar, debía necesariamente también “cobrar” a los beneficiarios del servicio el tributo respectivo.
Ante el deficiente sistema que implicaba la prendida de los faroles al ocultarse el sol hasta las doce de la noche (¡siempre y cuando no hubiera luna llena!) la voluntad contributiva de los vecinos de Rocha no era precisamente destacable.
En resumen, todo esto significaba que las calles de Rocha hacia el comienzo del siglo y muchos años después permanecieran durante las noches en franca oscuridad.
4. La irrupción del automóvil
Pero la ciudad siguió evolucionando y por 1911 ciertos ciudadanos se presentan ante la Municipalidad solicitando lo siguiente:
“Rocha, setiembre 24 de 1911
Señor Intendente Municipal
Don Eliseo Marzol.
En cumplimiento de lo ordenado por esa Intendencia, el suscrito, en representación de la empresa de que formo parte, viene por la presente a presentar a V.S. el automóvil de su propiedad, para que una vez que esa Intedencia tome en consideración las características del mencionado coche así como los demás detalles que exije el reglamento últimamente promulgado,se sirva incluirlo en el registro respectivo.
Vehículo.- Mitchell, modelo S de la fábrica Mitchell-Lewis Motor Company de E.U. de América.
Seis cilindros (….)
La materia empleada para producir la fuerza motriz es la bencina o nafta.
La fuerza desarrollada por el motor es de 20 HP. La velocidad máxima es de 50 kmts por hora.
Destínase este vehículo para alquiler.
Será conducido por el Chauffer Tribaudini Felice, domiciliado en esta ciudad.
En cuanto al número que deberá obstentar este vehículo, esa Intendencia se servirá indicar al suscrito cual es el que corresponde.
Saluda a Ud. muy atte.
Feliciano Cotelo.”
A los pocos días aparece la segunda solicitud:
“Rocha, setiembre 28 de 191l
Sr. Intendente Mpal.
Eliseo Marzol
Comunico a V.S. que poseo un automóvil “Mitchell”con un motor que desarrolla una fuerza de 12 caballos y que está en un todo de acuerdo con las disposiciones dictadas por esa Intendencia.
Le agradeceré tenga a bien hacerlo inscribir en el padrón correspondiente.
Saluda a Ud. muy atte.
Antonio Lladó”
El tercer vehículo en ser empadronado en la ciudad fue el siguiente:
“Sr. Intendente Municipal.
Miguel Gutiérrez, domiciliado en la calle Agraciada No. 130 ante Ud. comparezco y digo:
Que con el Sr. Cecilio Arrarte poseemos un automóvil marca “Knox”, el cual destinamos a alquiler para viajes en el Departamento o fuera de él, así como en la ciudad.
Dicho automóvil es de 11 pasajeros. La fuerza motriz es dada a bencina; la fuerza de su motor es de 18 caballos; la velocidad máxima que desarrolla es la de 60 kmts por hora, y el nombre del Chauffer que lo dirije es el siguiente: Sr. Guillermo Eduardo Brooks, Agraciada 130.
Quiera ordenar se inscriba dicho vehículo en el Municipio.
Rocha , setiembre 27 de 1911.
Miguel Gutiérrez”
Cosas como estas marcaban el destino final de las viejas calles de tierra de la ciudad. Llegaban a Rocha los primeros automóviles.
Era hora entonces de poner manos a la obra y proponerse otras soluciones que sacaran definitivamente a sus habitantes del castigo diario del fango y del polvo.
5. La idea del adoquinado
5.1 – Orígenes remotos – Si bien no es difícil encontrar entre los pueblos antiguos, diversas formas de utilizar la piedra como recurso para mantener sus vías de tránsito, es entre los romanos donde se encuentran ejemplos magníficos que permiten sentenciar que ellos fueron verdaderos maestros en la materia.
¿Quién no ha oído hablar de las viejas y famosas vías y calzadas romanas? Revolucionarias obras de particular ingenio a través de las cuales este imperio buscaba el acceso y el dominio de todos los confines de sus territorios. Eran formas primitivas de la aplicación, primero de la piedra en cuña y luego de otras formas de disponer volúmenes irregulares de las mismas.
Eran precisas construcciones con un perfecto “cajón” donde a partir del firme de la roca, se disponía la mezcla ideal de arena y argamasa, para recién entonces, emplear la cubierta de piedra colocada en forma “bombeé”. Se encuentran todavía ejemplo de ello, con sus veredas y zanjas a ambos lados, buscando la rápida evacuación de las aguas e incluso ingeniosas formas que permitían ser cruzadas por los peatones de una manera fácil y segura.
Con los complementos de alcantarillas, acueductos y puentes entre otros, a menudo hoy en día son objeto de admiración de estudiosos y turistas, en muchas ciudades de referencia.
Dieciocho siglos después las calles de las poblaciones del Virreinato del Río de la Plata presentaban un estado tal, que no solamente impedían un tránsito adecuado, sino que constituían verdaderos focos de enfermedades, con sus aguas estancadas y desperdicios de todo tipo.
Existen documentos que confirman que 30 años antes que finalizara el siglo XVIII, el Cabildo porteño se ocupó de que se trajeran piedras desde la isla Martín García, con el objeto de “…mejorar el estado deplorable de las calles intransitables por las lluvias y el paso de las carretas de bueyes.” (“Vicente Quesada: Solicitud del Virrey Vertiz al Cabildo porteño” en diario “Clarín”: “Una historia que dura” de 19 de mayo de 2014)
Ese conjunto rocoso del macizo de Brasilia, cuya antigüedad se calcula en millones de años, ubicada en una de las islas de la estratégica boca del estuario del Plata, fue el origen de los primeros empedrados de las comunidades urbanas de la región.
Décadas después, a mediados del siglo XIX, el origen de los adoquines cambió: provenian ahora de Europa, viajando como lastre de las innumerables naves que llegaban a Buenos Aires a buscar la producción de granos de los campos argentinos. Generalmente su origen era las canteras de Irlanda y Noruega.
Luego tendrá que llegar el ferrocarril para hacer rentables los yacimientos de granito de Tandil y zonas adyacentes y convertir esa actividad minera en una de las experiencias socio-industriales más interesantes de la época.
A partir de entonces la capital porteña y sus alrededores verían cubrirse sus calles con el manto gris del adoquinado que cambiaría definitivamente su aspecto.
5.2 – La pavimentación en nuestra orilla – En la otra margen del Plata, el adelanto llegó en los tiempos de Latorre, cuando en ocasión de ser demolidas las viejas murallas coloniales de Montevideo, se utilizó el material resultante para fabricar adoquines en la célebre “Cantera de los Presos”. De esta circunstancia nace el adoquinado primitivo de lo que fue después la Avenida 18 de julio.
En un proceso interrumpido múltiples veces por situaciones de crisis, las mejoras aquí expuestas eran una vaga ilusión para los atrasados y aislados poblados el interior uruguayo.
Para que esa ilusión se haga realidad, van a ser necesarios los nuevos aires que trae el siglo XX: la recuperación de la economía del país, el fortalecimiento y la presencia del estado, los beneficios oportunos de la guerra europea, el desarrollo del comercio y la artesanía, y por qué no, la presión de aquellos vecinos entusiastas que – como Gutiérrez, Arrarte, Lladó y Cotelo – golpeaban los mostradores de la municipalidad anunciando la llegada del automóvil, y por ende, exponiendo la necesidad de calles en condiciones de buena circulación para estas nuevas máquinas de transporte.
5.3 – Nace el adoquinado obligatorio – El comienzo de este largo proceso puede señalarse en el decreto de la Junta Económica Administrativa de Rocha del 19 de diciembre de 1914, el cual en sus disposiciones fundamentales establece las siguiente:
“Art. 1- Declárase obligatoria la construcción de afirmado de granito en el radio de la Planta Urbana comprendida por las calles Colón, Ituzaingó, Monterroso, Solís (hasta 25 de mayo) y Leonardo Olivera, desde ésta hasta la calle Colón.
Art. 2- Por el momento la obra referida se limitará a las siguientes calles: Uruguay, desde Lavalleja hasta Rincón; José P. Ramírez, desde 13 de abril hasta Piedras; Montevideo, desde 13 de abril hasta Piedras; Gral Artigas, desde 13 de abril hasta Misiones; 18 de julio, desde Lavalleja hasta Misiones; Treinta yTres desde Lavalleja hasta Misiones; Florida, desde Lavalleja hasta Misiones; Lavalleja, desde Uruguay hasta Florida; 25 de mayo, desde Uruguay hasta Florida; 25 de agosto, desde Uruguay hasta Florida; Rincón, desde Ramírez hasta Florida; Piedras desde Ramirez hasta Florida.
Art. 3- Los propietarios de las fincas con frente a las calles pavimentadas en la forma incluída en los artículos 1 y 2, abonarán la parte que les corresponde, proporcionalmente al frente que tengan hasta el eje de la calle.
Art. 4- El afirmado grava la propiedad en la misma forma que la Contribución Inmobiliaria urbana.
(…)
Art.6- El afirmado de las bocacalles, frentes de Plazas, edificios de propiedad fiscal o municipal serán pagados por la Municipalidad en iguales condiciones que los particulares.
(…)
Art.8- La gestión de cobro, cuando haya Contratista, corresponderá a éste; y en caso de que se ejecute por Administración será hecho por la oficina correspondiente (….).
Rocha, 19 de diciembre de 1914
M. Oficialdegui – Miguel Dinegri Costa”
6. El primer llamado a licitación
Ya vimos la primera manifestación al respecto en el decreto de fines de 1914.
El año 1915 fue utilizado para toda la labor preparatoria antes de un trabajo de la importancia del planeado; un período de ajustes, estudios del terreno, niveles, delimitación de áreas y prioridades, preparaciones de pliegos, etc.
Y 1916 fue el año del llamado a licitación, la recepción y estudio de las ofertas, la adjudicación, la publicación de los trabajos indicados y la espera de posibles recursos interpuestos por los vecinos frentistas, tal cual lo preveía la ley habilitante.
Al primer llamado para los trabajos se presentaron varias empresas: Casteres y Cia, Barreiro Hnos. y Salvanelli y Volanti.
Fue aceptada la oferta de la firma Luis Casteres y Cia. consistente en $ 3,64 el m² de adoquín y $ 1,39 el metro lineal de cordón.
En enero de 1917 un conjunto de 33 obreros, a bordo del vapor “Tabaré” llegan a Rocha para comenzar los trabajos.
Como ya se especificó antes, el área inicial a adoquinar era el perímetro delineado por las actuales calles Julián Graña, Rincón, Florencio Sanchez y Lavalleja.
Diversas circunstancias hicieron que las obras tuvieran algunos interrupciones y pequeños cambios en el plan original.
7. Algunas disposiciones del pliego de condiciones
Veámos algunas de las disposiciones más destacables de los pliegos a los cuales debían ajustarse las empresas encargadas de pavimentar con adoquines la calles de Rocha.
Dejando de lado las primeras disposiciones, donde se daba cuenta, entre otras cosas, de las condiciones que debían reunir los oferentes, forma de la presentación de la propuestas, garantías de las mismas y otros tópicos de carácter general, se pasaba quizás a la parte que más nos puede interesar: esto es, a la descripción de las obras a ejecutar.
“Art. 29: La superficie del fondo de la “caja” será convexa de forma de arco de círculo con una flecha de 12 cms. en las calzadas de 6,90 ms. de ancho y de 0,08 ms. en los de 5 mts.
El fondo de la “caja” deberá estar en todos sus puntos, a un nivel de 0,35 ms. por los menos más bajo que el nivel que deberá tener la superficie del adoquinado en la recepción provisoria.
Art. 30: Afirmado. La superficie del adoquinado será convexa en forma de arco de círculo con una flecha de 0,12 ms. en las calzadas de 6,90 ms. y de 0,08 ms. en las de 5 mts de ancho.
a) el firme tendrá, en la recepción provisoria, un espesor constante y mínimo de 0,35 cmts.. La capa de arena deberá disponerse en una cantidad tal, que tenga bajo la parte inferior del adoquín y después del respectivo apisonado, un espesor mínimo de 0,20 cmts.
b) Encima del adoquinado se extenderá una capa uniforme de arena de 0,03 cmts. de espesor.”
