Por Uelfo Rodríguez
SUMARIO: 1. La estancia de los Uriarte – 2. El segundo nacimiento de Vicenta – 3. Un presente para Santos
1. La estancia de los Uriarte
Todo cuento comienza con un “había una vez”. Voy a empezar, de ésta manera, con el relato de una historia verídica, sin una gran dimensión histórica en lo nacional pero que constituye un hecho colorido y conocido tras las bambalinas de la gran historia y que refiere al General Máximo Santos.
El Uruguay en sus principios se compuso de muchísimas grandes extensiones de tierras que escasos terratenientes tomaron para provecho propio, y que fueron el inicio del incipiente proceso extractivo de carne, cuero y sebo en el territorio nacional. Ello ocurría a fines del S. XVIII y comienzos del S. XIX.
Nuestra zona no fue excepción a esa lógica. Así fue el caso de una familia que compró grandes extensiones de tierras, qué ocupó miles de hectáreas en el norte del hoy departamento de Rocha. De esa manera el 19 de octubre de 1812 el Sr. Gobernador Don Gaspar de Vigodet en Montevideo, ante el Escribano de la Comandancia de Montevideo, Don Fernando Ignacio Márquez, concedió una inmensa superficie que fue el inicio de la explotación por privados de buena parte del norte del departamento. El solicitante, se llamaba don José Ignacio Uriarte quién había pagado su importe y demás derechos. Falleciendo en medio del trámite estas tierras le fueron adjudicadas en propiedad a su viuda, a doña Rosalía Uriarte de Uriarte, y a la hija de estos a doña Rafaela Uriarte. Para mayor claridad, la fracción otorgada ocupaba toda la actual 6ta. Sección de Rocha, casi una cuarta parte del hoy departamento de Rocha.
Este inmenso latifundio que se constituía de varias suertes de estancia estaba comprendido entre los siguientes límites: por el norte, la laguna Merín, por el este, el río San Luis y el arroyo de la India Muerta hasta arroyo Quebracho, por el sur arroyo de las Tres Islas o Quebracho, hasta el Paso del Gringo en el río Cebollatí y por el oeste el río Cebollatí, desde el Paso del Gringo hasta la confluencia en la laguna Merín.
Toda esa superficie era de propiedad de la familia Uriarte.
Se trataba de campos muy “sucios”, pletóricos de pajonales, maciegas, chircales; sobre los cursos de agua existían grandes y espesos montes ribereños y en casi toda su superficie se encontraban grandes esteros y bañados, que daban refugios a muchas bestias y alimañas y una amplia fauna que proliferaba en aquellos terrenos, como ser los yaguaretés, pumas, onzas pintadas, gatos monteses, cruceras, carpinchos, hurones, comadrejas, zorrillos, nutrias de bañado y de río y aves de gran variedad.
En aquellas épocas “tigres” había en mediana abundancia en la zona del arroyo San Miguel hasta el río San Luis, y en la zona que va desde ese lugar hasta la sierra de la Carbonera en dirección a Campos Altos y desde allí hasta las costas del río Cebollatí, en toda su extensión.
2. El segundo nacimiento de Vicenta
Con el transcurso de los años esa superficie de los Uriarte se fue transformando en fracciones más pequeñas que pasaron a propiedades de otras personas de la zona.
Así en el Rincón de la Paja, una familia de apellido Moreira adquirió la cantidad de unas ocho mil hectáreas de campo desmembrado de la vieja estancia de los Uriarte.
La familia se componía de la siguiente manera: el patriarca familiar que lo era Don José María Moreira, apodado “Salvatierra” y su esposa Doña Mamerta Medina, los otros integrantes eran la prole de ambos: Ambrosio, Casiano, Cesárea, Juana y Luciana, ésta última fue la madre de don Atanasio Olivera Moreira, que se casó con doña Pura Barrios, de donde llegamos al Arquitecto Atanasio Olivera Barrios recientemente fallecidos siendo sus hijos propietarios de parte de aquella fracción, donde se hallaba el viejo casco del establecimiento.
Y por último, se encontraba la más pequeña de la familia que era Vicenta, protagonista involuntaria de esta historia, ya que de ella salió una anécdota real, que bien pudo ser siniestra, y que la protagonizó con una “tigra”.
Don “Salvatierra” era en aquella zona un habitual cazador de tigres debido a la abundancia en su campo preñado de bañados. Los mataba y luego les quitaba el cuero y los preparaba para su posterior venta a Montevideo. Si mataba alguna hembra, que tuviera pichones, se los llevaba para su estancia y allí los criaba guachos.
Allá, por el 1883, él tenía ya a una “tigra” criada guacha, bastante grande, qué andaba suelta por toda la casa y jugando con todas las cosas que encontraba a su paso. Se trataba de un precioso felino.
Pero un buen día, doña Mamerta que ya tenía a su hijita Vicenta, apenas una pequeña de pocos meses, la dejó durmiendo en su dormitorio. Doña Mamerta se fue a la cocina a preparar el almuerzo para todo el personal de la estancia y la niña quedó sola durmiendo, con la puerta abierta de par en par. La “tigra” entró al dormitorio.
En determinado momento Vicenta comenzó a llorar muy fuerte y doña Mamerta, corrió al dormitorio para observar lo que ocurría. Se encontró con que la tigra le estaba lamiendo el pequeño rostro a Vicenta y ya le había ocasionado una llaga o herida debido a la aspereza de su lengua sobre la tierna piel. De ella manaba sangre que lamía la tigresa.
