Jesús Perdomo
SUMARIO: 1. Hurgando en el pasado – 2. Quién es quién – 3. Alquimia histórica – 4. Atando cabos – 5. La voz del experto – 6. Nobles reliquias – 7. Los puntos sobre las íes – 8. Rumbeando el final – 9. De tierra soy
1. Hurgando en el pasado
Don Manuel está parado frente a la puerta de su rancho, de horcones chamuscados y requinchado. Suspira, contemplando ese verde mar de palmas desplegándose allá abajo, en la llanada que rodea la altura donde están su vivienda y corrales.
Don Manuel González suspira apesadumbrado. Si no logra presentar el documento que acredita su legal posesión de la media “suerte de estancia”, unas 900 hectáreas, donde está avecindado, es muy posible que resulte desalojado… ¿y a dónde irá con su familia?
Es que estamos a 1822, tiempos de la Cisplatina, cuando el Gobernador portugués Lecor ajusta las extracciones impositivas y campo que no tenga los papeles en regla apeligra ir derechito a manos de lusitanos.
Tales son los rumores que corren. Y menos mal – piensa don Manuel – que él no es destinatario de tierras por parte de Artigas.
Ahora le exigen presentar el papel de posesión, pero el documento de posesión se quemó cuando se incendió su criolla vivienda, años atrás. Contemplando los horcones todavía ennegrecidos de su requinchado rancho, Manuel González especula que puede hacer para que se reconozca su legítimo derecho de posesión.
Hará lo mismo que en 1810, cuando se lo reclamó el gobernante español. Presentará testigos. Entonces, José Molina era Juez de Santa Teresa y ahora es Alcalde. Molina lo conoce y sabe del percance que volvió cenizas su bendito papel. Y también tiene buenos vecinos que sacarán la cara por él.
El requerido documento de posesión, vuelto cenizas en el incendio del rancho, se lo había firmado, a 29 de setiembre de 1793, el comandante de Santa Teresa Capitán Agustín de la Rosa, bajo expresa delegación del Ministro de la Real Hacienda de Maldonado, don Rafael Pérez del Puerto.
“En el Partido de Castillos, a treinta y un días del mes de Agosto del Año de mil ochocientos veintidós, en virtud de la información que solicita la persona MANUEL GONZÁLEZ, para dar cumplimiento a ella y en vista de la autorización que obtengo por elección del Sr. Alcalde Propietario José Molina, hice comparecer ante mí y de los Testigos con quienes actuó a los vecinos más antiguos e idóneos de esta jurisdicción, Manuel Álvarez de Olivera y José Lino Balduvino a quienes les exhibo el debido Juramento para que expidieran cuanto supieran con concepto a la información que solicita la parte que se presenta, y contestaron unánimes ‘les consta el espacio de treinta y cuatro años que le conocen al interesado poseyendo sus campos y que hace como veintinueve años, poco más o menos, obtenía documento de propiedad por el Comandante que lo era Agustín de la Rosa, quien se hallaba facultado para ello’”
A continuación, en el testimonio se detallan los límites del campo de Manuel González, concluyendo “Que es cuanto saben y pueden decir sobre el particular de que se hace referencia. Que se afirman y ratifican bajo el Juramento que prestado tienen; expresaron ser de edad, el primero de setenta y dos años y el segundo de cincuenta y siete, y lo Firman conmigo el Juez Comisionado y Testigos de mi asistencia: Joao Cardoso De Brun, José Lino Balduvino, a ruego de Manuel Álvarez de Olivera José Morales- Testigo Juan Olivera, Testigo Felisberto José Pereira…” (1)
2. Quien es quien
El documento que antecede tiene lo suyo. Por ejemplo, ese Felisberto testigo tenía por nombre completo Felisberto José Pereira Da Sena. Sus descendientes, al día de hoy, son los apellidados Sena, innumerables en Castillos y su entorno.