Eso en cuanto a los detalles básicos de construcción para las calles; con referencia a las veredas y cordones, se marcaba lo siguiente:
“Art. 31: Las veredas tendrán el ancho que resulte del replanteo de los cordones. (no resultará constante a causa de la irregularidad existente en la alineación de los edificios)
a- Se colocará cordones de granito labrado limitando la parte exterior de la vereda. Estos cordones tendrán las siguiente dimensiones: 0,50 ms. de largo mínimo; 0,12 ms. de espesor y 0,40 ms. de alto.
b- Los cordones correspondientes a las esquinas, serán de forma curva de acuerdo con el detalle que dará la Inspección Técnica.
c- La cara superior del cordón se elevará 0,16 cmts sobre la cara superior del adoquín de contacto. Esta altura podrá varíar algo, principalmente en las bocacalles siempre que lo requiera el aumento de declividad de las cunetas para facilitar el curso de las aguas.
Art. 32: Los materiales que en cualquier forma extraiga el contratista de las calles a adoquinarse serán de propiedad municipal y deberán depositarse en el lugar que la Inspección Técnica indique.”
En lo referido a la calidad de los materiales a emplearse se dispone:
“Art. 35: Tierra. En la formación de los terraplenes y rellenos de zanjas solo podrá emplearse tierra de buena calidad, absolutamente seca, bien desmenuzada y desprovista de terrones.
Art. 36: Adoquines. Serán de piedra de buena calidad, de granito, de color uniforme y naturaleza homogénea. Tendrán la forma de prisma recto de base rectangular y de las dimensiones siguientes: largo: 0,19 a 021 cmts.; alto: 0,15 a 0,17; ancho: 0,11 a 0,12.
Los adoquines seran labrados, no a la perfección, en su cara aparente y en los cuatro o seis centímetros superiores de sus caras de junta. En el resto, desbastados lo suficiente para que el ancho de juntas sea aproximadamente de 1 cmts.
Se rechazarán todos los adoquines que no reúnan las condiciones estipuladas a juicio de la Inspección Técnica.
Art. 37: Arena. La arena será silícea, gruesa, limpia, exenta de toda materia extraña como ser tierra, arcilla, materiales orgánicos, cantos rodados, etc.”
Luego de una serie de disposiciones que indicaban la forma de las distintas capas que llevaba la “caja”, se establecía, con especial detalle, la forma de colocar los adoquines:
“Art. 46: Una vez recibidos todos los materiales en la forma que dispone la Inspección Técnica, podrá el empresario proceder a su colocación.
Art. 47: Se esparcirá la arena necesaria y en todo el ancho de la caja, formando una capa de espesor uniforme; sobre esta capa se colocarán los adoquines, para cuyo trabajo empezará el operario por hacer un pequeño hoyo donde encajará la base del adoquín afirmándolo enseguida con un mazo cuyo peso sea de 7 kgrs. y haciendo que quede aproximadamente normal a la superficie del adoquinado. Se rellenarán las juntas con arena que se sacará al formar el hoyo y se golpearán las caras laterales a fin de que el adoquín se acerque cuanto sea posible a los ya colocados y por consiguiente las juntas en el sentido transversal y longitudinal, sean de 1 a 1,5 cmts.
En planta, los adoquines se colocarán con juntas continuas normales a los ejes de las calles. Los adoquines de una misma hilera tendrán todos el mismo ancho.
En las bocacalles, las juntas continuas serán respectivamente paralelas a las dos diagonales.
Las juntas menores entre adoquines se reducirán al mínimo posible, e irán interrumpidas de modo que corresponda cada una entre el medio y el tercio central de los adoquines de la precedente hilera.
Después de terminadas las operaciones descriptas se acabarán de asentar los adoquines, se golpearán las cabezas con pisones de 30 kgrs. de peso procurando que la compresión sea enérgica y uniforme.
(……) Se terminará el trabajo repasando las juntas y rellenando con arena cuyo diámetro no pasará de dos milímetros, las que hayan experimentado pérdidas por el apisonamiento.
Art. 48: Una vez ejecutadas las operaciones impuestas por el art. anterior, la Inspección Técnica examinará el adoquinado verificando que el firme reúne las condiciones exigidas de forma y resistencia . Si el adoquinado tuviera las condiciones para la recepción provisoria, la Inspección Técnica autorizará al empresario para que proceda a extender la capa de arena superior, aludida en el art 30, inc.b. Entre los diez y quince días después de haberse librado al tránsito público un trozo adoquinado, se procederá a retirar la cubierta sobrante de arena.”
Se pasa luego a las disposiciones referidas a la recepción y la conservación de las obras:
“Art. 49: Cada vez que el empresario haya concluído una cuadra de adoquinado con sus bocacalles, se presentará por escrito a la Municipalidad, solicitando a los efectos del pago y del plazo de conservación, la recepción provisoria de dichos trabajos.
(…)
Art. 51: Queda obligado el Empresario a conservar la obra durante seis meses contados desde la fecha de la recepción provisoria de todas las obras ejecutadas.
(…)
Art. 54: El pavimento construído en las bocacalles y calles que circunden plazas o jardines públicos, será abonado por los propietarios proporcionalmente a sus frentes.
Art. 55: Pavimentos abonados por el Estado – El pavimento de las calles frente a edificios de propiedad de la Nación o Municipalidad, será satisfecho por el Estado o el Consejo respectivamente, descontándose el 1% en cada paga de acuerdo con las Leyes vigentes.
Art. 56: Cobro del adoquinado a los vecinos – Los propietarios no están obligados al pago del afirmado hasta tanto no se presente la cuenta conformada por el Consejo y Inspección Técnica.
Art. 57: La gestión de cobro en todos los casos corresponde al contratista, quedando los propietarios obligados al pago desde el momento que el Consejo declare recibido provisoriamente el afirmado.”
Es útil saber que el contratista debía observar lo dispuesto por la municipalidad referido a los jornales y demás beneficios de los trabajadores ocupados de estas obra.
Por ejemplo: “(…) los contratistas están obligados a tomar en los trabajos a su cargo, hasta el 80% del personal obrero a ciudadanos naturales o legales, debiendo a la vez dar preferencia a los jefes de familia y a los obreros de la localidad”
Así se fijaba la siguiente escala de jornales:
a) Peones, foguistas (peones), carreros, cilindradores, aradores: mínimo $1,60 – máximo $1,70.
b) Barrenistas, marronistas, empedradores, adoquinadores, ayudantes de albañil, ayudantes de carpintería, herreros, ayudantes de pintor, guarda galpones, guarda hilos, capataces 2do. de camino, foguistas, picapedreros: mínimo $1,70 – máximo $2,60.
c) Capataces generales y capataces especialistas de diversos gremios, maquinistas de instalaciones fijas y de grandes locomotoras, soldadores electricistas: mínimo $ 2,80 – máximo $ 4,00.
Asimismo se pagarían los animales para tracción (caballos) de $ 0,60 a $1.oo. y los carros y animales y bueyes para cilindro y para arar con un mínimo $1,20 y un máximo de $2,00.
Se fijaba asimismo el plazo de iniciación y de finalización de las obras:
“Art. 63 – Plazos: El contratista dará comienzo a los trabajos veinte días después como máximo de formalizado el contrato, debiendo terminarlo dentro del plazo de seis meses.”
8. Al Cerro Áspero llegan los picapedreros
A la hora de conseguir material para fabricar los adoquines de piedra que en sucesivas etapas irán cubriendo las calles de la ciudad de Rocha, era imprescindible encontrar canteras lo más cerca posible del lugar donde se desarrollarían los trabajos.
Los costos de los fletes, componente fundamental en el presupuesto de toda obra de este tipo, resultaban claves a la hora de considerar la viabilidad de los mismos. Las propias características y volúmenes de las cargas a transportar y los medios limitadísimos con que se contaba en la época, hicieron que se optara por la formación granítica que existe a escasos 15 kilómetros de la ciudad, en la séptima sección judicial del departamento, en el paraje conocido como “Cerro Áspero”.
En los primeros días de 1917 comenzaron los trabajos preparando la cantera para su posterior explotación.
Las características de esa roca ígnea que, en su combinación casi perfecta de cuarzo, feldespato y mica, ofrecía un granito de “buena calidad”, de “naturaleza y color uniforme”, tal como lo requería el pliego de condiciones.
Mientras que en la ciudad un conjunto de obreros se disponía a preparar algunos tramos de calles con sus excavaciones, acopio de materiales y niveles; en el Cerro Áspero crecía la actividad.
Era la hora de los picapedreros.
Las empresas adjudicatarias de los trabajos – elegidas por los procedimientos ya vistos – se comprometían a entregar la obra “llave en mano”, por emplear una terminología moderna.
Ello implicaba que se debían munir de todos los materiales necesarios, incluyendo obviamente, los propios adoquines.
A tales efectos, se contrataban los trabajos de cantera con personas especializadas en estos menesteres: los picapedreros. Era personal no muy abundante por cierto.
En los trabajos de Rocha, no se negociaba con una empresa, sino que, debido a las características de las obras (de poco monto, alejadas de Montevideo y planificadas en pequeñas etapas), se procuraba interesar a alguien perteneciente al oficio, que estuviere en condiciones de organizar un grupo de trabajo con personas de su conocimiento y confianza; un líder carismático que ofreciera la seguridad de llevar a cabo el emprendimiento en tiempo y forma.
Esta persona, a quien le podríamos llamar “patrono”, era un picapedrero más, que dejaba traslucir habilidad para los negocios y tener la actitud de un conductor.
En muchas circunstancias, intervenía en el propio arrendamiento de un campo con cerros de piedra.
“En términos generales, hay que decir que trabajar la piedra no era una actividad u oficio más: requería especialidades y destrezas que no se aprendían en las escuelas técnicas, sino en la transmisión de padres a hijos, de maduros a jóvenes, de diestros a noveles”. (Hugo Nario, “Los picapedreros de Tandil – Historia abierta”, Edit. Del manantial)
Varias décadas atrás, a medida que fueron siendo imprescindibles sus conocimientos, se les fue trayendo desde sus aldeas italianas, donde desarrollaban sus habilidades desde tiempos ancestrales. Luego se les sumaron españoles, rusos y gente proveniente de la antigua Yugoeslavia, especialmente montenegrinos.
“Con el paso de los años, miles de hombres aprendieron las casi dos docenas de especialidades que reunía cada explotación, y constituyeron un grupo humano poco común.
Su llegada al país coincidió con el despertar social en el mundo. Con experiencias singulares en sus lugares de origen, su derrotero laboral estuvo cruzado por distintas ideologías que marcaron su comportamiento. Frente a ello, madurez, inteligencia y practicidad, fueron condiciones necesarias para atravesar un período histórico donde no faltaron tampoco actos de verdadero heroísmo y situaciones de desocupación, persecuciones y muertes”(Hugo Nario, ob. cit.).
Su presencia local, de paso, en grupo, generalmente sin familia, semi aislados en su lugar natural de trabajo (el cerro) y la gran actividad laboral que existía, hicieron, de todos modos, que alguna influencia tuvieran en la sociedad rochense de la época. Algo de eso se verá más adelante.
“Ellos, a su vez, habían traído todo: su modo de trabajar, de hablar, de vivir, de vestir, de cocinar y hasta de amar y de odiar, lo que no hizo sino acentuar el aislamiento característico de las comunidades mineras: solidarios entre sí, hostiles y desconfiados a todo lo que viniere de afuera” (Hugo Nario, ob. cit.).
Sin embargo se debe decir que la existencia de picapedreros en la ciudad, era un hecho visible desde por lo menos 30 años atrás.
Distintos ejemplos podemos encontrar de personas solas y otras con familias que llegaban al puerto de La Paloma con algunas pertenencias y llevando a cuestas su viejo oficio de trabajar la piedra. Es el caso de los Pioli, por ejempĺo.
Ellos, en cambio, al llegar en forma individual, se adaptaron rápidamente a esta sociedad, formaron sus familias y se dedicaron a tareas puntuales como la elaboración de postes de piedra para cercos y alambradas, empedrados de patios y entradas para carruajes, escalones de zaguanes y dinteles, losetones para veredas, lápidas funerarias, entre otras cosas.
Las tareas en cantera, para fabricar adoquines en grandes cantidades era otra cosa.
Ya se vió que no cualquiera llegaba a ser un picapedrero y ello llevaba años de aprendizaje del oficio.
Por lo tanto más del 50% de las plazas constituía un trabajo altamente especializado.
