Julio Dornel
SUMARIO: 1. Prehistoria e historia – 2. El factor Samuel – 3. La Barra: naturaleza pura – 4. La casilla de la “Western” – 5. Evocando personajes y pequeñas historias – 6. El Puente de la Amistad – 7. Boliches con identidad propia – 8. Epílogo
1. Prehistoria e historia
Todo comenzó el 8 de julio de 1909, cuando los hermanos Perfirio y Gumercindo Acosta compraron a José María da Costa, según escritura autorizada por el escribano Orosmán de los Santos, las tierras que conforman hoy el balneario.
Ubicada sobre el triángulo de arena formado por el arroyo Chuy y el océano Atlántico, con un estilo singular que la mantiene alejada hasta el día de hoy del ritmo veraniego de otras playas del departamento. Con planos, escrituras, protocolos y documentos a la vista, van surgiendo los orígenes de un balneario que hace más de 90 años comenzaba el fraccionamiento de grandes extensiones de tierras frente al Atlántico, dividiendo el condominio de los hermanos Acosta.
Le correspondió a Perfirio Acosta vender según escritura del escribano Gastón Arimón, con fecha 8 de octubre de 1936, varios terrenos a Rosa Joaní de Fernández, Claudio Milar, Gualberto Vidal, Avelino Moreno, Vidal Decuadra y a Gualberto Honorato Vidal. El 26 de julio de 1938, los compradores fueron Casimiro Sosa, Samuel Priliac y Odorico Zesefredo Correa. Al año siguiente, el 30 de abril se registraron nuevas operaciones a nombre de José María Durán, Humberto Benítez, Miguel Conrado Milar, Samuel Priliac, Luis María Gómez y Antenor Rodríguez. El 14 de marzo de 1940 los compradores fueron José María Santurio, María Josefa Aramburu, Esteban Arteta y Gilberto Atanasio Santurio. El 19 de julio del mismo año se realizaron las escrituras a nombre de Teodoro Antonio Rodríguez, Willy Martins Galvao Fabre y Horacio Laborde Pi. El 23 de enero de 1941 compraron nuevamente Samuel Priliac, haciéndolo también Leopoldo Fernández, Manuel Fernández Gómez, Gonzalo Fernández, Salomé Patrocinio Pascal y Ramón Prudencio Rotta. En los años siguientes se reiteraron las compras de pequeñas fracciones, apareciendo nuevamente don Samuel Priliac en varias operaciones, conjuntamente con Isidro Rebollo, María Justina Ramona Rocha, Reiner Pablo Martínez, Wilmar Rodríguez, Leopoldo Fernández y Enrique Noguera. Llegamos al 29 de julio de 1944 donde Samuel Priliac, una vez más, realizó la mayor adquisición hasta el momento, la que ascendía a 14.608 metros. Continuaron en forma simultánea, las ventas de pequeños terrenos a Octavio Pereyra, Exequiel Alido Coduri, Rivera Esteban Cardoso y Lavalleja Timoteo Cardoso.
El 23 de febrero de 1945, Antonio Arboleya Cúneo adquirió 24 hectáreas cuyo futuro fraccionamiento dio origen años más tarde al barrio “Treinta y Tres” del balneario. Según plano del agrimensor Arturo López Blanquet, lindaba al norte con el arroyo Chui, por medio de los Estados Unidos de Brasil, por el Este 700 metros con playa al océano Atlántico, al sur con calle de 17 metros de ancho, en una extensión de 249 metros con terrenos de Aquiles Rubio, Aníbal Falco y más terrenos del vendedor, y por el oeste línea de 525 metros con más propiedades del vendedor.