Entonces doña Mamerta trató de sacarla del lugar, pero el felino se mostró muy agresivo, tanto que le tiró un zarpazo que esta pudo esquivar, llegando a rasgarle su vestidura.
Doña Mamerta, muy asustada trató de sacar a la niña de allí, tomandola en brazos y retrocediendo lentamente en dirección a la puerta hasta salir y dejar a la fiera encerrada en aquel dormitorio. Luego llegó el personal del campo y la redujeron sin necesidad de sacrificarla. La amarraron y le colocaron un fuerte collar.
Así estuvo un tiempo en aquella estancia de los Moreira hasta que un día la trasladaron para la villa de Lascano o Tres Islas, como se la conocía por entonces. La tuvieron en el fondo de una finca que está ubicada hoy en día en la calle 25 de Agosto y Rincón. Allí estuvo un tiempo en ese lugar amarrada con una fuerte cadena y una gruesa estaca de hierro.
3. Un presente para Santos
La vinculación que tenía “Salvatierra” en el lejano pueblo de Tres Islas con el General Santos allá por 1883 no la conocemos, pero la podemos presumir.
Probablemente, esa amistad fue fruto de la venta de los cueros de tigre, que llevaba a la capital. Santos era muy aficionado a orlar su vestimenta con detalles de cuero de tigre así como a usarlos en las badanas de su apero. Asimismo vistió a su regimiento de Cazadores con cueros de tigre a modo de culeros como uniforme de parada.
Así fue que un día le mandaron a la tigra de obsequio de parte de Moreira, al dictador en funciones de Presidente de la República en la lejanda ciudad de Montevideo.
El Sr. Presidente hizo hacer una jaula de bastante dimensión con varillas bien gruesas de hierro, jaula tan grande como para caber a un hombre parado dentro de ella. Al costado de la jaula y pegado a ella un compartimiento que permitia sacar a la fiera por el día y así poder higienizarla.
Santos en el ejercicio de su mandato y por su carácter se había hecho de muchos enemigos. Si bien actuó duramente con la delincuencia se granjeó muchos opositores en el marco de su actuación anticlerical y por su dureza con los opositores.
Se creó en 1883 el Ministerio de Justicia Culto e Instrucción Pública y en 1885 con el apoyo de la “Liga Liberal” el gobierno aprobó la ley de matrimonio civil en forma obligatoria quitando valor jurídico al matrimonio eclesiástico.
En 1883 se votó una ley para que se erigiera el monumento al General José G. Artigas en la Plaza Independencia.
El gobierno del Presidente Santos creó en 1884 los departamentos de Treinta y Tres, Artigas y Rivera y luego para perpetuarse en el poder creó el departamento de Flores en 1886, último creado en el Uruguay. Fue electo senador por este departamento creado por él, y luego presidente del Senado. Al renunciar el tristemente célebre Francisco Antonino Vidal a la presidencia, esta recayó nuevamente en Santos como Presidente del Senado. Esto colmó los ánimos y se desató la revuelta conocida como Revolución del Quebracho, que finalmente fracasó.
En medio de la agitación política existente no faltó un atentado contra su vida. Así el teniente Gregorio Ortiz le disparó varios tiros hiriéndolo en el rostro y luego se suicidó. Ello fue el día 17 de agosto de 1886 en el Teatro Cibils.
Ese enemigo quizás se quitó la vida enseguida para evitar un castigo peor. Sabía lo que le esperaba si era capturado. El folklore popular decía que don Máximo gustaba de arrojar sus opositores y malvivientes dentro de la jaula para disfrute de la “tigra” que le había regalado “Salvatierra” Moreira, un comerciante de cueros de tigre de las Tres Islas.
Las crónicas narran que la tigra estaba tan cebada de comer carne humana que sentía olor a ser humano y se arremolinaba furiosa.
Cuentan que casi siempre los introducían de nochecita y lo dejaban al infortunado toda la noche junto al animal. Al otro día iban a sacar los restos de aquel reo.
Parece que solo uno no padeció bajo las garras y los afilados colmillos del feroz felino. La persona que salvó el bulto le decían “Quevedo”. Fue el que enfrentó a la famosa tigra del General Máximo Santos.
Tal paisano cuando se dio cuenta que lo introducían en la jaula, se hizo de un trozo de madera, que pudo esconder dentro de la ropa y con ese palo se defendió como pudo de los zarpazos de la tigra.
Cuando al otro día fueron los edecanes de Santos a sacar los restos de tal persona de la jaula se encontraron con una sorpresa.
El paisano estaba sentado en un rincón de la jaula y la tigra en el otro extremo de la misma.
Dicen que el General Santos, en premio a su bravía, ordenó ponerlo en libertad.
Este relato de los hechos me fue referido por Ramiro Campos Moreira, descendiente de la familia Moreira, el dueño de la estancia, de donde salió la famosa tigra del Presidente General Máximo Santos. Corroboraron y ampliaron detalles y datos también Joaquín Plácido Machado y Adalberto Roja Silva a quienes mucho agradezco.
Si bien esta historia no tiene base documental; cierto es que la tradición oral de la zona la recoge y hoy la llevamos al papel y se encastra perfectamente con las crónicas a nivel nacional que circularon desde siempre respecto a la “tigra” de Máximo Santos.
La “tigra” del General era rochense.
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