“Hasta que se mecanizó la producción de piedra mediante la incorporación de las máquinas trituradoras y los aparatos neumáticos para perforar, la relación entre la piedra y el hombre fue estrictamente manual y muchas veces artesanal”.
En base a esto se puede concluir que los picapedreros cumplían dos tipos de producción: una netamente primaria, la extractiva y otra de elaboración parcial: el labrado de la piedra, lo que si bien no modificaba su naturaleza intrínseca, le agregaba mano de obra en alta proporción.
Esta forma estrictamente manual hacía que la producción estuviese en relación directa con la cantidad de mano de obra. No existían máquinas ni métodos a través de los cuales se pudiese aumentar la producción; solamente ésta se daba con el aumento de horas–hombre. Era una forma productiva que se podría llamar pre-capitalista, lejos todavía de los niveles industriales” (Hugo Nario, Ob. cit.).
En un primer momento, desde el establecimiento de los picapedreros en el lugar de explotación, la tarea inicial era proceder al “destape de la cantera”.
Estas formaciones a menudo presentan diversas formas que emergen de la superficie estableciendo bloques llamados “bocones” o “mazos”; en cambio el verdadero corazón del cerro permanece oculto bajo una capa de tierra y un manto vegetal donde aparecen arbustos, ramas, arena y piedras de inferior calidad que no resultan aprovechables.
Se necesitaba pues el esfuerzo de los elementos menos especializados de la cuadrilla (peones) para dejar al descubierto la piedra viva, en un trabajo duro de pico y pala que podía llevar días, semanas o incluso meses, dependiendo de la profundidad de la tarea y la superficie a descubrir.
Realizado este primer esfuerzo, tocaba el turno de los capataces que, subiendo al cerro, lo recorrían calculando el mejor lugar para “atacarlo”, el sistema de vetas y contravetas, los obstáculos a salvar y los riesgos que cada corte podrían significar.
Decidido el plan de trabajo se ponía manos a la obra. Los obreros, agrupados en diversos equipos de acuerdo a su especialización, predilección y afinidad entre sus compañeros, y con diversas técnicas, procedían a desprender grandes bloques de piedra. Eran reducidos los mismos en volúmenes más chicos, por otro equipo, para caer al fin en las manos de los mejores artesanos. La pequeña compañia formada por el cortador, el refrendador (prolijador) y el adoquinero, terminaban, al fin el trabajo, sentados en el suelo de su natural taller.
Dejemos ahora por un momento a los picapedreros en el Cerro Áspero para ver las noticias que tenían lugar en la ciudad.
9. Trabajo complicado y la gripe brava
Aquel perímetro original a adoquinar, tal cual lo establecía el decreto municipal de 1915, a dos años de haberse iniciado los trabajos todavía estaba inconcluso.
Varios factores influyeron para ello, pero lo cierto es que en abril de 1919, la paciencia de la empresa contratista “Juan Casteres y Cía.” parecía estallar y solo aspiraba a acelerar los trámites para levantar campamento e irse de la ciudad.
En primer lugar deseaba que las autoridades establecieran claramente que era lo que restaba de los trabajos contratados para proceder a su rápida terminacíón.
Asi lo establece en la siguiente carta:
“Montevideo, abril 15 de 1919.
Sr. Intendente Mpal.
Don Angel Ma. Rivero.
Los abajo firmantes, contratistas de las obras de adoquinado de Rocha, se presentan y exponen:
Que estando por terminar las referidas obras, solicitan se nos comunique cuáles son las cuadras que aún debe construir esta empresa. Al mismo tiempo rogamos al Sr. Intendente quiera tener a bien darnos este dato a la brevedad, a fin de poder desarrollar el debido plan de obras con la anticipación necesaria”.
Lo saluda atte.
Juan Casteres”
Sucedía que diversas diferencias entre el decreto habilitante, el llamado a licitación y el propio contrato firmado con la empresa, provocaban dudas en cuanto al alcance de las obras.
Por lo menos así se desprende del informe técnico elevado por el Ing. Víctor Grille, donde se establece, entre otros aspectos que “Como puede observarse, este llamado a licitación no está de acuerdo con lo resuelto por el H. Consejo, puesto que los límites dados por este en la resolución citada, son mayores en algunas calles que lo expuesto en el citado llamado, ni tampoco está de acuerdo con el proyecto formulado y aprobado (…) siendo así que la Intendencia debe resolver si la empresa construirá el adoquinado según contrato hecho por el llamado o por lo resuelto por el H. Consejo y autorizado por la Superioridad, con lo cual se podía satisfacer lo solicitado por la empresa”.
Sea como fuere, el 17 de mayo de 1919, el Consejo resuelve:
“Art.1– Comuníquese a los Sres. Casteres y Cia. en su calidad de contratistas del adoquinado en la ciudad de Rocha y en contestación a su consulta, que debe cerrar el perímetro de las obras contratadas, adoquinando los trozos que aún restan de las siguientes calles: 18 de julio entre las de Rincón y Piedras; calle Rincón entre las de 18 de julio y Florida; calle Piedras entre las de Florida y José P. Ramirez y calle Treinta y Tres entre las de Rincón y Piedras.
Art.2– Pídase a los Sres. contratistas que dejen para el final el trozo de la calle Treinta y Tres entre las de Piedras y Rincón.
Art.3– Pase a la Intendencia para los fines correspondientes.”
De esta forma, con dificultades y atrasos, se cierra esta primera etapa del adoquinado local.
Todo hace pensar que no le fue muy bien a la empresa Casteres y Cía, ya que nunca más se presentó a licitación alguna en Rocha.
–———–
Por entonces, los nuevos propietarios del Teatro de la Plaza, se disponían a concluir las instalaciones previstas desde el inicio de su construcción, y que diversas dificultades por las que debió pasar su dueño original, – la Sociedad Porvenir – impidieron que se hicieran en su momento.
Había que completar su fachada lateral sobre la callejuela, arreglar sus baños, terminar su hall y frontispicio y además dejar instalado sobre la esquina, el proyectado salón para “Baar” y “Sala de billares”.
En otro orden, la población toda estaba sufriendo en ese año 1919, los avatares de la famosa epidemia de gripe, que afectaba no solamente a Rocha sino a todo el país y que arrastrábase desde el año anterior.
Probablemente, para las nuevas generaciones, a 100 años de esa circustancia dolorosa por la que tuvo que pasar el país de entonces, no sea conocida en toda su magnitud.
Hay quienes entienden que en esos tiempos de años felices, bienestar económico y optimismo generalizado, la población fue sorprendida por una nueva forma de enfermedad que, en un primer momento no fue lo suficientemente valorada por la medicina de la época. En el transcurso de 1918, año en que se originó esta epidemia conocida como la “grippe brava”, durante muchos meses se demoró en aceptarla como algo digno de ser considerado seriamente, calificándolo de un “mal común”.
Tuvo que enfermarse el propio Presidente de la República, suspenderse las sesiones del Parlamento por no lograr los quorums mínimos, aumentar significativamente los casos de contagios entre las clases acomodades, para que la percepción cambiara; y aquellos abnegados profesionales que habían sabido batirse con el cólera, la difteria, la fiebre amarilla, la tuberculosis y la sífilis, se pusieran en guardia frente al inesperado visitante que llegaba con aspiraciones de quedarse.
En Rocha, con el transcurso de los meses y ya en 1919, los casos de enfermos aumentaba, y con ello el pánico de la población por ser víctimas del contagio. La gente evitaba salir de sus casas, tener contacto con otros, tocarse, besarse; a menudo fingían sentirse enfermos para evitar estarlo de verdad.
A medida que crecían los casos fatales y eran conocidos los nombres de las personas fallecidas, la ciudad se asustaba y permanecía literalmente postrada.
Estableciéronse medidas precautorias de carácter general, como prohibir las reuniones sociales e incluso los velorios. Parecía que la sociedad toda retrocedía varias décadas atrás.
Para cuantificar el alcance de la epidemia de gripe de esos años, cabe decir que en Rocha en 1918, hubo 30 víctimas de este mal y en 1919 los casos fatales treparon a 63.
Algunas de estas cosas sucedían en la ciudad por aquel entonces, mientras los rochenses veían a su alrededor, surgir residencias y edificios importantes, crecer el número de vehículos circulando, aparecer nuevos comercios y estrenar el adoquinado en sus principales calles céntricas.
10. Baltasar Brum entre nosotros. El adoquinado avanza
A partir de 1920 al frente del gobierno municipal se estrenaba el Consejo Departamental de Administración. Alcanzó la presidencia del mismo el prestigioso vecino Esc. Angel María Rivero, completando el cuerpo Aníbal Zárate, Miguel Lezama y Manuel Presa, más los integrantes por la minoría nacionalista Gregorio Anza, Ruperto Ventura y Víctor Barrios.
Dichas autoridades se darán, a principio de este año, una tregua, una breve pausa en el tema de los adoquines; los meses siguientes se aprovechan para el estudio técnico de las nuevas etapas que se piensan encarar, procurando ensanchar el área central ya pavimentada hacia distintos lugares que se consideraban prioritarios.
De todos modos , algún tiempo después llegaba a Rocha una noticia movilizadora: para mediados de año tendríamos la visita del Sr. Presidente de la República.
Y efectivamente, poco después de las cinco de la tarde del 10 de agosto de 1920, pisaba por primera vez nuestra ciudad, en visita oficial, la más alta autoridad del país. El Dr. Antonio Lladó, en nombre del Comité de Recepción, dió la bienvenida al Dr. Baltasar Brum que llegaba en la cúspide de su prestigio, con sus jóvenes 36 años.
Una verdadera multitud que llenaba la Avenida Artigas del barrio Lavalleja recibía alborozada al Presidente, que se veía impedido de recorrer los pocos metros que separaban el vehículo en que había llegado del grupo de autoridades que lo esperaban para los discursos y ceremonias del protocolo.
Durante muchos años la gente de Rocha comentaría el verdadero frenesí popular que despertó la presencia de Brum. La policía y las medidas de seguridad fueron incapaces de contener el irrefrenable deseo popular de tocar y estar aunque fuere por un instante al lado del líder colorado.
En consonancia con el ambiente que reinaba por esos años, había alegría, confianza, optimismo en la población; pero esa vez también hubo asombro, mucho asombro.
A la oportunidad de ver de cerca a un presidente, para gente que no había visto uno nunca, se le sumaba el particular espectáculo que rodeó su llegada.
Autos, muchos autos, que integraban la caravana, pero especialmente llamaba la atención el numeroso cuerpo militar venido para la ocasión. Desfilaban marcialmente estos, precedidos de bandas musicales, en vistosísimas cabalgaduras, ante los ojos atónitos de gran parte del pueblo. Nunca se había visto en Rocha, personal ataviado con trajes de gala, por ejemplo.
No sin dificultades el cortejo emprendió la marcha a pie, hacia el centro de la ciudad.
El clima amenazante de las últimas horas, se transformó en esos momentos, en una pertinaz llovizna; no obstante el público en las aceras de las actuales calles Zorrilla, Leonardo Olivera y Orosmán de los Santos, no disminuía en número y entusiamo.
Avanzaban de esta forma, con la banda militar presidencial al frente, seguida del Presidente, los integrantes del Consejo Departamental, el Jefe de Policía Amaranto Torres y otras autoridades; más atrás la comitiva oficial que vino de Montevideo donde se destacaban, entre otros, varios Ministros de Estado.
Allí iba junto a Brum – casi como una ironía del destino – su Ministro del Interior Dr. Gabriel Terra, el de Obras Públicas, el inefable Arq. Humberto Pittamiglio, el de Instrucción Pública, Dr. Rodolfo Mezzera y algunos más.
Atrás seguía una enorme columna de gente.
Formaba la delegación también nuestro muy conocido Horacio Arredondo, amigo personal del Presidente y promotor principalísimo de este viaje. Tenía don Horacio el propósito que él mismo visitara y se interesara en los planes de reconstrucción de las fortalezas de Santa Teresa y San Miguel.
Al llegar a la calle Gral. Artigas y dejar al costado el enorme baldío donde hoy se encuentra la Escuela Pública del mismo nombre, la llovizna ya no era tal; se había transformado en una soberana lluvia.
No obstante desde ambas veredas, centenas de niños de las distintas Escuelas aguantaban estoicos, desde varias horas atrás, esperando el pasaje del Presidente, a quien saludaban ahora con sus banderitas.