De este goteo de ventas fue conformándose un cúmulo de primeros pobladores con escasa infraestructura pero con una naturaleza virgen que realmente era un privilegio. Comenzó así el auge del balneario. Las ventas consolidaron su perfil y fueron muchísimos los terrenos que se vendieron en la década que va de 1946 a 1956, donde nos encontramos, a título de ejemplo, con escrituras a nombre de Guillermo Kirk Wood Gordon, Isabelino Píriz, Juan Miguel Silva y Rosas, Rodolfo Rufino Feria, Antonio Rudecindo Arboleya, Sebastián Ildefonso Coelho, Luis Alberto Carballo, Peregrino Mario Bareño, Julio María Veró Techera, Franz Albert Betancur, Irio Gregorio Olivera, Ana Esther Garrido, Tolentino Silvera, Gregorio Nogués, Cirio Pereyra Rebollo y Gregorio Noguera entre muchos otros.
Las bases ya estaban sentadas.
2. El factor Samuel
Entretanto Samuel Priliac, que se había convertido en uno de los mayores compradores de la zona balnearia desde finales de la década del 30 del siglo pasado, comenzó a mediados de la década siguiente su aventura inmobiliaria, fraccionando y vendiendo con algunas facilidades, convertido en una suerte de Piria local. Se encargaba de la promoción y venta por lo que hoy son comunes mecanismos inmobiliarios pero que en aquellos años eran innovadores. Fue así que comenzó a consolidarse el despegue del balneario con proyección nacional, atrayéndose compradores de la capital, del interior, especialmente de Treinta y Tres y Cerro Largo, que tenían así su salida turística al mar a mano, y aún argentinos.
El 5 de junio de 1945 se realizaron las primeras ventas de Samuel a compradores de Montevideo, entre los que podemos mencionar a Elvira Nelly Mendaro, María Emilia de Castro Zubía, Ernesto Duarte Laperriere y Alberto Horacio Vico; -todas ellas de acuerdo a los primeros planos de mensura y división de tierras realizados en agosto de 1944 por el agrimensor Luis Alberto Carballo-, destacándose entre los titulares la venta efectuada al Gral. Julio Caporal Scelta y la donación realizada por Samuel, en su calidad de nacionalófilo empedernido, al jugador del Club Nacional de Fútbol de Montevideo Aníbal Ciocca, casado con Josefina Gallo.
Cabe destacar finalmente que en la década del 50/60, coadyuvando con el impulso de Priliac, se afincaron en La Barra, algunos hombres que marcaron el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo del balneario, entre los que podemos mencionar a Miguel De León, Julio Veró, Nicomedes Gómez y José María Maiorano que adquirió de Perfirio Acosta una importante superficie en las proximidades del arroyo, según fraccionamiento realizado por el referido agrimensor Carballo.
3. La Barra: naturaleza pura
Las características naturales del atlántico rochense, han despertado siempre el interés del turismo que llega durante la temporada veraniega para disfrutar de las playas oceánicas que se extienden entre La Paloma y La Barra del Chuy. Entre los variados factores que vienen influyendo para cimentar la vigencia de este balneario podemos señalar su proximidad con la frontera con toda su gama de comercios y un rico entorno geográfico e histórico, con los fuertes de San Miguel y Santa Teresa, la Laguna Negra, los arroyos Chuy y San Miguel, conjuntamente con la belleza incomparable de la Laguna Merín y la posibilidad de trasladarse en pocos minutos hasta La Coronilla, Punta del Diablo, Aguas Dulces y La Paloma.
Aguas cristalinas, finas arenas y una vegetación exuberante complementan el lugar ideal para una cómoda estadía, colmando las expectativas del turista que llega a la zona en busca de pacífico descanso lejano de las imágenes de superurbanizaciones costeras. Este panorama natural ha sido complementado armoniosamente por la actualizada infraestructura que ofrece Camping Chuy, merced al esfuerzo titánico realizado durante 30 años por la familia Urban, hasta convertirlo en uno de los puntos turísticos más importantes del Uruguay.
Pese a todas las conquistas logradas en los últimos años La Barra ofrece todavía su agreste condición de balneario tranquilo y no invadido por el turismo masivo ni por sofocantes multitudes de otros balnearios que tanto perjudican la tranquilidad y el descanso de los veraneantes.