Además, un par de años atrás – 1820 – Pereira da Sena había comprado, en la “Vuelta del Palmar”, un campo casi lindero con el de Manuel González, el campo del indio Miguel de los Santos, padre del chasque artiguista Francisco, justo en el año del alejamiento de don José hacia el solar paraguayo y comienzo del legendario viaje del chasque rumbo a Isla das Cobras, con los cuatro mil patacones.
Por su parte, ese Juez Comisionado del documento transcrito, Joao Cardoso de Brun, también en 1820 había adquirido, por venta privada legalizada en marzo de 1822, el campo de Cayetano de la Rosa, en “Guardia del Monte”, sobre la Laguna de Castillos, éste sí vecino lindero de Manuel González.
Tanto Cardoso de Brun como Pereira da Sena, clamorosamente portugueses, eran de los tantos que habían entrado a tierra oriental siguiendo al Ejército invasor de Lecor en 1816.
Y por las buenas, o no tanto, se iban haciendo de “campitos”. Manuel González corrió con suerte. Su suerte consistió en esos dos buenos vecinos, los “residentes más antiguos e idóneos” que lo respaldaron.
Por último; ¿dónde estaba el campo de Don Manuel González?, “mi corta posesión”, según él. Ocupaba exactamente el área donde, más tarde, se asentó el Pueblo “San Vicente de Castillos”, hoy la ciudad de Castillos.
Su rancho, incendiado y luego reconstruido, con los corrales, se levantaba en el punto más alto, allí donde ahora se alza la torre de Antel.
Informe adicional: Josefa González, una de los siete hijos de don Manuel González, fue la esposa de Francisco de los Santos, el chasque de Artigas, pareja que no tuvo descendencia de sangre.
3. Alquimia histórica
Después de estas digresiones – que entendemos ilustrativas para comprender el entorno histórico, humano y geográfico en que se desenvuelve nuestra crónica – volvamos al documento con el testimonio de los dos vecinos “más antiguos de la jurisdicción”. En él reside la clave que define – con terminante certeza – el lugar de nacimiento del “Señor del Este”, Coronel Leonardo Olivera.
¿Qué testifican, bajo juramento, estos dos “viejos residentes”, “los vecinos más antiguos e idóneos de esta Jurisdicción”? A Manuel Álvarez de Olivera y a Lino Balduvino “les consta el espacio de treinta y cuatro años que lo conocen al interesado, Manuel González, poseyendo esos campos”. (negritas nuestras)
Dan su testimonio en 1822. Ahora bien, si a 1822 le restamos 34, nos da… 1788.
En buen romance: en 1788, tanto Manuel González como Lino Balduvino y… Manuel Álvarez de Olivera residen en la zona.
Y bien ¿cuál es la fecha de nacimiento de Leonardo? El emblemático Párroco de San Carlos, Padre Amenedo Montenegro estampa en la partida correspondiente: “El 24 de diciembre de 1793 puse Óleo y Crisma a un niño que nació el 26 de noviembre y se llamó Leonardo, hijo de Manuel de Olivera y Ana Teyxera, el cual fue bautizado solemnemente en caso de necesidad por un secular llamado Gregorio Aguirre. … Lo presentó en esta Iglesia el dicho Gregorio Aguirre, a quien advertí de su obligación por la educación cristiana…” (2)
Si, como los antiguos alquimistas, vertimos en el matraz los distintos ingredientes contenidos en ambos documentos transcritos, espontáneamente se fusionarán para dar el áureo producto que buscamos: Leonardo nació en el “Palmar” de Castillos.
Revisemos los ingredientes: 1) desde 1788, Manuel Álvarez de Olivera, el padre, residía en esta zona palmareña, ya 5 años antes de nacer Leonardo; 2) nace el 26 de Noviembre, pero lo bautizan en San Carlos el 24 de Diciembre, casi un mes más tarde; 3) Le dan “bautizo de necesidad” o – como se decía antes – “el Agua del Socorro”, por un “secular” a falta de Cura; 4) el bautizante privado y, más tarde, padrino del bautismo formal en el templo, fue Gregorio Aguirre.