Los rochenses todos parecían orgullosos de poder ofrecer a los visitantes esa calle elegante con sus adoquines perfectos, su alineado acordonado, sus balcones embanderados y su pueblo pletórico de fervor patriótico.
Pocas cuadras después llegaban hasta la residencia del Dr. Lladó, quien sería el anfitrión de Brum mientras permaneciera en la ciudad. La insistencia del público hizo que el Presidente saliera al balcón de la misma para dirigir un pequeño discurso a los allí presentes.
Los días siguientes en que el presidente Brum fue nuestro huésped – antes de emprender su gira hacia el norte del departamento – estuvo poblado de actos, reuniones, acontecimientos sociales e inauguraciones.
Tuvo su punto más alto en el magnífico banquete con posterior baile, que se realizara en su honor en los salones del Palacio Municipal. Los rochenses acudieron solícitos con sillas, mesas, plantas, cortinados y demás enseres, para adornar dicho salón y ponerlo a la altura de las circunstancias. Al mismo tiempo que el Presidente del Consejo Ángel María Rivero exigió a todos los invitados concurrir en traje de fiesta.
En resumen, un joven Presidente de la República de 36 años, tres días de visita en la ciudad, el comercio todo que adhería al acontecimiento cerrando sus puertas, la inauguración de la escuela pública más grande del interior, tres vagones repletos de gente acompañando al visitante a La Paloma para mostrarle su Puerto y demás atractivos, un enorme asado en La Rural donde eran más los “colados” que los invitados, todo ello no era otra cosa que el fiel reflejo de estos años optimistas, felices y locos.
A fines de ese año 1920 la muncipalidad estaba en condiciones de hacer el llamado para la segunda parte del adoquinado local.
11. De picapedreros, herreros y carreros
El 13 de enero de 1921, la municipalidad, por conformidad con el decreto de 27 de junio de 1920, publica el nuevo llamado a ofertas en el plazo de 30 días para la realización de una nueva etapa de los trabajos de adoquinado de las calles de la ciudad. Seguía la nómina de diez sectores de la ciudad que se procuraba mejorar en esta instancia.
Basicamente incluían los trabajos de extensión de las calles céntricas ya pavimentadas, hacia los costados sur y este de la ciudad, tal como se puede observar en el plano respectivo .
Se expresaba en la misma resolución la comunicación a los vecinos:
“De conformidad con el art. 3 de la Ley de 29 de diciembre de 1915, sobre pavimentación de calles en las Ciudades y Villas, se hace saber a los propietarios de terrenos con frente a las calles comprendidas en el llamado a licitación que se publica en esta fecha, que deben presentarse a deducir oposición, si lo creen conveniente, para el adoquinado que se proyecta frente a sus respectivos predios, dentro del plazo de treinta días contados desde la fecha.
Rocha, enero 13 de 1921
Dinegri Costa – Secr.”
Algunos días después, se publica un decreto de la misma forma, anunciando la ampliación de los trabajos, hacia la zona del hospital y calle Río Branco:
“… en las siguientes calles: Treinta y Tres desde Piedras a Colón; Río Branco desde Piedras a Colón; 25 de mayo desde Río Branco a Ituzaingó y Gral Artigas desde 13 de Abril a Zabala.”
Antes de la adjudicación de la presente licitación, las autoridades, dentro del plazo correspondiente, desestimaron diversos recursos que expresaban disconformidades varias de los vecinos. Más adelante veremos alguno.
Hay que decir además que esta segunda etapa de los trabajos, es adjudicada a la empresa pavimentadora de la capital “Barreiro Hnos.” la cual será protagonista habitual de las próximas instancias.
Mientras tanto nuevas cuadrillas llegaban al Cerro Áspero para proveer de material a las obras de la ciudad.
Es oportunidad pues, para conocer algunos detalles más de la actividad y formas de producción de estos artesanos tan peculiares.
Vimos como luego de “destapar la cantera” llegaba la hora de “conseguir material”, en base a desprender del cerro, grandes bloques de piedra que luego irían reduciéndose en sucesivas etapas.
Ojos especialmente preparados observan la masa pétrea, evalúan sus características y al final eligen una estrategia para penetrarla primero y desprenderla luego.
El picapedrero actúa con tacto, con tino e inteligencia, nunca con procedimientos bruscos ni desprolijos.
La piedra debía someterse de manera tranquila, sin desprendimientos indeseados para caer en un lugar determinado con anticipación.
Generalmente no había otra forma que la utilización de cargas explosivas para lograr este propósito; usaban la pólvora, ya que se buscaba que la piedra se abriese en una dirección determinada y no la dinamita que causaba una expansión del material en todas direcciones.
Hacia ese trabajo marchaban varios equipos, formados cada uno de ellos por un “barrenista” y dos “marroneros”.
Ellos eran los encargados de hacer un “barreno”, que en la jerga de los picapedreros era la denominación indistinta dada, tanto al agujero que se practicaba en la piedra como a la herramienta que se empleaba.
Esta última consistía en barras de acero de distintos largos, que eran sostenidas por el barrenista, mientras que sus compañeros golpeaban con el marrón en forma contínua. El primero tenía, no solo la responsabilidad de sostener el barreno, sino que daba un cuarto de vuelta después de cada golpe y orientaba el acero hacia el lugar correcto. En una perfecta tarea de percusión y rotación el barreno iba penetrando en la roca; a medida que avanzaba se usaban aceros de mayor longitud. Cada tanto se introducía un rudimentario sistema de limpieza que arrastraba hacia afuera los polvos y residuos que allí se acumulaban. Un equipo avezado podía avanzar un metro por día.
Participaba también un “bocha”; esto es un muchacho, que era el encargado de hacer el recambio de las herramientas una vez que estas se desafilaban, yendo y viniendo presuroso de la cantera a la herrería.
Un equipo de trabajo estructurado de esta forma se denominaba “cubia”.
Varios de estos grupos actuaban a la vez “atacando” la piedra desde distintos lugares predeterminados.
Un vez pronto el barreno, se “tacaba” la pólvora con un palo, el “borrón” ( no podía ser de metal por temor a una explosión intempestiva); se colocaba el fulminante y la mecha que salía hacia afuera del mismo; luego se rellenaba con arena bien compactada. Este procedimiento era hecho por el obrero llamado “foguín”.
Un ayudante del mismo subía a lo alto del cerro y con una bandera más un fuerte grito alertaba a sus compañeros de la explosión que iba a producirse.
La explosión producía un ruido sordo, nada espectacular, ya que habría de tener el efecto de una “cuña” y rara vez caía el bloque tras la voladura.
Muchas veces el proceso necesitaba de pequeñas explosiones previas, para que el desprendimiento fuera lento, sin brusquedad y la piedra fuera “abriéndose” en la dirección deseada.
Un buen picapedrero trataba siempre de emplear la mínima cantidad de barrenos, y en cambio recurría a otros tipos de cortes para que el aprovechamiento del material fuese total.
Con una técnica que se asimilaba a la de un cirujano, la compañía se disponía entonces a efectuar el desprendimiento total del bloque, el cual, cayendo al pie de la cantera estaba en condiciones que otros equipos emprendieran la tarea de cortarlo en trozos más chicos.
Llega ahora uno de los momentos más místicos del oficio del picapedrero: frente al bloque desprendido debía definir “cómo” cortarlo y por “donde” cortarlo.
Las distintas señas que le ofrecía la piedra solo podían ser descifradas por un ojo especialmente preparado y experiente.
Se hablaba entonces de la línea de la “seda” y la del “trincante”, que aparecían al estudiar las distintas caras diponibles de la roca y se determinaba en cual de ellas se practicaría el primer corte.
Tomada la decisión se trazaba una línea con una tiza o similar y con el “scarpel”, se marcaba dicha raya.
Sobre ella se iba haciendo agujeros con una punta a una distancia no mayor a los 5 centímetros entre ellos. Y allí se introducían después los famosos “pinchotes” que en realidad no buscaban perforar sino actuar como una “cuña”, y presionar la piedra para se se abra de la forma deseada.
Existían en la cantera muchas otras personas que no trabajaban la piedra directamente sino que eran auxiliares de los picapedreros. Peones que limpiaban la zona, recogían restos de roca con carretillas y palas, etc. Pero quizá uno de los elementos claves en toda la cadena, era el papel que jugaban los herreros.
Resultaba imprescindible contar con las herramientas en perfectas condiciones de ser utilizadas, todas ellas de acuerdo a las exigencias para las cuales serían requeridas: tipo de roca, dureza, características del corte, entre otras.
Era la de ellos una tarea delicada que los obreros valoraban especialmente. Artesanos hábiles a la hora de elegir y lograr el correcto “temple” que necesitaba cada herramienta; no eran pocos los picapedreros que tenían su “herrero de confianza”.
————–
Ha llegado el momento que en la ciudad el trabajo de muchos obreros ha logrado que todo se encuentre preparado en las calles para proceder al adoquinado. En el Cerro Áspero los picapedreros ya tienen abundante stock de adoquines y cordones. Pero falta algo fundamental: lograr que las dos cosas se unan.
Es hora que el serpenteante camino que baja del cerro buscando el “Paso Real”, tenga que ser recorrido habitualmente y el lento y dificultoso discurrir de las chatas cargadas de piedra pase a formar parte de ese paisaje durante muchos meses.
Los picapedreros no eran precisamente considerados con las gentes que se dedicaban a estos menesteres.
No había un problema especial con ellos; simplemente entendían que su trabajo era algo inferior, que no tenía la especialidad ni el valor del que ellos realizaban. Por otra parte, probablemente debido a aspectos culturales, no mantenían ninguna afinidad con las tareas que implicaban una relación con caballos u otras bestias de carga. Por todo ello jamás intervendrían en las mismas.
Las tareas de transporte, de acarreo de materiales hacia los lugares donde se realizaban las obras, salvo raras excepciones, siempre era responsabilidad del elemento criollo.
En el caso específico de Rocha, el trabajo fue encomendado a la experiencia y confianza de la familia Cugnetti, que si bien de “criolla” no tenía nada, ofrecía la seguridad de un trabajo eficiente desde el momento que esa ocupación era la que habían realizado durante toda su vida.
Afincados desde muchos años atrás en el barrio Lavalleja, poseían los medios indispensables: una flota de “chatas” y una caballada excepcional, tanto en número como en calidad.
Estos vehículos constituían la continuación de la vieja carreta, que se batía en retirada. Con dos grandes ruedas atrás, que podían llegar hasta los 3 mts de diámetro de acuerdo al volumen de carga a transportar, más dos ruedas menores adelante, montadas en un eje que se movía en un “plato” ubicado en el fondo de la chata.
Con ella se ganaba mayor agilidad y mejor distribución de la carga.
La tracción estaba dada por un tiro que nunca era menor a 12 caballos, distribuídos en una compleja estructura que llevaba a optimizar al máximo la fuerza de las bestias.
Volvíendo a los Cugnetti, digamos que uno de sus principales capitales era conocer al detalle los trillos y vericuetos de la geografía aledaña a la ciudad de Rocha. Conocían el duro trayecto del camino al puerto de La Paloma, su temida llanada, los pasos más peligrosos, las arenas más difíciles. Muchas veces recorrieron el “Camino al Brasil”, transportando trigo, maíz, sufriendo las constantes dificultades del Chafalote y el Consejo. Por diversos pasos, subieron a las Sierra de los Rocha, para traer al pueblo leña, carbón y otros frutos de los pequeños y sacrificados vecinos de la zona.
Por lo tanto nadie dudaba que eran las personas indicadas para este nuevo desafío. Si el esfuerzo de los obreros picapedreros era dura, el de ellos no era menor. Significaba levantarse muy temprano, alrededor de las 2 de la mañana; juntar los caballos, encerrarlos, alimentarlos convenientemente, prepararlos en la chata, para estar al pie de la cantera sobre las 5.
Sin indicios precisos, se sabe, sin embargo que cada viaje trasportaba unos 400 adoquines.
Descender del cerro con tal carga era una maniobra dura y peligrosa. En oportunidades el declive del terreno era tal, que para evitar accidentes, y a pesar de que la chata tenían frenos, debían prenderse dos caballos “a la retranca”, que tirando en sentido opuesto a los de adelante, procuraran equilibrar la gran inercia que producía dicha carga.
