SUMARIO: 1. Introducción – 2. Breve análisis histórico y geopolítico – 3. El bando gubernista – 4. Los contingentes de la revolución – 5. Los que no volvieron – 6. El retorno de los restos de Masoller – 7. A modo de final
1. Introducción
Las guerras civiles fueron la pauta dominante de nuestra historia durante tres cuartas partes del siglo XIX e inicios del siglo XX. A falta de las herramientas civilizatorias de la democracia – la Constitución de 1830 no preveía siquiera la existencia de partidos políticos y mucho menos del voto secreto -, las diferencias se dirimieron a sable y lanza y al final a fusil y cañón. Fueron épocas fraticidas en que se partió la sociedad uruguaya y que incluso clavó una cuña dentro de las familias en enfrentamientos sin fin y sin posibilidad de reconciliación.
Eso sucedió en todo el país y Rocha no fue la excepción. Así a lo largo de todo ese período hubo rochenses que dieron su fibra, energía e intelecto para apoyar la causa de los bandos enfrentados. Los militantes más notorios se afiliaron al bando blanco, luego nacionalista, como lo fueron los generales Elías Silva, Juan Barrios, Bernardino Olid, Enrique Yarza o viejos soldados artiguistas que militaron luego junto a Oribe como lo fue el chasque Sargento Francisco de los Santos. Pero también existieron caudillos de firme raigambre partidaria colorada y que acompañaron a su partido por décadas como los generales Julio Jacinto Martínez, Florencio Pacheco o Francisco Solari.
Así desde Rocha florecieron caudillos y militantes que a lo largo de las décadas y según variaban las condiciones políticas, y según quién ejercía el poder, eran soportes de la legalidad o se levantaban en revolución contra el gobierno constituido.
Sin perjuicio que en todas las revoluciones participaron rochenses al mando de tropas o integrando las mismas; el grado máximo de participación en número y en contribución de sangre resultó ser en 1904, en la última gran revolución que cierra el ciclo de las guerras civiles en el país; a pesar de que hubieron intentonas revolucionarias posteriores en 1910 contra la reelección de Batlle y en 1935 en Paso Morlán contra el gobierno de Terra.
Por ello examinaremos en particular la participación de nuestros coterráneos en el marco de la Revolución de 1904.
Uno de los mayores exponentes gráficos de la última revolución – varias de sus fotos están en este artículo – fue un libro de perfil progubernista publicado a poco de su finalización que no tiene autor definido -se dice que fue obra de un periodista de la época de apellido Blixen -, pero que define el tenor de la guerra recién finiquitada con el nombre de “Sangre de hermanos”. Nos parece un nombre muy certero y que se compadece también con lo que sucedió a escala en nuestra tierra. Por ello adoptamos igual nombre para este artículo.
2. Breve análisis histórico y geopolítico
Rocha era una pieza preciada en el ajedrez geopolítico de la época. Los nacionalistas en la Paz de Abril de 1872 que puso fin a la Revolución de las Lanzas habían obtenido una precaria forma de coparticipación política obteniendo el dominio territorial de una importante superficie del país cuando el gobierno de Lorenzo Batlle entregó cuatro jefaturas políticas al Partido Nacional (Cerro Largo, Florida, San José y Rivera). Las Jefaturas Políticas eran en la vieja Constitución de 1830 el resumen del poder en los departamentos de entonces en tanto comprendían tanto el poder político, administrativo como el militar ya que los departamentos tenían sus propias milicias.
Luego, en 1897, por el Pacto de la Cruz esto fue refrendado por una cláusula no escrita. Se había solicitado ocho jefaturas políticas – entre ellas Rocha -, transándose luego en seis jefaturas que fueron San José, Rivera, Cerro Largo, Maldonado, Treinta y Tres y Flores.
Rocha en poder del gobierno se transformaba así en un baluarte estratégico y geopolíticamente hablando pues partía la continuidad del territorio nacionalista aislando a Maldonado del corazón del territorio nacionalista (Treinta y Tres, Cerro Largo y Rivera) y a su vez era una excelente base de lanzamiento para una ofensiva militar tanto al desguarnecido Maldonado como al interior de la “patria blanca” configurada por los restantes departamentos en poder de los nacionalistas. Aseguraba al gobierno colorado un puerto como el de La Paloma para el arribo de soldados y armas ante la imposibilidad de llegar por tierra hasta allí a través del territorio de Maldonado, administrado por los blancos, y era una vía más rápida de todas maneras de llegar que la terrestre.
