Leonel Falco Frommel

 

SUMARIO: 1. Introducción – 2. De niño a soldado – 3. El naufragio del “Poitou” – 4. Tiempos de fútbol: de Nacional y la Selección Uruguaya a Rocha.

 

1. Introducción

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El historiado, mi padre, nació el 25 de setiembre de 1888 en la 15ª. Sección de Montevideo, Barrio “de los Pocitos” que limitaba con lo que entonces se llamaba “La Aldea”, barrio que según el escribano Ramón Ricardo Pampín comprendía aproximadamente lo que dentro de la nomenclatura actual delimitan la avenida Italia, la calle Gral. Las Heras, la avenida Ramón Anador y el bulevar José Batlle y Ordóñez (ex Propios).

En ese lugar se encontraba la quinta donde se habían instalado por 1860, su abuelo Santiago y su bisabuelo Antonio, oriundos de Valeggia, Provincia de Savona en Italia. En esa quinta situada sobre la actual calle Manuel Quintela, cerca de los fondos del Hospital de Clínicas, nació su padre Antonio y los hermanos de éste, Vicente, María Rosa, Ricardo, Ana María, María Teresa y Ángel Falco Falco; ya que la madre Ángela Falco Morixe, esposa de Santiago, era a su vez prima de éste y tenía el mismo apellido.

Antonio Toribio se casó con Paulina Fonseca en 1882 en la 10ª. Sección de la Unión y tuvieron una descendencia de 10 hijos a saber: Santiago Napoleón (1883 – 1884), Ulrica Malvina Olga (1884 – 1886), Valeria Orfilia (1886 – 1945), César Zapicán Aníbal (1888 – 1961), Ohelia Norma Liropeya (1890 -¿?), Hecilda Olga Hemilce (1892 – 1965), Wilfredo Viriato Aquiles (1894 –1895), Amilcar Fulvio Agobar (1895 – ¿?), Aecio Klusadesiamor Aquiles (1898 –  ¿?) y Ajax Rurick Sidalaor (1900 – ¿?)

En 1845, Oribe ordenó, según los planos levantados por el ingeniero José María Reyes, la creación del pueblo y sección chacras de “El Cerrito”, en terrenos que fueron de Melchor de Viana, y el 24 de mayo de 1849, la ejecución del nuevo trazado de las calles del caserío del Cardal, que llevaría desde entonces el nombre de “Villa de la Restauración”, sustituido un mes después de la paz de octubre de 1851 por el de “Villa de la Unión”. La aldea del “Buceo”, que en tiempos del comienzo del sitio era inexistente, pronto se transformó en puerto exportador de cueros.

La idea de Juan Pedro Ramírez de implantar un pueblo en los desiertos arenales donde las lavanderas morenas habían excavado “cachimbas” o “pocitos” junto a la ribera, para lavar las ropas de los montevideanos, data de 1868, año en que el agrimensor Demetrio Isola trazó el plano del pueblo de “Nuestra Señora de los Pocitos”.

Pero el futuro pueblo, aunque se fueron levantando algunas casas en los solares vendidos, no nació oficialmente hasta 1886. Fue entonces cuando Pedro Forte Gatto y Javier Álvarez (hijo), procediendo por orden de la Dirección General de Obras Públicas, levantaron el plano de delineación del Pueblo de los Pocitos, que fue aprobado por dicha Dirección.

Antonio Toribio Falco Falco, de profesión farmacéutico, de los primeros titulados en el ramo de Farmacia, por el “Consejo de Higiene Pública” en 1879,  se había instalado, por 1882, con una farmacia en el nuevo barrio de “Nuestra Señora de los Pocitos”, lo acompañaba su flamante esposa Doña Paulina.

Doña Paulina, mi abuela, era de origen eslavo. Su madre era una refugiada que había llegado al Uruguay después de la Revolución Polaca de 1863, huyendo de las persecuciones que se habían desatado por los opresores rusos. La madre de Paulina fue acogida en el Cerro por la familia conformada por  Manuel Fonseca y Marcela Pérez, su estadía en el Uruguay duró muy poco tiempo ya que regresó, supongo, a su país de origen dejando a su pequeña hija a cargo de Manuel Fonseca y nunca más se supo de ella ni de su apellido, por lo cual, Paulina figuró con el apellido de sus benefactores (Fonseca Pérez). Al fallecer estos, Paulina quedó a cargo de mi bisabuelo Antonio, hasta que esta se casó con mi abuelo Antonio Toribio en 1882, cuando ambos tenían 19 años.