Luego de la larga jornada, los Cugnetti se dedicaban por completo a sus caballos. Vivían para ellos: impedían que el sudor se mezclara con el barro que se les pegaba al revolcarse después del esfuerzo, los bañaban, los cepillaban, revisaban sus patas (no todos iban herrados), su piel, los mimaban. Mantenían los arreos y correajes en perfecto estado, colocados ordenadamene en aquel enorme galpón hecho con chapones rescatados del vapor “Poitou”, sobre la avenida Agraciada.
Al esfuerzo y sapiencia de esta legendaria familia de carreros se debe, en gran parte, que los grises adoquines de Rocha estén en su lugar.
12. Año 1923, la “Fiesta del Trabajo” y el regocijo del Presidente Serrato
Entre controversias y protestas de los vecinos, la segunda etapa del adoquinado de la ciudad, por el 1923, fue finalizando.
Varios expedientes reflejaban el descontento de rochenses que veían en las nuevas obras frente a sus casas, algún menoscabo a sus intereses; estos se diligenciaban a distintos niveles. En algunos casos tenían el efecto de suspender provisoriamente el normal desarrollo de las mismas. Fue la situación, por ejemplo, de la cuadra de Rodó entre Francisco de los Santos y Leonardo Olivera o el tramo de la calle Orosmán de los Santos entre 18 de julio y la Plaza Congreso.
Por otra parte, la empresa “Barreiro Hnos.” manejaba un complejo planillado, donde se establecía, a instancias de la municipalidad, la devolución que el contratista tuvo que hacer a los vecinos frentistas de la zona sur por cobros en demasía.
De todos modos a esa altura Rocha tenía 119 cuadras adoquinadas.
Fue cuando se produce la primera huelga de obreros municipales que se tenga noticia: la de los barrenderos.
En efecto, estando integrada esta cuadrilla por pocos funcionarios, resultaba imposible realizar sus tareas en un área que aumentaba constantemente. Decidieron parar.
Frenta a esta nueva situación, saca la cara por ellos su capataz, en la siguiente carta:
“Rocha , enero 22 de 1923.
Sr. Presidente de la Com de F. y Serv. Municipales.
Para su conocimiento y a fin de que pueda apreciar debidamente la labor que tiene que desempeñar la Cuadrilla de Barrenderos, tengo el honor de adjuntar a la presente la nómina de calles adoquinadas que existen dentro de la Planta Urbana de esta ciudad.
Con tal motivo aprovecho esta oportunidad para saludar al Sr. Presidente muy atte.
Máximo Molina”.
Lo cual genera la respuesta que sigue de la Asamblea Representativa al Consejo:
“Rocha, enero 31 de 1923.
Honorable Consejo:
Entiende esta comisión que debe tenerse muy en cuenta el crecido número de calles adoquinadas, pues resulta cada día más considerable el trabajo que tiene que realizar la cuadrilla de peones barrenderos, formada como se sabe, por pocos hombres.
Carlos Rocha. Francisco Marino”
Que decir de aquel 1923, donde Rocha parecía tocar el cielo con las manos, en una sociedad donde abundaba el empleo, los comercios progresaban a ojos vistas, los nuevos emprendimientos y edificios aparecían por doquier.
En la costa don Miguel Jaureguiberry terminaba de convencer a los escépticos con sus planes de forestación en el árido paisaje de los arenales. El Parque Andresito iba tomando color y su impulsor aseguraba que con ello se acabarían los problemas del puerto de La Paloma.
Los productores y comerciantes locales, cansados de esperar y esperar, habían tomado el “toro por las guampas”, ocupándose directamente del transporte naviero; para ello contrataron el vapor “Federico Sáenz”, y fundaron la compañía de navegación “La Rochense S.A.”.
En la ciudad el mes de febrero estuvo dominado por la noticia de la inauguración del imponente monumento a Artigas en la Plaza Independencia de Montevideo; institucionalmente el hecho debía celebrarse obligatoriamente en todos los pueblos del interior.
Además de ceremonias oficiales, bailes, etc, – donde reinó más la improvisación y el desinterés que el éxito – los rochenses buscaron formas de hacerlo a su manera: consiguieron 25 vacas para repartir su carne entre los pobres, para lo que hubo más de 600 inscriptos. Paralelamente, quizás contagiados por lo que sucedía en Montevideo, arrancaron la conocida fuente que había en el centro de la plaza local para colocar allí una placa. Lo cierto fue que la placa nunca apareció y la fuente que de allí se retiró, nunca nadie supo que destino tuvo. Se puso en su lugar un cantero de pasto y cuatro columnas de luz. Durante mucho tiempo la broma de la gente que por el lugar pasaba, repetía una y otra vez: “¿…y el muerto dónde está?”
De todos modos reinaba en la comunidad un especial clima de emprendimiento y tecnificación. Se veía en los comercios, en los proveedores de servicios y en los talleres de los artesanos.
Llegaba la inquietud de las escuelas industriales; conocidas autoridades de la Enseñanza Técnica, de la talla de Hermeregildo Sabat, Blanes Viale, Eduardo Jiménez de Aréchaga, acompañados por el propio Ministro de Industria José E. Arias visitaban Rocha, hacían contacto con las autoridades, ofrecían charlas y conferencias con el propósito de alentar a las fuerzas rochenses para abrir una escuela en la ciudad.
Técnicos reconocidos en la época como Carcavallo y el Ing. Lazgoytym participaban en demostraciones de electrónica y electromecánica, mientras que el Ing. Helguera ilustraba sobre detalles y posibilidades de la industria láctea; todo ello acompañado con elementos gráficos y proyecciones en pantalla, que los rochenses no habían visto nunca.
En el mismo sentido, fue programado para la fecha del 1ero. de agosto próximo, lo que se denominó “La Fiesta del Trabajo”, que constituyó la más grande exposición que se realizó en la ciudad representando todas las formas de producción que ofrecía el artesanado rochense de entonces, así como una innumerable lista de productos y servicios novedosos que disponía el comercio local.
Fue una idea y realización de Enrique Escardó Anaya, Miguel Dinegri Costa y Juan L. Anza, con sede en el Teatro 25 de Mayo.-
Durante casi una semana, el público llenó en tardes y noches sucesivas la exposición; escuelas y estudiantes, visitantes de las zonas más alejadas de la campaña concurrieron a recorrerla. Se dispuso de transportes especiales desde Lascano, Castillos y San Carlos.
Solo la lluvia intensa de los últimos días hizo decaer en algo el interés de la población.
El visitante al acercarse al Teatro, podía ver en la vereda dos flamantes Chevrolet 23, de capota negra y color café uno y verde el otro, exibidos por su agente en Rocha don Alberto Cotelo Freire.
Una vez en la puerta parecían ser recibidos por dos figuras “inmóviles”, pero perfectamente vestidas para la ocasión: eran dos “maniquíes”, con cabezas de porcelana, parte de la instalación de las sastrerías de Enrique Rodríguez y Eizmendi Hnos.
Una vez adentro los concurrentes se sorprendían por la luz, la inmensa luz instalada en la sala del teatro; y la platea, con su piso nivelado y sin butacas, poblada de stands con los más diversos contenidos; ese era el lugar destinado a las grandes casas importadoras con productos novedosos, bebidas, envasados, artículos eléctricos, fotografia, cuadrería, etc. Sobre el escenario, una variadísima exposición de instrumentos musicales, incluyendo un piano.
Pero lo más destacado y original estaba en los palcos: todos ellos se mostraban adornados y convertidos en pequeños stands de artesanos y comerciantes rochenses, además de campesinos y amas de casa que mostraban lo mejor de sus afanes, habilidades y destrezas.
Dentro de los palcos se destacaba uno que estaba forrado con cubiertas de automóvil.
Resultaría inimaginable para un rochense actual, la variedad de cosas que se producían en Rocha, muchas de las cuales mostraban orgullosos nuestros coterráneos en aquella sociedad de 1923.
A simple modo de ejemplo veremos algunas de ellas, las cuales además, en esa circunstancia, competían entre sí por premios en las diversas categorías establecidas: escobas, cepillos, baldes, caños, baldosas, mosaicos, muebles, dulces, timbres, artículos eléctricos, camisas, trajes, frazadas, flores, panes y confituras varias, fotos y material gráfico, jabones, utensillos de cocina, refrescos, vino, bordados, trabajos de herrería, colchones, cuchillos, herramientas, instrumentos musicales, carruajes, trabajos de talabartería y de cuero en general, frutas, verduras y hortalizas, etc..
En los otros niveles del teatro se montó, en una parte, todo lo referido a la producción de las quintas y chacras, como ser verduras, frutas, pollos, gallinas, legumbres, yuyos, etc.. Competían por la papa más grande, el zapallo más voluminoso, la yunta de aves de mejor nivel.
En la otra parte, se les dio cabida a varias escuelas industriales del interior que mostraban sus labores con la intención de entusiasmar a los jóvenes rochenses.
En la categoría de tortas y dulces se distinguieron: un enorme zapallo relleno con dulce y una gran torre Eiffel hecha en mazapán por la Confitería Virginio.
Además, en esta recordada “Fiesta del Trabajo” de 1923, se realizó la primera trasmisión – en carácter de prueba y exibición – de radio, por parte de la General Electric y el apoyo local del conocido comerciante Luciliano Rodríguez. La compañía colocó después dos aparatos en la ciudad; uno de ellos en la Confitería “Del Globo”.
Habían pasado tres años de aquella jornada donde Baltasar Brum, frente a la calle céntrica de adoquines nuevitos y mojados por la fría y lluviosa tarde de invierno, ponía la piedra fundamental del edificio de la Escuela Artigas.
En este año le correspondió al segundo Presidente que nos visitaba, inaugurar en sencilla pero emotiva ceremonia, la obra terminada. Para orgullo de los rochenses, el edificio escolar era el más grande del interior del país, con una cuadra de frente.
A los 55 años, el Ingeniero José Serrato, 24o. Presidente de la República y primero en ser elegido por voto secreto, llegó a Rocha el 7 de diciembre de 1923.
Estuvo tres días en nuestra ciudad; vino acompañado por su hija Hortencia Serrato Perey y diversos ministros, más varios consejeros de estado y diputados nacionales.
Fue a La Paloma, puso la piedra fundamental de la Escuela Industrial, visitó diversas dependencias públicas.
El Ing Serrato, de personalidad sobria y costumbres parcas, confraternizó amenamente con la sociedad rochense; fue animador principal de dos banquetes con baile posterior en las dependencias de la Jefatura de Policía y en los salones del Palacio Municipal. Estuvo alegre, comunicativo y distendido y alejado de todo protocolo. Su hija, que venía acompañada de varias amigas de Montevideo bailaron con los jóvenes locales. Fue una visita feliz y placentera para todos. Un símbolo de esos tiempos.
Con alguna interrupción en el proceso del adoquinado de la ciudad que venimos viendo, los próxímos años ofrecerán nuevas etapas del mismo. Pero a partir de aquí, nuevos protagonistas aparecerán.
13. Nuevas historias, el Plan Regulador y la ciudad “patas pa´rriba”
Algunas cosas destacadas de aquel 1925, nos informan que los rochenses seguían pensando en grande.
El centro progresaba con su pavimento, sus edificaciones, sus nuevos lugares de enseñanza. Continuaba el proceso a través del cual mucha gente del campo, en quienes se decantaba todo el crecimiento económico de la época, veía a la ciudad como un lugar apetecible para venir a vivir y aprovechar sus ventajas. Para ello construían sus casas, levantaban otras para rentar. Los primeros jóvenes rochenses hijo de los inmigrantes del siglo pasado se habían preparado y volvían a su solar convertidos en profesionales.
Son los tiempos del gran movimiento feminista y varias destacadas figuras de nuestra sociedad encaraban tareas de concientización entre sus pares.
Tres – sí, tres – químicas farmacéuticas rochenses obtienen sus títulos con diferencia de meses entre ellas y se radican en la ciudad. Van acá sus nombres: Natalia Aparicio, Jacinta Muzio y Delia Luciani. En el plano universitario fueron precedidas solo por la odontóloga Juanita Fernández López.
En otro sector, la recordada nurse María Magdalena Veiga, vuelve a su pueblo para comenzar su largo apostolado en el hospital local, convirtiéndose en el tiempo en la guía fundamental de toda una generación de enfermeras.