Cabe señalar como dato anecdótico que en la década del 70, autoridades de la Cámara Internacional de Comercio, manejaron la posibilidad de cambiarle el nombre al balneario por el de “Internacional”, considerando que “su carácter internacional así lo estaba reclamando”. Se argumentaba que su “estratégica ubicación, acompañada por las bellezas naturales estaban justificando esta aspiración”. Sin embargo el proyecto no tuvo andamiento entre los operadores y residentes del balneario, quienes apostaron al nombre inicial.
4. La casilla de la “Western”
Entre los primeros residentes del balneario se encontraba Horacio Laborda, que con tan sólo 18 años de edad, ya trabajaba como telegrafista en la compañía inglesa “Western Telegraph Company Limited”, que tenía su primer contacto en territorio nacional en una casilla de hierro ubicada en la barra del arroyo Chuy. Fue éste el primer medio de comunicación que tuvo la zona, puesto que recién en 1904 – antes del nacimiento del balneario – la línea se había extendido hasta la frontera. La misión de Laborda nos unía al mundo desarrollado por medio de cables subacuáticos que cruzaban el Atlántico. La rústica oficina estaba instalada en la mencionada casilla, en plena costa atlántica, uniéndonos por el fondo del mar con Montevideo y Río Grande del Sur. Esto no fue cuestión de poco tiempo sino que perduró hasta 1949 en que fue clausurada.
Pasaron los años y fueron desfilando por la casilla de hierro, compartiendo su soledad con el océano distintos funcionarios: Eduardo Venturini, Luis Correa, Juan Carrasco y finalmente Horacio Laborda hasta el año 1949, teniendo éste la calidad de ser unos de los primeros pobladores permanentes del recién creado balneario. Cabe señalar que Horacio Laborda, estuvo vinculado al Club Peñarol de Chuy y posteriormente al Club San Vicente compartiendo memorables alineaciones con Wilson Correa, Ariel Lasa, “Tito” Fernández, Alcides Viojo, Placer Dos Santos, Ruben Fossati y el “Coco” Costa entre otros.
Por aquellos años iniciales del naciente poblado costero no existía comunicación terrestre entre La Barra y Chuy, razón por la cual Horacio Laborda debía trasladarse a pie, (18 kilómetros) cruzando “las barritas” en el arroyo Chuy a nado para marcar presencia en las tardes domingueras del fútbol fronterizo.
Volviendo a las comunicaciones telegráficas debemos señalar que las mismas llegaron a La Barra, conectándonos definitivamente con el resto del mundo tras una importante inversión, tendiendo cables submarinos entre todas las ciudades importantes de la costa brasileña. El tendido culminó en el último tramo entre Río Grande y Montevideo pasando previamente por La Barra y Maldonado. El cable tendido entre La Barra y Montevideo estuvo a cargo de la embarcación “Mazzepa” operada por la “Montevidean & Brazilian Telegraph Co.”, que luego fuera adquirida por la compañía “Western & Brazilian Co.”.
Hasta entonces era habitual que la correspondencia dirigida a Europa demorara más de 40 días en llegar.