Hecha esta Introducción, es posible comenzar a detallar los episodios que marcaron la vida de mi padre Aníbal Z. Falco.

 

 

2. De niño a soldado

 

Aníbal Falco vivió con sus padres en el barrio “de los Pocitos” hasta 1901. A los 6 años de edad comenzó a ir a la “Escuela Pública de Margarita Rivero” en el barrio de “La Aldea”, pasando luego a la Escuela de Aurelia Viera cuyo edificio aún existe y esta situado en la calle Guayabos esquina Gaboto.

En 1901 sus padres se trasladaron al departamento de Treinta y Tres donde estuvieron un tiempo relativamente corto, ya que en 1902 se trasladaron al departamento de Rocha, asentándose en la localidad de Castillos donde instalaron una nueva farmacia, ya que por motivos económicos habían cerrado la de Pocitos.

Comprobante del enrolamiento de Aníbal Falco en el Batallón  Voluntarios de Pocitos en 1904, al inicio de la Revolución.

Comprobante del enrolamiento de Aníbal Falco en el Batallón
Voluntarios de Pocitos en 1904, al inicio de la Revolución.

En 1903, con sus padres viviendo en Rocha, inició los estudios preparatorios en la rama de farmacia cuando por ese entonces la Enseñanza Secundaria formaba parte de la Universidad.

Comunicado de la Comandancia de Maldonado, sobre el nombramiento de Aníbal Falco como ayudante de la sección “Sanidad Militar” con el grado de Teniente 2º de Guardias Nacionales.

Comunicado de la Comandancia de Maldonado, sobre el nombramiento de Aníbal Falco como ayudante de la sección “Sanidad Militar” con el grado de Teniente 2º de Guardias Nacionales.

En 1904, al producirse la revolución de los blancos de Aparicio Saravia, como su padre Antonio, había entablado un vínculo con Basilicio Saravia del Partido Colorado, lo instó para que se alistara en la Sanidad Militar gubernista como Sargento de Guardias Nacionales en Montevideo dentro del “Escuadrón Policial Pocitos”, pasando luego a ocupar el cargo de Teniente Segundo de Sanidad Militar en la Comandancia de Maldonado.

 

 

3. El naufragio del “Poitou”

 

Luego de finalizada la guerra, desde 1905 hasta 1907 trabajó en el laboratorio de la farmacia del “Negro” Bustamante en Rocha, y en tales circunstancias durante 1907  tuvo participación en el salvataje de los pasajeros del vapor “Poitou”, encallado en la costa de Garzón. En esa ocasión rescató a un niño que cayó en las aguas, y en mérito a ello el gobierno español le obsequió una medalla recordatoria y una carta de reconocimiento.

Tal naufragio fue un recuerdo perdurable por toda la vida de mi padre y lo marcó en su faz espiritual. Recordó tal hecho en una conferencia en el Rotary Club Montevideo, la que tuvo lugar el 25 de enero de 1938 y lo refirió de la siguiente manera:

 

Reconocimiento de la Junta Española  “Pro-Naúfragos del Poitou” a Falco

Reconocimiento de la Junta Española
“Pro-Naúfragos del Poitou” a Falco

Me voy a referir a un hecho que dejó huellas profundas, imborrables, en mi parte sensitiva.

Se trata de recordar, en sus puntos más salientes, el naufragio del vapor francés “Poitou”. Corría el año 1907, la lucha por la vida me había llevado hasta esa magnífica región del Este, fondeando mi humanidad en la ciudad de Rocha, región privilegiada en nuestro país y que puede calificarse de ventana oceánica por donde entra el sol para distribuirse por toda la República.

Firme en la convicción de que todos debemos tener una actividad ordenada y que esa actividad debe ser profesional, había elegido la noble carrera de farmacéutico, llena de sacrificios y que aún hoy por no ser comprendida en general, no ocupa el lugar que le corresponde en nuestra vida, dado su hermoso destino social, sobre todo contando con los hombres que la practicaron, estrellas de primera magnitud en todo sentido. 