La ciudad busca expandirse hacia sus cuatro costados mediante diversos barrios que surgen, abundantes, sobre viejas chacras. Hacia allí se estiran las diversas calles llevando a las clases más populares en busca de un solar a su alcance para “poblar”. Será un largo proceso.
Es el momento de gente pensante que siente la necesidad de plantearse una nueva ciudad, de planificarla, de prever su crecimiento, mediante la utilización de los nuevos esquemas de las disciplinas urbanas.
Se llega entonces a la confección del “Primer Plano Regulador” de la ciudad, que con la ayuda del Departamento de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas y aprobado por las autoridades locales, incorpora elementos hasta ahora desconocidos para estos alejados rincones del Interior.
A través de estos estudios, diversas partes de la ciudad, eran incorporadas a la trama urbana, mediante avenidas amplias y rotondas de las cuales devenían calles de penetración mas pequeñas.
Se intentaba una visión armónica, donde todas las partes se unieran en un esquema único con claro destaque de las vías de acceso y salida de la ciudad.
Las distintas vicisitudes que traerán los nuevos tiempos, no permitirán la concreción de estos planes; pero, sentimos que no es esta la oportunidad de analizarlo.
De todos modos, los planes previstos por la municipalidad en relación al adoquinado de sus calles seguían su marcha.
Se marcan nuevos trazados, a veces por iniciativa oficial que establece las prioridades y otras por la solicitud de grupos de vecinos que demandan el mismo y muestran manifiesta disposición para costearlo.
Las autoridades, buscando economía en los trabajos, procuran el interés de un mayor número de empresas, en varios llamados, pero en esta oportunidad no tienen éxito y solo se presenta la oferta de la empresa “Barreiro Hnos.”.
Dice el informe de la Comisión de Vialidad de la Asamblea Representativa:
“En este expediente se han presentado como únicos proponentes, los Sres. Barreiro Hnos, ofreciendo continuar el adoquinado por el mismo precio y condiciones que esa empresa ejecutó anteriormente el mismo trabajo en algunas calles de la ciudad.
Habiendo corrido los trámites legales y estando dicha propuesta de acuerdo con el pliego de condiciones, opina la Comisión informante que V.H. debe aceptarla, pues se ha demostrado, en estas y otras oportunidades, que no es posible obtener un precio menor para la ejecución de esa obra.”
Se está en condiciones entonces de comenzar la 4ta. etapa que se ocupará de diversas cuadras de calles del oeste y sureste de la ciudad.
Pero, ya dijimos que tendremos en Rocha otros protagonistas, y prontamente el centro urbano se poblará de cuadrillas de nuevos operarios para actuar con intenciones diversas, sobre un común territorio.
El puerto de La Paloma languidecía en un estado casi de abandono; va lentamente perdiendo protagonismo. A pesar de que el tradicional aislamiento de estas poblaciones se hacía sentir todavía, surgían algunas alternativas, con la creciente presencia de automóviles y camiones que llevaban y traían personas y cargas desde el ferrocarril en San Carlos.
Se publicita, por ejemplo “…una agencia de 15 camiones de San Carlos-Rocha a cargo de Aquilino González” (diario “La Democracia”).
El edificio de la Escuela Industrial está hecho, pero la gente se pregunta: “…para cuándo se habilitará?”
Se planta el legendario ibirapitá en el patio de la Escuela Artigas, con semillas traídas del solar del patriarca en Paraguay.
Hay problemas en el Teatro “25 de Mayo”, donde, en plena tarea de terminar su frente, se produce el derrumbe de las obras, resultando gravemente herido “el joven Huelmo”. A la vez las feministas locales se aprestan a inaugurar la “Biblioteca Femenina Felicia Banat”.
En medio de todo esto los rochenses también se habituaban a ser testigos de febriles obras en el eje Paso de la Cruz – Avenida 1o de Agosto.
A principios de 1926 ya se levantaba la enorme torre que contenía un tanque de 500.000 litros para el abastecimiento de agua potable a la población y sobre el arroyo, la planta potabilizadora estaba finalizada.
Faltaba entonces la distribución de la misma por las calles de la ciudad y para ello era necesario el tendido de las cañerías.
Como si esto fuera poco aparece en escena el compañero ineludible del servicio de agua potable: el saneamiento.
Las obras relacionadas con este servicio fueron licitadas varios años atrás -1921- las cuales luego de diversas propuestas presentadas, fueron adjudicadas y ejecutadas.
No será un esfuerzo importante para el lector imaginarse cuál era el panorama del centro de Rocha en esos meses.
Por un lado, cuadrillas de adoquineros, marrón en mano, se esmeraban en dejar impecables las calles asignadas con el nuevo pavimento; por otro, los obreros del agua hacían zanjas para colocar las cañerías respectivas y para ello levantaban el adoquinado terminado días antes. Y tras ellos los equipos del saneamiento practicando enormes excavaciones en el centro de la calle para enterrar grandes caños de hierro fundido e instalar las cloacas de las esquinas.
No era fácil coordinar de alguna forma esto, sobre todo cuando se trataba de trabajos de distintas juridicciones; el adoquinado como una obra de carácter municipal y las demás de nivel nacional. A las empresas venidas de la capital solo les animaba el propósito de terminar sus contratos, cobrar sus trabajos y “levantar campamento”, evitando gastos extraordinarios en postergaciones indeseadas.
De todos modos, el cronograma de tareas de las distintas compañías se resentía por diversos motivos: el adoquinado evitando comenzar tareas en aquellas calles destinadas a ser levantadas; el saneamiento con una labor intermitente, algunas veces por no disponer de ciertos materiales y otras por notorios problemas técnicos que mostraba el proyecto original.
Algo de esto nos muestran estos comunicados ventilados en la prensa de la época, sobre las repercuciones que tenía el tema en el propio Parlamento:
“Consejo Nacional: el saneamiento de Rocha. En el asunto que se aprueba autorizando la suspensión de las obras de saneamiento de la ciudad de Rocha, el Sr. (Luis Alberto de) Herrera y el Sr. (Julio María) Sosa llamaron la atención del Ministro acerca de los errores advertidos en los planos que sirvieron para la construcción de estas mejoras y que se han puesto en evidencia por las modificaciones que requieren las obras después de iniciadas.
El Sr. (Alfonso) Lamas ante estas observaciones, propuso que se hiciera un Decreto de censura a la Dirección de Saneamiento y demás oficinas que han intervenido en el estudio del proyecto de la referencia, una vez que el Ministro haya examinado los trabajos de gabinete y planos en cuestión para comprobar los errores referenciados, conviniéndose en ello.
Con motivo del mismo asunto, el Dr. (Edmundo) Narancio pidió que, en caso de ser posible, al modificarse el proyecto de obras o instalaciones, se aproveche la oportunidad para corregir algunos defectos que señaló hace un tiempo sobre la forma en que se haría el aprovisionamiento de agua y distribución del servicio cloacal de la ciudad.
El Ministro quedó en tener en cuenta esas indicaciones.” (“La Palabra”, 5 de setiembre de 1925)
“Siguen las obras del Saneamiento. Con la llegada de los caños de hierro que remitió el gobierno por medio de la Oficina Central, siguen las obras del saneamiento.
Así es que dentro de algunos días quedará terminada la colocación de los caños para agua corriente y si la ya nombrada Oficina entrega, como hay que esperar, los filtros a la Empresa tendrá la ciudad agua corriente dentro de un mes.
Falta aún por supuesto, la conexión de los caños con las casas, y es extraño que no se sabe aún con certeza cómo y quién realizará los trabajos que ya es tiempo de iniciar. También se empezó nuevamente la construcción de los caños a base de portland y arena para las cloacas, trabajo que se ejecuta en dos turnos, empezando ya a las cuatro de la madrugada hasta la hora 22 de la noche. Se ve que la empresa hace todo lo posible para acelerar y concluir las obras de saneamiento.
Pero hay que construir unos 18.000 caños para las cloacas que recién después de un trabajo contínuo de 3 o 4 meses serán concluídos. La colocación de ellos no se puede empezar hasta que no esté definida la ubicación de los tanques de residuos “Imhoff”, cuyo estudio está a cargo del inteligente Ingeniero Señor (Manuel) Rodríguez Correa.
Mientras tanto mandó la empresa arreglar el adoquinado de las calles, y así dentro de pocas semanas ya tendremos nuestras calles en el lindísimo estado de antes, hasta que nuevamente se empiecen a abrir las zanjas para la colocación de las cloacas.
Hay que revestirse de paciencia; y que tenemos esa virtud , nadie lo dudará…” (“La Palabra”, 17 de octubre de 1925)
No hay duda que los rochenses tenían paciencia para sobrellevar los inconvenientes de una ciudad que por entonces estaba “patas para arriba”; pero ello era el magro precio que tuvieron que pagar por ser protagonistas y testigos de la enormes transformaciones que sufría su vieja villa en el lento camino hacia la modernidad.
14. Las inquietudes de los obreros, el ferrocaril y el desgraciado Sr. Berlán
Con las dificultades vistas en el capítulo anterior, las obras de saneamiento, tan necesarias como perturbadoras para el funcionamiento normal de la ciudad, estaban llegando a su fin.
En sus últimas etapas, se va de Rocha el Director de Obras Ing. Mr. Petersen con su esposa, para desarrollar igual labor en Florida, y llega para reemplazarlo el Ing. Mr. Classen, que además de reconocidas capacidades técnicas era un enamorado de la aviación y avezado piloto.
No obstante, los rochenses todos, tenían otro gran motivo de entusiasmo y preocupación a la vez: el ferrocarril.
Era este un asunto que le robaba el sueño de los pobladores desde muchos años atrás, y que, por diversos motivos, las obras se diferían en el tiempo en un proceso lleno de contramarchas, impedimentos, cuestiones judiciales, aspectos técnicos, reclamos laborales y falta de materiales.
En este sentido, recordemos que desde algún tiempo atrás la línea del Ferrocarril del Este, llegaba a San Carlos; por lo tanto todo hacía suponer que tal cercanía, significaba que pronto llegaría a Rocha, en la culminación de un anhelo largamente acariciado.
Pero los hechos se encargarían de desmentir esta aspiración, y los trabajos de trazado y obras posteriores, para que las locomotoras llegaran a nuestro pueblo, se dilatarían hasta el verano de 1928.
En primer lugar a los hermanos fernandinos no les preocupaba mucho la llegada del ferrocarril a Rocha. En cierto modo no veían con buenos ojos que, por vía del tren, se le diera una importancia estratégica a estos lugares y sobre todo al área del puerto de La Paloma sobre el Atlántico, en desmedro de su bahía de Maldonado. Pretendían en cambio que su territorio se mantuviera como cabeza de vías, capitalizando para sí el enorme movimiento de gentes, mercaderías y haciendas. En definitiva, las fuerzas vivas del vecino departamento actuaban abiertamente en contra.
A la vez, técnicamente no era fácil prolongar los rieles por el actual territorio rochense; la geografía surcada de grandes cursos de agua exigía la construcción de varios puentes de regular tamaño y otros obstáculos que requerian soluciones ingeniosas y cuantiosos recursos. Todo ello fue dilatando las decisiones en el tiempo y haciendo complejos los estudios y la confección de pliegos para el llamado a interesados en las obras.
La forma de contratación y negociación del Estado con particulares que se daba en la época, eran propensas a habituales controversias, reclamos y distintas formas de impugnación ante situaciones que no aparecían claramente establecidas. Digamos simplemente que las propuestas se hacían en base a los costos presupuestados más un porcentaje sobre los mismos que constituía la ganancia para la Empresa contratante. El monto de este porcentaje, en libre puja entre las propuestas, era lo que se consideraba para la adjudicación.
En el caso de Rocha las obras comienzan a principios de la década de los años 20 y avanzan con diversas dificultades: a veces se chocaba con la falta de algunos materiales, como durmientes; otras veces era la no disponibilidad de hierro, especialmemente para los grandes puentes diseñados en los cruces de los arroyos Garzón y Rocha.
En otros períodos, impugnaciones y la renegociación de nuevos contratos dentro de las pesadas estructuras estatales, ponían a las obras en medio de prolongadas suspensiones.
Como si esto fuera poco estaban también los conflictos con el personal. Muchos obreros diseminados en una vasta zona de trabajo, un régimen severo en la larga jornada laboral, a menudo duros enfrentamientos con los capataces, hacían que el clima en las obras del ferrocarril no fuera el mejor.