El relato de Wilmar Correa, que recogimos personalmente, nos lleva a las raíces de la verdadera historia, señalando que “mi padre (Odorico Correa) nacido en 1894, recorría los campos con sus hermanos menores y al llegar a la costa encima de un médano divisaron a unas veinte personas, cosa inaudita en aquellos años. Ante una pregunta de mi padre, señalaron que algunos eran uruguayos y otros ingleses. ´Vinimos en aquel barco y llegamos a la costa en aquella lancha y andamos buscando un lugar para instalar una oficina de telégrafos, vamos a volver porque necesitamos apoyo, materiales y víveres’ expresaron. A su regreso se estableció nuevamente el contacto instalándose un gran campamento, teniendo en cuenta que no existía siquiera un árbol en toda la costa. Traían la herramienta necesaria y mi padre con sus hermanos, fueron ayudando en la construcción de las primeras casillas de madera, donde se fueron instalando las oficinas y demás dependencias. Se terminó el tendido de los cables submarinos y entró a funcionar la oficina de La Barra del Chuy, poniendo punto final a los chasques a caballo hasta Río Grande. Cabe señalar que en décadas anteriores se había intentado esta conexión, que no se pudo concretar por diversas circunstancias. El primer telegrafista de apellido Cardoso, no aguantó la soledad y no se supo cómo ni cuándo se fue. Vino luego un señor Machado que tampoco aguantó mucho pidiendo ser relevado a los pocos meses. El tercer telegrafista fue Eduardo Venturini que al margen de establecer un vínculo amistoso con la familia Correa, se casó con una hermana de mi padre. Lo sucede Luis Correa, y finalmente Horacio Laborda, casado con Nair Acosta una sobrina de Luis. Como dato anecdótico debemos señalar que Horacio Laborda jugaba en el Club San Vicente y atendía la oficina telegráfica de La Barra hasta las 12 y 30, se venía a Chuy a pie, jugaba el partido y se volvía corriendo, cruzaba las barritas nadando y llegaba en tiempo para atender la segunda llamada en la oficina del balneario”.
Cabe señalar finalmente que Wilmar Correa es nieto de Perfirio Acosta, que como lo señaláramos al comenzar, era el dueño de estas tierras que luego fraccionadas fueron facilitando el desarrollo del balneario.
5. Evocando personajes y pequeñas historias
No existe crónica que no deba de recoger recuerdos de personajes que son los que dan el sabor a la vida de las comunidades. La Barra no es ajena a ello; por el contrario a lo largo de los años la han habitado o frecuentado distintas personas que dieron su impronta al rincón extremo de la costa rochense.
Promediaba el siglo pasado cuando numerosas familias se fueron integrando al paisaje del balneario, construyéndose los primeros ranchos que se alquilaban en la temporada veraniega. De todas maneras había que superar las dificultades del camino, desafiando médanos y las referidas “barritas”, para poner a prueba la destreza de los conductores. En cada temporada nuevos residentes le iban cambiando lentamente la fisonomía al balneario, que mantenía sus referencias; el arroyo con sus cangrejos, el faro de la Barra brasileña, las vertientes de agua dulce, su puente de madera, las cachimbas y los juncales.
Cielo azul, mucho sol, altas temperaturas, finas arenas y una razonable vegetación han hecho de este balneario el lugar ideal para una cómoda estadía. El paisaje natural, una infraestructura que colma las expectativas básicas del turista que quiere paz así como servicios públicos aceptables representan en la actualidad la mejor propaganda para retener a los viajeros.
Pero también, al margen de las bellezas naturales, el turista puede encontrar lugares ideales para degustar comidas típicas de la zona y centros nocturnos donde también se puede disfrutar de buena música para matizar la noche.
El perfil del balneario ha ido cambiando. Un hecho destacable está relacionado con la naturaleza de la vivienda, hasta la década de 1980 a 1990 las casas eran alquiladas en su totalidad durante la temporada veraniega permaneciendo vacías el resto del año en su gran mayoría; pero en la actualidad un alto porcentaje de las viviendas se ha convertido en domicilio permanente de quienes trabajan en Chuy por la facilidad de transporte, la comodidad y el placer que otorga el hecho de vivir frente al mar.
Por ese motivo se pueden observar mejoras importantes en algunas construcciones que van mejorando el perfil edilicio de La Barra. De todas maneras como todo balneario se fue haciendo en cada temporada, despacio, sin apuro y de acuerdo a la visión de los hombres que fueron llegando al balneario. A mediados del pasado siglo las temporadas estivales estaban relacionadas con las vacaciones escolares. Comenzaban cuando terminaban las clases a mediados de diciembre y culminaban en marzo.
Los viajes se hacían en carros y duraban más de una hora para cubrir los 10 kilómetros y no resultaban precisamente cómodos, teniendo en cuenta que se cargaban las gallinas y otros animales que no podían permanecer solos en la frontera y que formaban parte además del sustento veraniego. Por entonces todos eran ranchos humildes de paja sin mayores pretensiones que fueron abriendo sus puertas a los primeros adelantados. En un gran marco natural, sin robos ni violencia y con una total integración entre los pocos vecinos, fueron formando el rancherío inicial.