Medalla de reconocimiento de las sociedades españolas a los que actuaron en ayuda de los náufragos del “Poitou”, una de ellas entregada a Falco

Medalla de reconocimiento de las sociedades españolas a los que actuaron en ayuda de los náufragos del “Poitou”, una de ellas entregada a Falco

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 Y bien elegí dicha profesión, no por creer mayormente en las vocaciones, pues creo que se puede llegar a cualquier actividad con un cerebro corriente, con bastante aplicación.                   

Estaba en mi laboratorio serian más o menos las 10 de la noche, una de esas noches blancas del mes de mayo de 1907 y haciendo tertulia, como es costumbre en campaña, con algunos interesantes amigos de la localidad, cuando desde la Jefatura de Policía nos trajeron la penosa noticia de que un barco estaba en peligro en las costas de Garzón. Nos miramos todos y como una sola voluntad, dejamos nuestras tareas para orientarnos hacia una solución en beneficio de los que sufrían. Recuerdo que de inmediato, aquel que fue gran espíritu generoso y bueno, Julio Agosto Martínez, corrió hasta su cochera y volvió con su carruaje, preparado para la dura jornada. Pusimos dentro todo lo que a esa hora encontramos a mano: ponchos, frazadas, cognac, café, etc. y junto con el bueno de don Domingo Alsina, el inolvidable Arturo Tisnés, el rubio Peyre, etc. etc., salimos rumbo hacia donde estaba la desesperanza. Más tarde salieron otros vehículos, todos llenos de nobles rochenses, que iban a ´dar de sí sin pensar en sí´, en magnífico gesto de altruismo y solidaridad humana.

Se iba hacia lo ignoto; eso era lo menos importante, pues se iba a ayudar a vivir a semejantes. Experto como era, Julio Agosto, con sus manos vigorosas volvía dóciles a su voluntad a los briosos equinos y el carruaje transformado en máquina de matar distancias, se alejaba velozmente de Rocha, tratando nosotros de ubicar el lugar del siniestro, cosa dificilísima, por la bruma espesa que neutralizaba nuestros esfuerzos. Llegamos a las playas de Garzón, en el sitio que correspondía justamente al campo de don Ramón Silvera, que tuvo destacada y generosa intervención en este episodio, junto con el también noble vecino don Isidoro Sena, cerca de las tres de la mañana y lo que no pudimos conseguir con nuestra visual, lo realizó el oído, pues, mezclados con el viento, pudimos oír los gritos de auxilio de los desdichados náufragos, gritos que nos llegaban sin solución de continuidad y nos desesperábamos ante nuestra impotencia para darles a aquellos refugio seguro. Junto con nosotros estaba el buen paisano señor Silvera, que desde hacia rato trataba de comunicarse con el buque. Como medida previa se resolvió hacer una gran fogata y a su resplandor se pudo apreciar la enorme mole del buque, que estaba a unos ochenta metros de la costa.

Puedo asegurar a ustedes que fue un momento vívido de suprema dramaticidad. Al furor del embravecido mar, cuyas olas barrían la cubierta, como pudimos apreciar al apuntar las barras del día, se unía el silbar del viento entre el cordaje y el casco, junto con los ayes de dolor y gritos del pasaje y tripulación, formando una dolorosísima sinfonía. Más tarde, al correr de los años, pudimos oír y los oímos aún, algunos de estos penosos pasajes, cuando se ejecuta la ´ouverture´  de ´El Buque Fantasma´, genialmente concebida por Wagner.

De pronto, cuando mayor era nuestra ansiedad, se oyó el estampido de un arma de fuego… Más tarde supimos que era un pasajero que, en un instante que no me atrevo a juzgar, pero sí respetable de todas maneras, por su voluntad propia se internaba en la zona del silencio que es la eternidad, dejando abandonados a sus propias fuerzas a su pobre esposa con siete hijitos. Saberse esto en Rocha más tarde y reunirse varias comisiones de distinguidas damas, fue obra de un momento, recogiendo una respetable suma, que fue entregada a la pobre madre, para ayudarla a vencer la desesperanza.