Es que las reivindicaciones obreras eran la tónica de aquellos tiempos; tiempos que marcaban la aparición de ideas y de formas de organización en distintos sectores planteando mejoras en materia de salarios, en la duración de la jornada laboral y en las condiciones de trabajo.
Esos años constituyen el despertar de la conciencia de clase de la masa trabajadora y un progresivo ascenso de los postulados políticos que buscaban representarla.
Este proceso se inicia en Rocha algunos años antes y estimamos pertinente decir algo de ello; pero antes, permita el lector que hagamos un paréntesis para una pequeña anécdota que tiene relación con todo esto.
El contrato para construir la prolongación de la vía férrea desde San Carlos hasta Rocha fue obtenido por la firma Berlán y Cía, empresa que tenía otros compromisos laborales en el país. Estaba formada por varios integrantes de esta familia, los cuales se dividían la supervisión de los trabajos en los distintos lugares donde estos se efectuaban.
Para el caso que nos ocupa, llegó a Rocha el Sr. Roberto Berlán, quien residió aquí durante varios años, por lo que resultaba la “cabeza visible” de la firma responsable.
Para Berlán su estadía en Rocha nunca fue placentera; y no porque los rochenses no lo recibieran con afecto. En efecto, compartía asiduamente momentos y tertulias entretenidas en cafés y confiterías, concurría también a reuniones en alguna entidad social de la época, colaboraba en beneficios e iniciativas organizadas por la sociedad local.
Pero de todos modos, los problemas relacionados con el trabajo se sucedían día tras día. Los constantes conflictos con las autoridades, donde se ventilaban diferencias, ponían al proyecto en el medio de periódicos detenimientos del trabajo, los cuales podían durar semanas o meses. Ello necesariamente provocaba problemas con los obreros , muchos de los cuales eran de otro lado y obviamente no querían perder jornales, argumentando que no eran ellos los causantes de las interrupciones.
Estas y otras diferencias hicieron que se produjera en Rocha por primera vez, manifestaciones callejeras por parte de los obreros, donde no faltaron exclamaciones de repudio con pedreas y pinturas frente al domicilio del “capitalista Berlán”, a quien culpaban exclusivamente de la situación.
Eran habituales los enfrentamientos en el campo, de obreros con capataces, en situaciones que muchas veces terminaban a tiros.
En algunos tramos del tendido de las vías, era necesario el uso de explosivos. En cierta situación, un descuido determinó que una detonación, “frente a los campos de Maisonave”, cobrara una víctima mortal entre los trabajadores. Nuevos inconvenientes se cruzaban en el accidentado camino del tren hacia Rocha.
Pero todo no quedaría acá; otras circustancias se cruzarían en la vida del desgraciado Sr. Berlán.
Roberto era un hombre joven, soltero; tenía una prometida en la ciudad de San José. A ella le aseguró en su oportunidad que una vez terminados los trabajos en el este se casarían. Pero claro, estos trabajos tuvieron una planificación que luego la dinámica de los hechos hicieron que no se cumpliera, y, por lo tanto, la estadía de Berlán en Rocha se estiraba más de lo previsto. La Señorita Julia Allo – así se llamaba la dama en cuestión – desesperaba imaginando el momento que su prometido la llevara al altar.
Pasaba el tiempo y la impaciencia de la misma iba en aumento, hasta que un día decidió darle un ultimátum: quería casarse y hacerlo pronto; no estaba dispuesta a esperarlo mucho más.
Frente a esto, Roberto aceptó y durante un tiempo estuvieron planificando todo para hacerlo en Rocha, visto que las circunstancias laborales imposibilitaban al novio ausentarse de aquí.
Todo se fue desarollando con normalidad: trámites, ceremonias, participaciones, invitaciones, fiesta.
El día antes del acontecimiento llegaron los invitados de Montevideo, San José, etc. Traían por supuesto a la novia. Arribaron a media tarde siendo recibidos por el propio Berlán y algunos invitados que se habían adelantado.
Fue cuando a los pocos minutos, recién terminados los saludos y comentarios del viaje, sucedió algo increíble aquel 23 de febrero de 1923: en medio de los recién llegados, Roberto…. ¡se murió!
Todo esto, por encima de lo anecdótico, marca el sentido cuasi trágico del proceso de la llegada del ferrocarril.
No es difícil imaginarse el desespero, la desazón de aquella mujer que llegaba a una ciudad desconocida, envuelta en el mayor de sus anhelos y volvía pocos días después vistiendo el negro ropaje de su absoluta frustración.
Por otro lado, ¿qué era sino otro sentimiento renovado de frustración lo que sentían todos los rochenses al ver que, aquella ilusión de contar de una vez por todas con el tren, el devenir de los acontecimientos lo alejaba, lo postergaba una y otra vez?
Pasados estos convulsionados años, en 1928, con los rochenses alborozados recibiendo el ferrocarril en una histórica jornada de verano, las autoridades se proponían darle otro impulso a la tarea de adoquinar sus calles.
A fin de encarar esta 5ŧa. etapa, el Consejo de Administración con la presidencia de don Amaranto Torres, efectúa el llamado correspondiente:
“De mandato del H. Concejo y de acuerdo con el Decreto de la H. Asamblea Representativa Departamental, de fecha 17 de julio de 1927, llámase a licitación pública por primera vez y por el término de treinta días, contados desde la fecha, para el afirmado con adoquín de granito de 483 metros 65 cmts de las calles Arenal Grande entre Rincón y 25 de mayo, Dr. Julián Graña entre 13 de abril y Zabala y Rincón entre Río Branco y Arenal Grande de esta ciudad, de acuerdo con el Pliego de Condiciones, y demás recaudos formulados por la Inspección Técnica Municipal y restantes disposiciones en vigencia, que se encuentran en esta Secretaría a disposición de los interesados, a las horas hábiles. Las propuestas en los sellados correspondientes, y en sobres cerrados y lacrados, serán recibidos en esta Secretaría el día 9 de junio próximo a las 14 hs., en presencia de los interesados que concurran, reservándose el H. Consejo el derecho de aceptar la que considere más conveniente o de rechazarlas todas sin expresión de causas.
Rocha, mayo 9 de 1928
Próspero Pimienta -Secr.”
14. El fin del bienestar
14.1 : Los picapedreros ya no están – Señalamos anteriormente que los integrantes del gremio de los picapedreros adhería casi en su totalidad a las organizaciones anarquistas tan en boga en los inicios de las luchas obreras en el país. Su adhesión a la F.O.R.U., (Federación Obrera Regional Uruguay), nos da la idea de formas de organización que trascendían los límites del país. No obstante fueron los primeros en salir de esta organización cuando en ella empezaron las diferencias ideológicas. Anotábamos también que el contingente de picapedreros llegó a Rocha en sucesivas etapas, a medida que era requerido el material del Cerro Áspero. Era un trabajo intermitente y sus integrantes una vez terminada una etapa, muchas veces no repetían en la siguiente, incorporándose por lo tanto elementos nuevos.
Esta situación y el hecho de realizar su trabajo alejados de la ciudad hicieron que no tuvieran un mayor contacto con el resto de los trabajadores urbanos, ni demasiados vínculos con el Sindicato General de Trabajadores de Rocha.
Predominaban los obreros de nacionalidad italiana, apareciendo nombres como Cerchi, Bizzari, Pachioti, Dinelo, Gregorini, Dalmacio, Di Jacobo y otros.
Se reafirma también el hecho de que constituían simples agrupaciones de obreros con la dirección de alguno de mayor ascendencia en el gremio, al punto de que sus propias herramientas a menudo eran suministradas por el Sindicato de Montevideo.
En el plano gremial eran de los más numerosos, estando repartidos por diversos lugares del país, y superados en número solo por los obreros de la aguja y los del calzado.
Picapedreros y marmolistas eran oficios muy bien pagados y sus sueldos superaban abiertamente el de los oficiales de otros rubros. Su característica más saliente era la combatividad, por lo que fueron perseguidos y en algunos casos declarados ilícitos por la autoridad; de todos modos nadie quería tener problemas con ellos, por ser proclives a la “acción directa”, no descartando el uso de explosivos en situaciones de conflicto y enfrentamientos.
A comienzos de la década del 30 los picapedreros ya se habían retirado definitivamente de la ciudad.
14.2El último impulso para el adoquinado – Durante 1931, la municipalidad decide terminar con las obras de pavimentado y para ello hace el último llamado en ese sentido.
Al mismo se presentan 3 empresas, a saber: Gaetano Giorello que cotiza $ 4,35 el m² de adoquín y $ 1,64 el mtro. lineal de cordón; José Dalmaso, a $ 4,31 y $ 1,62 y M. Barreiro y Hnos. a $ 4,15 y $ 1,55 respectivamente.
De esta forma se adjudica a la última firma, la sexta etapa de los trabajos, que abarcaban diversas calles de los sectores este y sureste de la ciudad.
Cabe decir que en todo este proceso que llevó unos 15 años aproximadamante, hubo unos cuantos proyectos más, como el de adoquinar las avenidas Agraciada y Gral. Rivera, luego desechados por motivos técnicos y la de emplear el adoquín para trabajos de cordón–cuneta en los barrios más problemáticos, como el “Francisco López”.
El adoquinado original del centro de la ciudad se mantendrá hasta los trabajos de hormigonado de fines de la década del 50 (1959/60).
14.3 – Un ejemplo de los inconvenientes de los vecinos – Vale la pena recuperar el siguiente documento que señala problemas en el proceso del adoquinado:
“Sr. Presidente del Consejo Deptal.
Julio Pagola, con domicilio en la casa de la calle Florencio Sánchez y Piedras, ante su Corporación se presenta y expone:
Que la Comisión informante en la gestión que conjuntamente con Doña Leonor Molina promoviera sobre adoquinado, el dicente expidióse aconsejando que no se hiciera lugar a nuestro pedido en razón de no haber cumplido yo con la exigencia legal de presentar las planillas de Contribución respectivas.
Que quiero dejar constancia de que en su oportunidad me presenté cumpliendo esa exigencia, atendiéndome el empleado notificador Señor Emilio Caballero, que me llevó a una repartición de esa Corporación en que se encontraban los demás empleados Cardozo, Rodríguez, Vigliola y la Srta. de Gallo; que quizá no se dieron cuenta en aquel momento para lo que se querían las planillas esas, lo que posteriormente hice presente al Secretario Sr. Pimienta.
Teniéndo esto en cuenta, vengo a solicitar del Consejo la reconsideración de su resolución, confiado en que, el sano criterio de todos y cada uno de los miembros de esa corporación, sabrá apreciar en sus justos términos las razones fundamentales de mi pedido que expuse en mi escrito anterior, a que me remito, pidiendo, salvo mejor opinión del Consejo, se dé lectura también.
Decía entonces, y repito ahora, que yo no protestaba de una mejora como el afirmado de adoquín, sino que en razón de la situación económica del momento y la crítica porque atravieso yo en particular, teniendo afectado ese bien, – que es el único fruto de mi labor de muchos años – en hipoteca y en el pago de adoquinado también, por otro lado, se postergara en lo posible, si es que no se podía suspender esa obra sobre una calle despoblada, en la que la única mejora que existe es mi propiedad.(1)
Solicito que así se proceda, en razón de justicia, para la que apelo también a los reconocidos sentimientos de humanidad de los integrantes de esa digna Corporación”.
Rocha, noviembre de 1931
Julio Pagola
C.C. EAA 808”[1]
14.4 – Más todo tiene un fin: Los años treinta marcan el fin del período de bienestar de estas sociedades y de lo cual hemos dado suficientes muestras en los capítulos anteriores.
Los rochenses tenían agua corriente, saneamiento, ferrocarril, autos y sus calles pavimentadas; todo ello reflejo de una época que marcaba un final, en medio de los sacudones de la crisis mundial de 1929.
Los problemas económicos se hacen sentir; carestía y escasez de artículos básicos, son la tónica de estos primeros años. Toda la sociedad es afectada, provocando una marcada retracción en el gasto, con el agro en retroceso y el comercio en difícil situación.
Son tiempos de inestabilidad política y a los partidos políticos se les dificultan los cauces de expresión.
Existe en Rocha una marcada apatía social y así, a la desaparición, años atrás de la Sociedad Porvenir, se le agrega en 1932 la disolución de la Sociedad Artesana, que termina llevando a remate sus últimos bienes :
“… un soberbio piano, 100 sillas tapizadas en cuero, 150 de Viena, 16 mesitas tipo café, un juego mueble escritorio, espejos, ventiladores, pedestales, perchas, artefactos eléctricos, etc …” .