En aquellos viejos tiempos, de arraigados reflejos cristianos, sacar al recién nacido de la categoría de “infiel”, es decir, bautizarlo, se consideraba tan urgente como cortarle el cordón umbilical. ¿Cómo se explica, entonces, ese mes de demora en llevarlo a la Pila Bautismal de San Carlos?
Si, supuestamente, hubiera nacido en esa Villa, el bautizo habría sido inmediato. Entonces ¿por qué la demora? “Enfermedad”, se podrá argüir; pero, en tal caso, sin duda el propio Cura Amenedo habría concurrido raudo al domicilio y no se explica la acción de un “secular”.
El nombre de ese “seglar” lo aclara todo. Gregorio Aguirre, el bautizante “de necesidad” y, más tarde, Padrino, era propietario vecino- Laguna de Castillos por medio- de Manuel Álvarez Olivera. Tenía su campo en Chafalote, al oeste del cual se alzan los que – todavía hoy – se conocen por “Cerros de Aguirre”.
Por el sur, su campo era lindero de la “Real Estancia de Don Carlos”, que fue “privatizada” justamente en 1793.
Ese fue el año de fundación de Villa “Ntra. Señora de los Remedios de Rocha”. A los desalojados de terrenos destinados para la naciente Villa – Techera, Veiga, Balao, etc. – se les dio posesión en la ex estancia de Don Carlos.
Veamos lo que nos informa doña Florencia Fajardo, glosando un censo de posesiones rurales en la zona de Castillos ejecutado en 1791, dos años antes de nacer Leonardo: “…El otro colindante de Cayetano de la Rosa, estanciado en ‘Guardia del Monte’, es Manuel Álvarez, quien figura en el Censo del 91 en calidad de “agregado” de Joaquín Pereyra, vecino de Chafalote. Manuel Álvarez es blanco y cuenta 56 años de edad. El título lo da como siendo capataz de la Estancia Real de Don Carlos…” (3)
4. Atando cabos
Gregorio Aguirre y Manuel de Olivera u Olivera no sólo eran vecinos linderos de campos. Ambas familias estuvieron ligadas en relación de amistad. Ejemplo de ello: María, la hermana mayor de Leonardo, contrajo enlace con Juan Pedro Aguirre, sobrino de Gregorio, el hombre del bautizo.
Todas las referencias nos dan que el escenario natural de movimientos, de producción rural y sociabilidad, de los Olivera y los Aguirre estaba en el área de entorno a la Laguna de Castillos, la de los centenarios ombúes y coronillas.
Y ese será el escenario de correrías, el “patio de juegos” del niño Leonardo, en su etapa de bucólica inocencia, antes que el clarín guerrero lo convocara – mozo de apenas 17 años – a las luchas por la Patria.
Por todo lo visto: ¿un mes de demora en bautizarlo al niño en el Templo de San Carlos?… Razones de distancia desde el lugar natal y razones de oportunidad.
Se explica: un solícito vecino y amigo, buen cristiano, “rescata su alma” en emergencia con el “Agua del Socorro”. No hay premura para acercarse al Pueblo.
Entonces, cuando resulte oportuno, concluidos- tal vez- los requerimientos de las faenas rurales, se programa viaje a San Carlos. Allí bautizo formal del niño en el templo y disfrute de la “Misa de Gallo” así como de sociabilidad urbana al calor de la Navidad, bajo la atenta supervisión del siempre enérgico Padre Amenedo Montenegro.
Llegados a este punto, una aclaración se impone. Se ha citado el nombre del padre de Leonardo de variadas maneras: Manuel Álvarez, Manuel Álvarez de Oliveira, Manuel Olivera… Incluso, en algún documento hemos leído “Manuel Álvez”.