Cuando se hizo un poco de claridad, entonces se nos presentó un cuadro impresionante. El barco estaba partido en dos y se veía a la gente correr enloquecida de un lado a otro, clamando por salvarse. Y entonces se vio al bravo paisano Silvera, jinete en su magnífico caballo criollo, entrar al mar hasta donde era posible, lazo en mano, para tratar de salvar a los más impacientes, que se lanzaban al agua confiados en saber nadar. Desgraciadamente para ellos, en su mayoría marineros, el mar, en ese brazo que se había formado entre el buque y la costa, tenía un poder de succión tal, que los tiraba con fuerza extraordinaria contra el casco del buque, matándolos sin piedad, para devolverlos metros más lejos, mostrando en su color violáceo el traumatismo brutal que había deshecho sus angustiosas esperanzas de vivir.            

Creo, ya ha pasado tanto tiempo desde entonces, que el mismo Silvera pudo salvar con su lazo al médico de a bordo, sacándolo del agua en los últimos momentos.

Había que establecer el nexo entre tierra y el barco, a efectos de desembarcar a los náufragos. Entonces el buen Silvera se internó en el mar con su caballo hasta donde era posible, llevando una cuerda fina en cuyo extremo había un porongo, para que este flotara y de abordo alguien pudiera tomarlo, para luego atar el cable grueso y traerlo hasta tierra. Con ese fin y a nuestra vista, vimos tirarse al mar desde a bordo, trayendo el extremo de otra cuerda fina para atarla a la que sujetaba el porongo a un valiente que nadaba maravillosamente, pero la fatalidad se ensañó con él y al llegar a cierta parte del canal, la violencia de la corriente lo hizo chocar contra el casco, pagando con su vida su gesto altruista y superior. Después supimos que era el Comisario de a bordo, que había ganado el concurso de natación en el Sena. Otro marinero se tiró después, a pesar de este doloroso suceso y también corrió el infortunado la misma suerte adversa. Fue otra vida generosa que se perdió por hacer el bien a los demás, sin buscar compensaciones, sino por el bien mismo.

Pasó un rato y vimos que otro hombre se aprestaba a jugarse la vida por sus semejantes, olvidando la dolorosa pérdida de sus compañeros que le precedieran en la dura jornada. Luchó contra los elementos valientemente y sin desmayos, pudiendo llegar hasta donde flotaba el porongo y quiso la fatalidad que una vez que ató los extremos de la cuerda, perdiera su contacto y no pudiera ver ya cristalizado su magnífico esfuerzo, pues el destino, cruel y despiadado, lo arrojó, como a sus otros compañeros, contra el casco del buque y horas después su cuerpo descansaba en la arena de cara al sol, mostrando el rictus doloroso de su lucha impotente contra los elementos y nosotros al encontrarlo, sentíamos la congoja que despierta en todo ser equilibrado un hecho de la magnitud del que presenciamos y no poder exteriorizar toda nuestra simpatía y admiración a su realizador. Pero más tarde, aquel inglés valiente y generoso, [que] se llamaba Scott, fue recordado por los hombres de entonces y se le erigió en el lugar un monumento que muestre y recuerde a las generaciones futuras su abnegación y valor y para que sirva de ejemplo.

Efectuada la atadura, la gente de abordo cobró cuerda y ató un grueso cabo, que nosotros desde tierra, tratamos de recibirlo, viniendo también un cajoncito sujetado por una cuerda fina desde abordo y que en la parte superior tenía una argolla, por la cual pasaba el cabo grueso. Una vez el cabo en nuestro poder, se hizo una horqueta en tierra para darle elevación y atamos a nuestra vez el cabo fino del otro lado del cajón, el cual fue izado abordo, para luego ir bajando dentro de él a todos los náufragos.