No es poca cosa; porque desaparecen así nada menos que las dos grandes instituciones sociales de Rocha, en torno a las cuales se habían reunido sus familias durante los últimos cincuenta años.
Estas se encontraban ahora en una situación en la que no tenían donde realizar tales prácticas de sociabilidad. Es entonces que surge el proyecto de lo que se denominó el “Petit Club”. Fue ésta una institución pequeña , para la cual se hicieron socios, se alquiló un local, organizándose reuniones de preparación; un esfuerzo llevado a cabo fundamentalmente por un sector juvenil femenino. Su vida va a ser muy efímera.
Tendríamos que esperar a 1938 para que aparezcan el Rocha Atletic Club, el Club Recreativo y Social Renacimiento, la Sociedad Cultural y Mutual Israelita y el Rotary Club Rocha .
Dicho de otra manera, tendríamos que esperar que viniera otra guerra mundial.
15. Epílogo
– Su turno Don Facundo – indicó D’Alessandro y tras el ampuloso ademán, sus finos dedos de peluquero le indicaron el sillón.
Entonces, el segundo cliente de la mañana abandonó la charla que sostenía con el molinero Tobias Mautone sobre el nuevo precio del pan y se dispuso a afeitarse y cortarse el pelo.
A menudo locuaz, esa mañana el agrimensor Facundo Machado aparecía como retraído, casi encerrado en sus propios pensamientos. Sentía los comentarios parroquianos como de lejos y echado hacia atrás en su asiento su mirada se perdía, displicente, en los frascos de agua colonia exhibidos en las vitrinas de “La Sirena”.
No era esa una mañana más en la vida de don Facundo. Esa tarde llegaría a Rocha el Presidente Gabriel Terra y él sería su anfitrión principal.
Luego de servido, abandonó rápidamente la barbería y tomó por Ramírez. No pudo evitar encontrarse con su amigo Pedro Devitta, que estaba en la puerta de su hotel y mantener con él una breve conversación. Luego apuró el paso.
Le faltaba poco para cumplir cincuenta años y su andar era ágil. Le sentaban tan bien esos pantalones de montar, esa chaqueta marrón y sobretodo, esas finas y livianas botas de genuino cuero, que tanto le gustaba usar y que en cierto modo reflejaban su pasado militar, como cadete de caballería.
Pocos minutos después golpeaba en la puerta de la residencia del Dr. Florencio Martínez Rodríguez. Juntos tendrían muchos problemas que solucionar y decenas de visitas que realizar todavía.
Mientras esperaba pensó:
– Este va a ser un largo, larguísimo día.
El Presidente de la República Dr. Gabriel Terra, llegó a Rocha el viernes 3 de febrero de 1933.
Había asumido tal alto cargo el 1° de marzo de 1931, en medio de una situación política y social complicada. No soplaban buenos vientos para la economía nacional y el descontento de la población era generalizado. La crisis internacional del ´29, había dejado muy atrás dos décadas de bienestar. Por otra parte, producto de la estructura creada por las disposiciones establecidas en la Constitución de 1917, se había llegado a un total desgobierno. Lentitud e ineficacia en los actos de gobierno, una movilización electoral constante y la politización creciente de la sociedad configuraban una situación muy complicada y no eran pocos los actores en todos los partidos que entendían que la única forma de salir de la misma era a través de un quiebre institucional.
En este entorno es que Rocha recibe al Presidente Terra en aquel verano pletórico de acontecimientos.
Gobernante polémico, su visita estuvo precedida por fuertes polémicas también. La efervescencia política de la época llevó este hecho a discusiones que tuvieron su mayor tono en la reunión del propio Consejo Departamental, en oportunidad de tratarse el tema de la forma de recibimiento que se le debería otorgar al Presidente. Centrada la discusión entre los integrantes colorados, ya que los blancos no habían concurrido, hubo quienes sostenían que la visita era de carácter puramente política y por lo tanto no correspondía un recibimiento oficial. Sin embargo, al final triunfó la tesis contraria sostenida por el Presidente del Consejo Sr. Amaranto Torres.
De esta forma se llegó a la tardecita del día esperado con una delegación oficial y la Banda Municipal, recibiendo al Presidente y su numerosa comitiva en la estación local del ferrocarril.
De inmediato la caravana de coches tomó por la Av. Porvenir (hoy Gral. Rivera), la que recientemente había sido plantada de palmas, y se dirigió directamente a la casa municipal. Allí comenzaría una apretada agenda preparada por el Comité de Recepción, presidida por el Dr. Florencio Martínez Rodríguez. Los discursos de rigor, para pasar luego a una corta ceremonia en la Jefatura de Policía, donde el Jefe de la misma, Don Medardo Silvera, ofrecería un aperitivo. Estaba previsto luego un breve descanso y el Presidente, su señora esposa, Maruja Illarraz y sus dos hijas, pasaron a alojarse en la residencia particular del Dr. Fernando de los Reyes Pena. El resto de la delegación fue alojada en el Hotel Arrarte.
Sobre las nueve de la noche, el Teatro 25 de Mayo fue escenario, de una conferencia donde a través de varios oradores, se llevó la opinión del gobierno en distintos tópicos de la vida del país, fundamentalmente referido al proyecto de Reforma Constitucional que por entonces se buscaba impulsar.
Una multitud desbordó la capacidad del teatro y al final el Dr. Terra, según las crónicas de la época, “hubo de terminar su discurso afuera del mismo, a los efectos de ser oído por el público que estaba en la vereda, calle y parte de la Plaza.”
Terminado el acto se había preparado en el salón del Palacio Municipal en homenaje a los visitantes, un lunch para el cual previamente se habían vendido tickets a $ 1,50.
Todo era movimiento esa noche en la residencia de Facundo sobre la calle Gral. Artigas.
La dueña de casa, Doña Tulia Martínez Correa de Machado, se disponía a apurar los últimos preparativos antes de salir para el banquete. Doña Amparo[2] , que había estado recibiendo gente en su casa hasta último momento, le avisó por teléfono que había salido hacia allí. Por lo tanto, se acomodó frente al espejo por última vez su sombrero y mientras se miraba de perfil no pudo evitar detener su mirada en aquel portarretratos que estaba sobre su cómoda. Allí aparecían, Facundo, Secundina[3], el Dr. Lladó y ella, con Jorgito en sus brazos, en la Place Vendôme de París y ella estaba con el mismo sombrero que ahora lucía. Entonces se dio cuenta que esta era la primera vez que se lo ponía desde entonces.
De esos pensamientos la sacó la ruidosa corneta del Packard del Dr. Reyes Pena, que acababa de estacionar frente a su casa. Laura y Luisa[4] la esperaban junto al chofer, para recorrer juntas los escasos 80 mts, que los separaban del Palacio Municipal.
Terminado el banquete, el Presidente Terra ordenó a la comitiva que lo acompañaba su regreso a Montevideo, permaneciendo él esa noche en Rocha con muy pocos de sus colaboradores.
Entonces se dirigió a la casa donde pernoctaría y debido a la presencia de los partidarios que se agolparon espontáneamente frente a ella, “tuvo que salir a uno de los balcones de la misma, y dirigirles unas palabras.”
En realidad nada de esto fue espontáneo, ya que medió para ello el trabajo incansable, entre otros, de doña Amparo Sena.
Ya había pasado la medianoche cuando, cuando el Ford de la Jefatura circulaba despacio por la calle 18 de Julio. Todo aparecía tranquilo. Al llegar al cruce con 25 de Mayo se detuvo y don Medardo asomó parte de su cuerpazo por la ventanilla. Desde la vereda el Comisario Coduri se cuadró y dijo con firmeza:
-Sin novedad, mi Jefe.
Luego de un corto intercambio de palabras, el coche arrancó nuevamente. Los faros hicieron relucir por un momento los sables de los guardiaciviles Dossi y Juvencio, que permanecían firmes justo debajo de aquella gigante bota de hojalata que identificaba la zapatería “Siglo XX” de Blas Cítera.
Ahora el coche iba a paso de hombre frente a la confitería “Del Globo”. Mucha gente afuera disfrutando de la cálida noche veraniega y adentro no cabía una alfiler.
Se producía el publicitado debut de una orquesta de señoritas, las “Tersipcode Girls”, constituída por cuatro señoritas y un chanssonier.
El chofer Cardozo, con su ojo extraviado, miró a su jefe y éste simplemente dijo:
– Vamos que ya es tarde- y el Ford se deslizó por el tobogán de 25 de Agosto rumbo al arroyo.
A la mañana siguiente, un distendido Gabriel Terra, recibía a sus amigos políticos que deseaban saludarlo y más tarde, invitaba a algunos de ellos a un almuerzo en el comedor del Hotel Arrarte, donde el chef de la casa, Lorenzo (a) “El Pampanito”, les tenía preparado un menú que consistía en : “sardinas al tomate con cebollitas , canelones de pollo y cassata” .
Repasemos la lista de invitados ese sábado: Dr. Alberto Demichelli, Medardo A. Silvera, Homero Corbo Martínez, Dr. Juan Rodríguez Correa, Dr. Simón Oyhenard, Modesto Llantada, Abelardo Rondán, Dr. Domingo López, Amaranto Torres, Pedro Olivera, Senén de los Santos, Cecilio Costa, Amadeo Baldovino, Angel Eulogio de los Santos, Florencio Pacheco, Juan López, Rodolfo Acevedo y Carlos N. Rocha .
Ya en la sobremesa se sucedieron los brindis y finalizó el encuentro cuando Facundo Machado, levantando su copa, pidió a todos un brindis por el país…
Horas después el Presidente, acompañado de su familia, tomaba el tren que lo retornaría a la capital.
Era el sábado 4 de febrero de 1933.
Cincuenta y cinco días después daría un golpe de estado.
Cuando el Jefe Arostegui, hizo sonar la campana y el tren comenzó su pesada marcha, los saludos y vítores aumentaron en intensidad, como queriendo prolongar una despedida que había tenido mucho calor y emotividad.
La banda siguió tocando, unos minutos más, los últimos acordes de una conocidísima marcha militar.
Don Facundo se dirigió entonces lentamente hacia la explanada. Hacia mucho calor y el chofer Olivera había estacionado su Plymouth debajo de un trasparente.
Se quitó el saco y el sombrero y se ubicó en el asiento posterior. Su espalda se incrustó en el respaldo. Estiró sus piernas, lanzó un profundo suspiro mientras dijo para sus adentros:
-Ha sido un largo, larguísimo día.
En verdad, el día más largo de su vida.
Envueltos en el bochorno de la tardecita veraniega los participantes regresaban a la ciudad.
Posiblemente en muy pocos de ellos existía la conciencia clara de que, a partir de entonces, aquellos disfrutables tiempos terminaban definitivamente.
Bibliografía
Archivo Municipal de Rocha.
Dirección de Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente de la
I.D.R.(Planimetría)
Hugo Nario: Los Picapedreros (Tandil, historia abierta II)
Pascual Muñoz: Cultura Obrera en el Interior del País.
Nestor Baumann: La minería a comienzos del siglo XX en el Uruguay.
Víctor Serrón: La gripe en el Uruguay 1918/1919.
Colección diario “La Democracia”. Biblioteca Nacional.
Colección periódico “El Picapedrero”. Biblioteca Nacional
Colección “Acción Comunista” de Rocha. Biblioteca Nacional
Revista “Mundo Uruguayo”, año 1923. Biblioteca Nacional
Diario “La Palabra”. Hemeroteca Centro Cultural María Elida Marquizo, Rocha.
“La Revista de Rocha” – Hemeroteca Centro Cultural María Elida Marquizo, Rocha
[1] Archivo Municipal: Carp 298 – Se trataba de una casa, propiedad del remitente, en la calle Gral Artigas, frente a la actual Plaza B. Brum, aproximadamente donde hoy se encuentra el Policlínico del Este.
[2] Doña Amparo Sena de Silvera, esposa de Medardo Silvera.
[3] Doña Secundina Sosa de Lladó, esposa del Dr. Antonio Lladó
[4] Doña Laura Iriarte de Reyes Pena y Doña Luisa Bula de Martínez, esposas del Dr. Fernando de los Reyes Pena y Dr. Florencio Martínez Rodríguez, respectivamente.
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