3. El bando gubernista
Fue así que Lindolfo Cuestas, a poco de asumido su gobierno luego del asesinato de su antecesor Idiarte Borda, se preparó para combatir a futuro a los blancos y para ello creó en 1898 el Regimiento 3º. de Caballería que tuvo en principio asiento en Rivera y en 1902 dio nacimiento a un Cuerpo de Caballería con asiento en la norteña ciudad de Lascano, una resolución muy controvertida en su época en términos económicos y políticos. Fue creado entonces el Sexto de Caballería que tuvo a su frente a Cnel. Braulio Ortiz y al Comandante Atanasildo Suárez. Se llegó a realizar planos de lo que iba a ser un fastuoso cuartel que luego por los avatares presupuestarios que trajo la guerra quedó rezagado. Y luego del triunfo de 1904 ya no fue necesario.
Esto se sumaba al ya existente Tercero de Caballería, trasladado por imperio de las circunstancias a Rocha, también perteneciente al ejército de línea, al mando del General Guillermo Ruprecht y como segundo del Tte. Cnel. Luis Dentone. Este Regimiento había sido desplazado desde Melo a Rocha. Como anécdota señalamos que Ruprecht participaba de una fiesta de gala la noche del 30 de diciembre de 1903 en el Club Uruguay cuando por orden de Batlle se le ordenó embarcar inmediatamente hacia La Paloma para organizar el ataque del Tercero de Caballería al Departamento de Maldonado en poder nacionalista y bajo el mando del Jefe Político Teófilo de Bethencourt, aunque la fuerzas militares se hallaban a cargo de Juan José Muñoz, jefe blanco de la División Maldonado.
Dentro del elenco gubernista se hallaba también la División “Rocha” fuerza de infantería con componentes locales, que estaba al mando del Cnel. Francisco Solari. Como si no fueren suficientes las fuerzas coloradas agrupadas en el departamento a ello se sumaban los Guardias Nacionales (GG.NN.) que agrupaban milicianos colorados que servían como policías y a voluntarios que adherían a su divisa a las órdenes de Miguel H. Lezama, caudillo local colorado que fuera electo años más tarde como representante nacional por el departamento.
El volumen de fuerzas coloradas en el departamento no deja lugar a dudas de la importancia que se le prestaba al departamento. Es difícil determinar su número. En un parte de Pablo Galarza, luego de Tupambaé, refiere que el Regimiento 3º. De Caballería contaba con 300 jinetes, igual número constituían el Regimiento de Caballería No. 6 con asiento en Lascano (existe un documento que habla de 16 oficiales y 266 de tropa). En ambos casos la gran mayoría de sus integrantes no eran rochenses ya que provenían de fuerzas asentadas poco tiempo antes en Rivera y Melo respectivamente, desde donde fueron trasladados. Los cuerpos de policía locales siempre eran del entorno del centenar de efectivos. Por todo ello podemos estimar que el total de fuerzas regulares, guardias nacionales y milicias coloradas en Rocha superaba los 800 combatientes.
4. Los contingentes de la revolución
Los insurrectos no tenían obviamente contingentes formales en Rocha. La agrupación era espontánea en torno a caudillos departamentales, zonales y locales que recibían noticias del alzamiento y organizaban una red de chasques que iban por la campaña corriendo la voz y organizando puntos de concentración donde se iban armando partidas que luego convergían lentamente en un grupo más grande, y así sucesivamente hasta conformar el grueso del grupo armado.
Los grados militares se otorgaban de acuerdo a los que tenían ya adquiridos en la Revolución de 1897 o “patriadas” previas, respetando los mismos y se trataba de estructurar contingentes por afinidad territorial donde la ascendencia era de los caudillos zonales (caso de Pedro Chiribao en “El Alférez” y “El Abra” en el norte del departamento en las cercanías de Lascano, o de los Olivera en la zona de Castillos conocida como “Rincón de los Olivera”).