 Los primeros fueron los niños, poniendo de a tres o cuatro de ellos cada vez dentro del cajoncito, el cual era tirado desde tierra y con el cabito desde abordo lo iban sosteniendo. Así iba llegando esa preciosa carguita de pequeños seres, siempre adorables, cuando quiso el destino que, cuando en uno de los viajes ya iban llegando a la orilla, cayera uno de ellos al agua. Todos corrimos en su auxilio y yo (tal vez un poco más veloz por mi entrenamiento deportivo) pude llegar hasta el y sacarlo del agua con un pequeño esfuerzo, ayudado por los demás compañeros. Confieso que tuve y siento aún al recordarlo, una gran satisfacción por haber ayudado a salvar a un semejante, máxime habiendo sido un niño. Lo llevamos hasta cerca del fogón, lo friccionamos con arena y le dimos un poco de café con unas gotas de cognac; y en eso estábamos cuando sentí unos gritos de alegría y reconocimiento, a lo que siguió un fuerte abrazo como máxima exteriorización de sentimientos, por haber salvado a su hijo querido; era la pobre y amantísima madre, que desde el buque siguió con desesperación todo este doloroso proceso, que, felizmente, terminó quedando sano y salvo el pequeño españolito. Y no he sabido más de él, ni su nombre. Quiera el destino depararle horas amables en los jalones a recorrer de su vida, si es que, como espero, existe. El representante de ese magnífico y gran pueblo español me hizo entrega de una medalla y una nota como reconocimiento por este acto, que pudo realizarlo cualquiera de los que estábamos allí y que conservo como la satisfacción más grande de mi vida y para mostrarlo a los míos, a quienes siempre que puedo les inculco el amor y solidaridad para con todos nuestros semejantes.

Y, como no podía ser de otro modo, estas escenas de tristeza, este panorama, que al recordarlo me envuelve una suprema melancolía, tenía que ser matizado con gestos bastantes espirituales, que llegaron a ser reconfortantes, dentro de lo relativo. Y voy a explicarlo: cuando ya habían bajado los niños y las señoras, lo hicieron los pasajeros, y más tarde los tripulantes. Al bajar a la arena, un pasajero empezó a bailar y cantar ´seguidillas´ y de eso que llaman ´cante jondo´; naturalmente quedamos pensando que ese pobre hombre había rendido tributo a la horrible noche, perdiendo el juicio, cuando se dirigió a nosotros y con simpático dejo andaluz, nos preguntó: 

– ¿Qué me pueen ustez decir en el día en que estamos hoy?

Cuando se lo aclaramos, nos contestó:

– Puez, míen ustez que lo pregunto pá no trabajar, en llegando eze día maz en mi vía… Pero, lo que ziento ez no haber sabío la misma que me zarbaba; que de haberlo sabío la mizma ¡que m´arreo con toas  laz pesetas qu´había a bordo!

Fue como un poco de luz dentro de tanta tristeza. Y tenía que ser un español y de ellos un andaluz, raza fuerte, decidida y noble, quien se sobrepusiera a los acontecimientos y nos mostrara su eterno optimismo para vencer a la adversidad.

-¡Salve, raza superior, ahora y siempre!

Nos contaba después un compañero de este hombre admirable, que en plena borrasca, cuando ya el barco estaba partido en dos y la noche cerrada lo envolvía, él se metió por todos los camarotes y sacó todos los comestibles y ´bebestibles´ y los repartió entre todos y con una guitarra se pasó la noche cantando, dando aliento y esperanzas a todos los compañeros.

Con lo que se explica lo de no haber “traío las pezetas” a tierra, pues junto con las vituallas había dinero, pero esto no interesaba.

A todo náufrago, al llegar a tierra le quitábamos las ropas empapadas y le dábamos una frazada y un poncho, prendas de las que habíamos recibido cantidad suficiente, proporcionadas por los generosos rochenses. 

Llegó una tanda de hombres altos, delgados, que no sé que idioma hablaban. Como hacíamos con los demás, les quitamos las ropas, pero ellos protestaban airadamente y sobre todo cuando les cortábamos unos cinturones finos, de género, que llevaban sobre la carne y que adentro tenían unas monedas o amuletos. Tanto se enojaban, que uno me revolcó de una trompada, pero lo agarré de las canillas flacas y lo hice volar junto con sus amuletos. Como veían que luego se los devolvíamos y que físicamente estábamos de potencia a potencia, se serenaron (tal vez tuvo algo que ver el golpe que recibió el  ´lungo´ , acompañado de chichón y todo…). Los seguí observando y noté que uno de ellos, a quien le había dado poncho y frazada, daba vuelta de nuevo por el fogón, un poco encorvado y luego dio otra vuelta y ya estaba con una joroba impresionante. Le levanté el poncho y le saqué tres frazadas que el indigno había amontonado en provecho propio y aquí más o menos terminó esta pequeña cuestión.