La forma originaria fue “Álvarez (¿Álvez?) de Oliveira”. Pero, al producirse el “trasplante” desde la azoriana “Sancta Catarina” natal al medio social y lingüístico español del este oriental, se produjeron dos adaptaciones: el segundo apellido, según norma portuguesa, pasa a primer lugar y desparece la “i” de “Oliveira”, quedando en “Olivera”, apellido emblemático en la palmareña zona de Castillos.
Alguna vez circuló la romántica versión de que fue el propio guerrillero Leonardo quien retiró la “i” de su apellido, porque le recordaba el odiado régimen esclavista brasilero. Conmovedor, pero incierto.
5. La voz del experto
En este asunto que nos ocupa, como en todos los referidos a la historia del solar rochense, no puede faltar la palabra más autorizada, no sólo por su reconocida y sólida sapiencia, sino- en este caso- por ser descendiente del noble tronco de los “Olivera viejos”.
Así que le cedemos la palabra al Dr. Amadeo Molina Faget: “Los abuelos de Leonardo Olivera corrieron la conocida historia de los lusitanos que el General Cevallos encontró en Río Grande (ciudad y jurisdicción) cuando en 1762 recupera para España toda la región. Funda con ellos el Pueblo de ‘Maldonado Chico’ o ‘Pueblo de los Isleños’, como también se le conoció popularmente, para imponerse finalmente el nombre de ‘San Carlos’, en honor del entonces Rey de España Carlos III, en 1763. (…) Manuel Álvarez de Oliveira era azoriano de ‘Santa Catalina’. En su partida de defunción, extendida en el Libro respectivo de la Parroquia de Rocha, el 10 de Mayo de 1831, se dice que tenía 77 años, de donde surge que el año de su nacimiento fue el de 1754. Era niño de 8 años cuando acompañó a sus padres al ‘exilio’ de San Carlos. (…) Podemos afirmar que, en los primeros años de matrimonio, los padres de Leonardo, Manuel Álvarez y Ana Teyxera vivieron en la Estancia del Rey de Don Carlos (…) Al nombrarlo como lindero de la Estancia que concede, en ‘Guardia del Monte’ al indio Cayetano de la Rosa, dice que Olivera es Capataz de la Estancia ‘Don Carlos”. Todo lo referido ocurre en 1793, y sigue “Estando a varios documentos de la época, resulta que don Manuel de Olivera es un conceptuado vecino de la comarca llamada del ‘Rincón de Castillos Chico’. Lo vemos como tasador de la estancia que se le concede a José Olivera en la Angostura, un carrero que trajina entre Maldonado y Santa Teresa y que se queja al Comandante del Fuerte de que no tiene campo para sus bueyes.
Don Manuel es testigo en el reparto de los campos entre Miguel Yarza y Manuel Balao, en los rincones de Rocha y de las Conchas.
Cuando el portugués Lecor les pide los títulos de los campos a los estancieros (recuérdese a Manuel González), don Manuel Olivera otorga poder a su yerno, el Dr. Juan Pedro Aguirre, el esposos de María, y el Alcalde que lo extiende, en 1822, dice que el poderdante- Manuel Olivera- es vecino hacendado de esta jurisdicción (Castillos)…
Manuel Olivera ha sido un vecino de Castillos que, cuando muere, su cadáver fue sepultado en Rocha, como consta en los libros de la Parroquia.
La estancia va ser explotada por sus descendientes durante todo el siglo XIX, terminando el paraje por perder su primer nombre de “Rincón de Castillos Chico” para llamarse “RINCÓN DE LOS OLIVERA”. (4) (negritas nuestras)
6. Nobles reliquias
El viajero que hoy, viniendo de Castillos, transita la Ruta 16 – oficialmente nominada “Chasque Francisco de los Santos” – enseguida de sortear el “Paso de los Adobes”, si mira a su derecha, allá en la loma verá un monte de eucaliptos y, al costado, un solitario corral de palmas.