Entre varios de aquellos elementales edificios pioneros se destacaban el rancho alargado de “Totó” Cambre, los de Gustavo Weiss, Feliciano Ferreira, del sastre Guillermo, del constructor Resquín y de los carroceros Dorval Rocha y Serafín Lima. Más allá, el “Cabito” Terra en la casilla blanca de la aduana, don Avelino Moreno también aduanero que conjuntamente con Trillo Laudama y Claudio Milar vigilaban la frontera atlántica.
Más allá, la fábrica de Maiorano y el Club Social donde se alternaban en el manejo de la cantina el “Quino” Silva, Trinidad y el “Negro” de Brun. Por esos años tomaron impulso los fraccionamientos dando comienzo al desarrollo inmobiliario, facilitándose la construcción y el afincamiento de nuevos vecinos. De esta manera fueron llegando paulatinamente las familias de Berto Vidal, Gerónimo Acosta, Fermín Corbo, Juan Fernández, Oscar Díaz y muchos otros.
Una vez mejorados los accesos, a fines de los años 50 del siglo pasado, los primeros vehículos marcaron su presencia los fines de semana, alterando la siesta prolongada de los mayores, destacándose por aquel entonces los autos de José Regal, Manuel Iglesias, José Rodríguez, el camioncito de don João Silva, la voiturette descapotable de don Silvio Fossati y los autos de Egidio Silvera y Valdo Russomano.
Por la tarde, en aquellos años de fraternidad casi familiar en el cúmulo pequeño de veraneantes iniciales se acostumbraba a conformar ruedas familiares junto al arroyo, bajo el puente de madera que allá por 1944 había inaugurado el Ministro Tomás Berreta, quién pocos tiempo después llegaría a la presidencia de la República. Comenzaron en forma simultánea las reuniones bailables en los ranchos de Nicomedes Gómez y Julio Veró, donde solía tocar por 5 pesos y una cerveza un joven llamado Carlos Julio Eizmendi, más conocido por “Becho”, que años más tarde se consagraría como uno de los mayores violinistas de nuestro país.
6. El Puente de la Amistad
El 20 de abril de 1944 fue inaugurado oficialmente el puente internacional sobre el arroyo Chuy, uniendo los balnearios La Barra (Uruguay) y Barra do Chuí (Brasil). Se hizo presente en esa oportunidad, el Embajador brasileño Dr. Batista Luzardo y el Ministro de Obras Públicas de nuestro país, Tomás Berreta. El puente fue construido por el gobierno uruguayo en el tramo final del arroyo Chuy, junto a la desembocadura en el océano Atlántico. Su vieja estructura de madera que cumpliera una importante misión en la vida social y comercial de ambos países fue sustituída en la década de 1970 por un moderno puente de concreto. Cabe señalar que la ceremonia de inauguración del nuevo puente de hormigón se cumplió en el centro del mismo, donde las cintas con los colores de ambos países demarcaban simbólicamente los límites establecidos en los tratados. La delegación brasileña estaba integrada por el Ministro de Obras Públicas Coronel Mario Andreazza, el Jefe de la División de Puentes y Carreteras Dr. José Víctor Rosenberg, mientras que la delegación uruguaya estaba encabezada por el Ministro de Obras Públicas Arq. Walter Pintos Risso y los arquitectos Juan José Barbet y Crispo Ayala. Al hacer uso de la palabra el Ministro Andreazza señaló que “al margen de este vínculo material se traducen otros que se irán transformando en cooperación fraterna entre ambos pueblos hermanados en la comunión de ideales comunes de amistad sincera y franca participación. Este puente cuya construcción se debe a la acción emprendedora del gobierno uruguayo, trasciende más allá de sus dimensiones materiales, porque se complementa magníficamente con el conjunto de obras a través de las cuales América Latina viene materializando su determinación de multiplicar sus puntos de contacto a favor de los intereses comunes que consolidan los lazos de amistad entre ambos países.”