El último hombre que bajó del buque fue su dignísimo Capitán, cumpliendo así con una consigna que tanto respetan los hombres de mar y que este bravo como buen francés, sinónimo de gentil caballero, sin tacha y sin reproche, nos lo demostró en su gesto, propio de su raza, que siempre sirve de ejemplo al mundo.

 Capitán Ribe… Aún recuerdo su infinita amargura cuando, al llegar a tierra miró con sus ojos azules que parecían la continuación del mar, miró – digo – a lo que ya empezaba a ser “l´épave” del que fuera su lindo barco y juntando las manos, sólo podía pronunciar esta frase: ´¡Oh Malheur!, ¡Oh Malheur!´; situación conmovedora que motivó que todos los presentes hiciéramos un compás de silencio, descubriéndonos respetuosamente y asociándonos a su infortunio, a la vez que como postrer homenaje a los que ya no responderían al toque de llamada…

Estábamos preparándonos para seguir hacia Rocha con toda esa pobre gente, que eran más de un centenar, para ubicarlos en lugares convenientemente preparados en la Rural y a la espera de resoluciones de la casa armadora, de los señores Bennausse y Battier, cuando un marinero se acercó al Capitán Ribe y le pidió autorización para subir a bordo a rescatar unos pollos y una navaja de afeitar ¡que había olvidado! Era notable ver la nerviosidad del marinerito, pues se trataba de un grumete, hasta que el Capitán lo autorizó a ello. Para ir a bordo tenía que ir a pulso, agarrando del cable y luego que hizo unos veinte metros se detuvo, haciendo gestos de dolor y como Dios lo ayudó llegó a tierra, quejándose de una hernia. Hago esta relación que fue la que le hice en la noche al que fue espíritu de selección, digno mosquetero y cordial amigo don Leoncio Lasso de la Vega, que había llegado en misión periodística y me solicitaba datos a ese efecto.

Estaba en gran rueda en la Sociedad Porvenir, ambiente finísimo, donde se rendía culto a la cordialidad más exquisita y se sabía dar sus destinos a los más delicados principios de arte, cuando, al relatarle esto a Lasso, él, con la agilidad mental que lo caracterizaba, de inmediato dijo:

– Ya sé porqué este chico no pudo continuar su ascenso; es que padecía de una ´enfermedad comercial´

Ante nuestro asombro, de inmediato él explicó:

–  Pues, claro; como que era “quebrao” …

Y luego la Compañía cumplió correctamente su misión, haciendo llegar a destino al pasaje sobreviviente y embarcando a sus tripulantes.

Queda como timbre de honor para ese pueblo rochense, generoso y bueno, este hecho real, que reconforta y ayuda a vivir, mirando al futuro con el optimismo que nace cuando hay ambientes de solidaridad humana prácticamente demostrados. Gran pueblo de Rocha ¡salud!

 Y, hermanos rotarios, os pido excusas si no he sido todo lo interesante que me había propuesto; pero me queda el consuelo de constatar el enorme parecido que hay entre una persona que es interesante y otra que parece serlo.”

Como anécdota puedo agregar que mi padre un día me contó, que en una reunión de rotarios de varios países, en Chile, se le acercó al Dr. Almeida Pintos, que acompañaba a la delegación uruguaya, un joven español que le preguntó si conocía al Sr. Aníbal Falco del Uruguay; al contestarle éste afirmativamente, el joven le manifestó que Falco lo había rescatado de las aguas del mar en Rocha cuando el siniestro del vapor “Poitou”. El Dr. Almeida Pintos, que conocía los hechos, quedó tan sorprendido que no atinó a preguntarle por sus datos personales, perdiéndose así la oportunidad de establecer un vínculo, con dicha persona.

 

4. Tiempos de fútbol: de Nacional y  la Selección a Rocha

 

Aníbal Falco fue un deportista pionero y comenzó la práctica del fútbol en un lejano 1905. En aquellos tiempos actuó en el Club Nacional de Fútbol, donde se desempeñó como capitán de la escuadra alba, así como participó de la Selección Uruguaya, todo ello en tiempos en que el fútbol era absolutamente amateur.