Allí estuvo la cuna del niño Leonardo. El “Corral de Palmas”, en verdad, es doble: un corral grande y otro más chico, con una recta hilera de Palmas para “recueste” de las reses hasta meterlas en el corral.
Debajo del monte de eucaliptos afloran todavía los cimientos de la sobria población de don Manuel Olivera.
A cierta distancia, formando rectángulo, algunas grandes piedras sobreviven, delimitando el patio con un cerco que protegía la población. Más allá, dos centenarios ombúes parecen saludar, desde la distancia, a sus hermanos que coronan la Laguna de Castillos.
A estas nobles reliquias – vegetales y rocosas – la gente del pago las conoce como “Las Taperas de Leonardo”.
A un par de kilómetros de allí, a la vera de Ruta 16, el Grupo Tradicionalista “Chasque Fco. De los Santos”, erigió una estela que le señala al viajero el sitio natal del “Señor del Este”, por dos veces Reconquistador de Santa Teresa.
“…Usted puede preguntarse, amigo lector – dice don Amadeo – ¿a qué viene tanto empeño en demostrar la vinculación de Leonardo Olivera con esas taperas? Simplemente para pedirle que, como rochense, no sea indiferente a los esfuerzos que se puedan realizar para rescatar del olvido a ese solar. En el seno del Gobierno Departamental acaba de crearse una Comisión para recuperar y conservar los elementos de significación histórica, cuya primera preocupación deberá ser ese lugar. (…) (Amadeo escribe en 1985) Nací a 700 metros de esas taperas. He vivido siguiendo las rastrilladas que dejaron los Oliveras viejos en el suelo de mi pago, en la historia de la Patria. Por mis abuelas, vengo de Isidoro y de Julián (hermanos de Leonardo) y, como si fuera poco, mis hijas, por el lado de la madre, vienen de Merceditas, una de aquellas muchachas de piel blanca, cabellos rubios y ojos azorianos…” (4)
El emotivo ruego de Amadeo Molina Faget todavía sigue incumplido. Se explica. El doble Corral de Palmas pertenece a un predio privado y el monte que cobija la tapera, a otro, también privado.
De todos modos, este solar natal de Leonardo, Héroe Nacional de primer nivel, así como el campo de Batalla de India Muerta y el sitio del autoinmolado Pueblo de Santa Teresa en “La Redota”, son tres lugares con dimensión superior a la departamental rochense.
Son Patrimonio Nacional.
. Los puntos sobre las íes
Muchas veces se ha publicado, en libros y órganos de prensa, que don Manuel Olivera fue propietario de estancia en Pan de Azúcar.
También aquí, con mucho respeto pero con certera precisión, don Amadeo Molina Faget puso los puntos sobre las íes: Leonardo Olivera sí fue propietario en Pan de Azúcar. Su padre don Manuel, no.
… “He visto en el Archivo del Juzgado Letrado de Rocha un documento que me ha conmovido. Se encabeza como “Suscripción Voluntaria Patriótica donada por los Vecinos de la Jurisdicción a beneficio de las Tropas Orientales, por orden del Señor Alcalde Natalio Molina, en manifestación del Excelentísimo Gobierno Provisorio, hecha su recaudación por los Comisionados por este Juzgado, Manuel Antonio Acuña y Vicente Martínez Valdés… 13 de setiembre de 1825. (…) Y allí figura, con la suma más fuerte, MANUEL ÁLVAREZ. Imagínese, lector, ¿cuánto podría ser?:¡ Diez pesos!… No había moneda y la pobreza era tremenda… Pero, siempre, Manuel Álvarez Olivera figurando como hacendado de la zona de Castillos y no de otro lugar. (…) Por mi parte, hoy estoy seguro que Manuel Álvarez nunca fue estanciero en Pan de Azúcar. En la monumental obra de Sala de Touron, De la Torre y Rodríguez, ‘Evolución Económica de la Banda Oriental’, el Rincón de Pan de Azúcar figura como ‘realengo’ (estatal) hasta 1811. En 1815 dice Artigas en su famoso Reglamento, en el artículo 18:’Podrán reservarse únicamente para beneficio de la Provincia el Rincón de Pan de Azúcar…’. Quiere decir que, en 1815, don Manuel Álvarez no estaba allí.