7. Boliches con identidad propia
La calle no tiene nombre, pero fue siempre la preferida de los primeros habitantes por haber centralizado en ella todas las actividades que se realizaban en el incipiente balneario. Por allí estuvieron o están todavía algunos comercios y centros nocturnos que generaban siempre un inusitado movimiento durante las 24 horas. Entre muchos locales con historia propia debemos recordar a “La Cueva”, “El Rancho de la Alegría”, “El Saveiro” y los comercios de ramos generales que regentearon Julio Cabrera y el “Macho” Vitabárez.
La calle terminaba en el Atlántico, pasando por los ranchos de Arlindo Correa, Alberto Talayer, el “Junquito” de los Correa y los ranchos de “Totó” Cambre y el “Cubano” Vogler. Una época romántica con varias casillas de madera rodeadas de hortensias y malvones que hacían más agradable y acogedor el ambiente veraniego.
Al finalizar la calle y salpicada por las olas, se encontraba “La Taberna”. Un local que supo tener varios propietarios cumpliendo distintas actividades. Restaurant, discoteca, pizzería, agencia de ómnibus y sobre todo lugar de encuentro para festejar aniversarios o simples reuniones de carácter familiar. “La Taberna” marcó durante muchos años un estilo de vida para jóvenes y veteranos que se daban cita en la pista de baile o junto a las mesas del restaurant. Fue siempre un local popular y acogedor sin mayores pretensiones, que sin faltarle el respeto ni a la verdad, podríamos decir que se trataba de un galpón mejorado, con sus rincones cómplices para que la privacidad alimentara pasiones de verano que solían terminar junto al Atlántico. Por allí pasaron los deportistas del momento, distintos intelectuales, músicos y políticos a lo largo de los años. Centro obligado de la gastronomía veraniega, dirigida durante muchos años por Fernando Correa y el “Cacho” Martínez.
La crónica no estaría completa sin mencionar la trayectoria del “Rancho de la Alegría” de Elmo de Brun, que desde 1973 ha mantenido sus puertas abiertas, matizando la vida nocturna del balneario. “Llegamos a la zona en 1962 – dijo De Brun – procedentes de Minas, para trabajar en las plantaciones de Brígido Diano en el balneario brasileño de Alborada. Cuando mis hijas llegaron a la edad escolar tuvimos que trasladarnos a La Barra del Chuy, haciéndonos cargo de la cantina del Club Social que era propiedad de la firma Leopoldo Fernández y Cía. En esa oportunidad comenzamos con las reuniones bailables, teniendo como referente musical la orquesta de Víctor Hugo, con la cual inauguramos en 1973 ‘El Rancho de la Alegría’. Habíamos comprado un terreno a la firma Fossati y fuimos construyendo lentamente el local bailable y la cantina. El nombre del local surgió de una conversación con Víctor Hugo cuando le señalamos que pensábamos ponerle ‘El Rancho’, agregándole él ‘La Alegría’, conformando el nombre que se ha mantenido durante 40 años. Entre los locales que han desaparecido con el paso de los años, recordamos ‘El Galpón del Gringo’, ‘El Pescador’, ‘La Taberna’, el ‘Hotel De León’, etc. Si bien la orquesta estable era la de Víctor Hugo, cuando ésta tenía otros compromisos, recurríamos a ‘Los Megatónicos’ de Castillos, ‘Sal de Fruta’ de Chuy, bandas militares y populares, como así también grupos musicales de Montevideo”
8. Epílogo
Esto que hemos relatado pretende acercarnos no solo a la historia documental del balneario sino también al principal patrimonio de cualquier colectividad: su gente a través del testimonio y recuerdo de tantos pobladores que fueron dando su fisonomía a La Barra para guardarlo en un recuerdo a generaciones futuras que vendrán e irán construyendo su propia historia.
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