De los jugadores internacionales más jóvenes del periodo 1872-1910, el uruguayo Aníbal Zapicán Falco estableció un récord impresionante el 4 de octubre de 1908, al disputar su primer encuentro internacional absoluto “A” a los 20 años. Este defensa derecho del Club Nacional de Football (Montevideo) tuvo una actuación tan buena en la victoria de su selección por 1:0 contra Argentina que se le volvió a alinear para sus siguientes tres partidos internacionales contra Argentina.

Mi padre narró así este primer encuentro internacional de la Selección uruguaya contra la Selección Argentina:

 

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El deporte del football vinculó a mi padre con los hermanos Frommel (Manuel y Marcos), hijos del Ing. Agr. Julio Frommel en ese entonces Director del Laboratorio de la Asociación Rural y Profesor de Industrias en la Facultad de Agronomía.

Mi padre se vinculó en el hogar de los Frommel con la hermana de estos, Ivonne Frommel, mi madre, con la que se casó el 14 de julio de 1920.

Mi padre fue el introductor del juego del football en Rocha. En el “Museo del Football” se conserva una medalla conmemorativa referida a ese acontecer, dicha medalla fue donada por el suscrito conjuntamente con otros enseres, como sus zapatos de football, su camisa con el escudo del Club Nacional, un disco narrando el “Primer triunfo de un seleccionado uruguayo” el 4 de octubre de 1908, etc.

Por existir poca información, se le atribuye el mérito, al Sr. Ernesto Fariña Zorrilla, lo cual, según lo consideraba mi propio padre era un error, debido a una mala  interpretación que se hizo, de un artículo del periódico “La Democracia” de 1919.

A continuación, muestro el dibujo de la clásica jugada de Falco, que le dio renombre y mucho éxito en los partidos en que participó. Él la aprendió del gran back anglo argentino W. Leslie y de los hermanos Frommel.

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Falco jugó al football hasta 1910 aproximadamente cuando por un problema de los meniscos, que en ese entonces no era aconsejable operar, tuvo que dejar de practicar ese deporte y se dedicó a sus diversas ocupaciones, pero siguiendo desde cerca todo lo que fuera relacionado con su deporte predilecto.

Por su fervorosa adhesión a Nacional fue declarado Socio Honorario y luego  presidente del Club Nacional de Football en 1937, donde había sidojugador desde 1903 hasta 1911.

Recopilación de reglas de juego  publicadas por Aníbal Z. Falco

Recopilación de reglas de juego
publicadas por Aníbal Z. Falco

Bajo su presidencia el 14 de julio de 1937 Nacional le compró a la “Sociedad Comercial de Montevideo” en la suma de $ 150.000 el viejo e histórico Gran Parque Central, el campo de juego más viejo de América.

Este hecho cobró tanta importancia en el futuro de Nacional que, a pesar de haber logrado éxitos deportivos, su actuación resultó fundamental en el fortalecimiento patrimonial del club.

Fue además presidente del Colegio de Árbitros de la AUF, de la Comisión Nacional de Educación Física y del Club Atlético Atenas.

En 1958 recopiló, junto con León Peyrou, recopiló las “Leyes del Juego de Football de Asociación”, las cuales fueron publicadas por  la “Comisión Nacional de Educación Física” con un epílogo firmado por Celestino Mibelli.

A Celestino Mibelli (1882-1969) se lo recuerda como un político de izquierda, que llegó al Parlamento por el PS, fundó el PCU, y tuvo un importante debate sobre asuntos doctrinales con José Batlle y Ordoñez. Mibelli fue, además de todo eso, uno de los primeros periodistas deportivos, gerente general de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) durante décadas y primer secretario de la Confederación Sudamericana de este deporte en 1916. Era un experto en reglamentos al que denominaban “el Rimet rioplatense”.

Falco regaló a la A.U.F. la Copa “Aníbal Z. Falco”, legendario trofeo que se entrega en custodia al Campeón Uruguayo. Ese trofeo fue donado por Aníbal Zapicán Falco, ex presidente de Nacional, en 1937, y desde ese año se otorga al campeón que lo custodia durante un año y lo devuelve para que sea entregado al campeón siguiente.

 

(Continuará)

 

 

 

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