Tampoco lo encontró Eduardo Martínez Rovira en el Padrón General de Vecinos- cabezas de familia- del año 1824 en el Partido de Pan de Azúcar y de Solís Grande.
Martínez Rovira publica una especie de Mapa de las Salidas Fiscales en el Departamento de Maldonado, donde se señala con el N° 31 el Rincón de Pan de Azúcar y a su respecto dice el autor: “Estancia del Coronel Leonardo Olivera, antes Estancia del Rey o Rincón de las Caballadas de Pan de Azúcar”.
Pero, hay más. Si fuera verdad que Manuel Álvarez tenía tierras en Maldonado, tendrían que haber sido repartidas entre sus hijos a su muerte, salvo que Leonardo las hubiera comprado. En el expediente sucesorio de don Manuel y su esposa, archivado en el Juzgado de Rocha, no hay una sola referencia a tales campos y el cuerpo general de bienes sólo se integra con la Estancia del “Rincón de Castillos Chico”, todo lo cual concuerda con lo anotado por Martínez Rovira. (…) Leonardo si fue propietario en Pan de Azúcar. Y es justo destacar que su vinculación con Pan de Azúcar no fue solo económica. Nuestro Héroe quiso que sus restos mortales descansaran en el Cementerio de la naciente Villa, de donde se retiraron para llevarlos a colocar al pie del Monumento ecuestre de Santa Teresa…” (4)
El actual departamento de Maldonado cuenta con investigadores de historia de primer nivel, pero venera una figura matriarcal emblemática, no sólo en el Este uruguayo sino a nivel nacional: doña Florencia Fajardo Terán.
¿Qué ha dicho doña Florencia sobre el asunto que nos ocupa?
En su “Historia de la Ciudad de Rocha”, en una de las sabrosas notas al final de volumen, estampa, con bajísimo perfil y como con pudor – tal vez para no encrespar a los carolinos – esta breve frase: “En nuestro concepto, el Coronel Oivera nació en tierras rochenses…” (Pág. 200)
“Carolinos”, he dicho. Desde tiempos históricos, los castillenses hemos reservado para la comunidad de San Carlos la más fraterna dilección. Hemos compartido apellidos, deportes, fiestas, sinsabores.
Pero, se nos interpone Leonardo. Los castillenses lo nacemos acá, los carolinos lo nacen allá. Por suerte no ha corrido sangre.
Creo que una solución salomónica se impone: Castillos se queda con el breve niño Leonardo – 1793 a 1811 – y San Carlos atesora el Leonardo adulto, desde su casamiento, 1822, hasta la muerte, romántica muerte por cierto, en 1863.
Y, generosamente, le regalamos a la Patria la etapa intermedia – 1811 a 1821 – donde el “Austriacano” anduvo a lomo de pingo, huérfano de hogar, en movedizos campamentos fogoneros, con sueño alerta y lanza en ristre.
Al igual que Gardel, nativo uruguayo pero que elige Buenos Aires para establecer domicilio, Leonardo, al tomar compañera – Ana Corbo, rochense – elige San Carlos para establecer hogar y poblarlo de hijos.
8. Rumbeando el final
Hace unos años, el abogado castillense Dr. Hugo J. Rubio clausuraba su etapa profesional jubilándose.
Tuvo la gentileza de entregarme un grueso fajo de papeles: documentos acumulados en su despacho, conteniendo procedencias dominiales de títulos de tierras en el área castillense. No sabía que me estaba confiando un verdadero tesoro para la historia comarcana.
Porque en esos papeles venía la “Salida Fiscal de Manuel González”, con su rancho quemado, el testimonio de testigos y la prueba definitiva del afincamiento de Manuel Olivera junto a la Laguna de los Ombúes.
Lamentablemente, don Amadeo no llegó a conocer este documento, que, como preciosa perla, habría coronado su valiosa argumentación.
¡Doble gratitud al Dr. Hugo José Rubio!…
¿Cómo concluir esta monografía sobre Leonardo nativo castillense?
Pues, yéndonos a la “otra punta” con una anécdota… Luego del triunfo en Ituzaingó – 1827 – donde la División Maldonado al mando de Leonardo fue la más aguerrida y castigada, se produjo un paréntesis de paz y expectativas.
El triunfo militar trajo revancha económica. Por millares de millares habían saqueado reses, los brasileros, de campos orientales durante la ocupación Cisplatina.
Ahora es momento de desquite. Ese ganado robado debe retornar a sus praderas nativas. Los guerreros orientales guardarán la lanza para pastorear las reses recuperadas del enemigo.
Y así, cada oficial volvió de Brasil con su punta de ganado.
Leonardo entre ellos.
“Juan Rodríguez ‘el Picaflor’ – nos cuenta Martínez Rovira – tropero jaque y rumboso, dejó con la tropa su cansancio de cien leguas y se acercó, por ver las carreras de caballos, a la pulpería de Lino de la Rosa.
Apolinario ‘el Rengo’, soldado de milicias destacado probablemente en la Guardia de Pan de Azúcar, se dirigió también, como todo el mundo ese día, a las pencas de la pulpería.
‘El Picaflor’, recién llegado del Brasil conduciendo un ganado para la Estancia del Coronel Leonardo Olivera, mudó por segunda o tercera vez de caballo y, sin pensarlo mucho,- porque estaba escrito – se fue atravesando campos al llamado de las pencas, dispuesto también a quedarse – cómo no! – al Baile de la noche…
Estaba escrito. Allí se encontraron. Juan Rodríguez ‘el Picaflor’, criollo en desgracia, maneó, al llegar, su caballo, saludó a la concurrencia y al rato nomás… estaba muerto!
Apolinario ‘el Rengo’, autor del pistoletazo, y Juan Rodríguez ‘el Picaflor’, amortajado en el florido sudario de su alias, salvan – con el hecho sangriento que protagonizan – algunos nombres de la región del ‘Potrero de Pan de Azúcar’, cincuenta años antes de la formación del Pueblo…” (5) (negritas nuestras)
9. De tierra soy
En abril de 1953, cuando se trasladaron los restos de Leonardo desde el Cementerio de Pan de Azúcar a la base del Monumento erigido en Santa Teresa, desde Castillos partió una posta de chasques a caballo integrada por una dama y 6 gauchos: Cota Olivera Olid, Artemio Romero, Homero Olivera, Wilfredo Romero, Adalberto Molina Faget, Mario Ubal y Amadeo Molina Faget.
Los chasques se fueron pasando, de mano en mano, una urna. Y así, al retirar los restos de Leonardo, el hueco de su última morada en el Cementerio de Pan de Azúcar se llenó con el contenido de la Urna: arenosa tierra del lugar donde había abierto sus ojos al mundo, bajo los palmares y ombúes de Castillos.
REFERENCIAS:
“Salida Fiscal de Manuel González”- Escribano Enrique Díaz y Jaime, 14 de mayo 1925- (copia en archivo del autor)
Libro II de Bautismos, folio 130- Parroquia de San Carlos.
“Ministro de la Real Hacienda”, por Dra. Florencia Fajardo – Maldonado
Semanario “Atlántico” del 28 de setiembre al 25 de octubre 1985 – Rocha
Eduardo Martínez Rovira, en Suplemento Dominical “El Día”- 1973
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