Del bando nacionalista los contingentes rochenses terminaron agrupados bajo el “Regimiento Rocha”, comandado por el caudillo Miguel Antonio Pereyra en 1904, veterano de varias revoluciones. Pereyra ya había combatido en 1897 con un pequeño grupo de rochenses con Saravia, integrando el núcleo invasor el 5 de marzo de aquel año y había sido integrante junto con otros 48 rochenses del Escuadrón “Rocha” bajo el mando de Enrique Yarza, con quién tenía un estrecho vínculo de amistad, combatiendo todos integrando las huestes de Bernardo Berro (h) en la División “Treinta y Tres”, donde los rochenses conformaban el quinto escuadrón de dicha fuerza, y Miguel Antonio Pereyra, por entonces Comandante, era el segundo jefe de tal división
Siete años después nuevamente él – ahora como Coronel – y los más de 300 integrantes del Regimiento “Rocha” una vez se pondrían bajo las órdenes de Yarza, solo que ahora integrando la División No. 1 del ejército nacionalista llamada División “Cerro Largo” que era comandada por el rochense Yarza, en virtud del estrecho vínculo que lo unía a Aparicio Saravia, quién lo había llamado para ser el Jefe Político de la capital de su feudo debido a diferencias que habían surgido respecto al accionar del anterior jerarca José Villamil y Casas.
En 1897 también habían existido grupos que nunca pudieron integrarse al núcleo saravista, como lo fue el comandado por el Cnel. Juan Amorín, que combatió con suerte adversa en nuestro territorio y terminó siendo expulsado por la frontera de Chuy donde tuvo lugar un último combate sobre la misma línea fronteriza.
Otro contingente rochense en 1897 fue el dirigido por el caudillo palmareño Marcelo Gónzalez, un pequeño núcleo, que protagonizó con las tropas blancas de Secundino Benítez, milicias josefinas, el combate del Maturrango, donde fueron batidos por las tropas coloradas de Manduca Carabajal el 24 de mayo de 1897, dispersándose en los bañados y cerros este grupo, luego del sangriento hecho que involucró varios degüellos de personas no identificadas y la toma de prisioneros rochenses que acabaron en Montevideo detenidos, como lo fue Leonardo Olivera, nieto del militar patriota de igual nombre. Marcelo González es recordado en la memoria popular como un caudillejo oscuro y primitivo, que nunca se unió a los demás contingentes nacionalistas. Un hermano de él, Aurelio, sería el protagonista de un homicidio múltiple que ingresó en los anales de la historia uruguaya por haber sido el que llevó a los últimos fusilamientos en el país en ejecución de la pena de muerte.
En 1904 hubo dos nucleamientos iniciales de rochenses, uno de corte urbano, conformado con un conjunto de jóvenes cultos, periodistas, comerciantes, boticarios, profesionales, trabajadores de imprentas, etc. que se llamó en principio como Escuadrón “Rocha” y que fue liderado por el Procurador Ernesto F. Pérez, quién publicaba el periódico “El Civismo” y que fuera luego cinco veces electo diputado, cuatro por nuestro departamento y una por Montevideo, que se componía de 91 integrantes según documentación original que obra en nuestro poder, y que se hallaba dividido en dos compañías. El segundo nucleamiento fue el más grande y era liderado por el Cnel. Miguel Antonio Pereyra quién congregó a los elementos rurales del departamento – Pereyra tenía su explotación rural en la zona de Chafalote –, reuniendo grupos que vinieron desde las zonas de “Rincón de los Olivera”, “Alférez”, “India Muerta” y de lugares más apartados como Cebollatí o la zona de frontera.
En las costas del Arroyo Zapallar en Cerro Largo, en junio de 1904 confluyeron todas las fuerzas y conformaron una estructura común que se incorporó bajo las órdenes de Yarza. Miguel Antonio Pereyra en Sarandí del Quebracho el 1 de julio de 1904 entregó a Enrique Yarza una revista de sus tropas que componían por exactamente 300 integrantes, divididos en tres escuadrones y varias compañías, cada uno con su correspondiente oficialidad, todo lo que se halla en nuestras manos en su documento original gracias al obsequio que nos hiciera de ello el último hijo sobreviviente del Cnel. Miguel Antonio Pereyra, de igual nombre a su padre.
Sin perjuicio de ello también existieron otros contingentes de rochenses imposibles de cuantificar, pero que hemos identificado a muchos de ellos documentalmente – que se incorporaron por razones de cercanía a la División No. 4 “Maldonado” que era dirigida por Juan José Muñoz. Estos rochenses incorporados a las fuerzas de Maldonado eran procedentes de la zona de Garzón. De estos paisanos tenemos identificados casi una veintena y posiblemente ronden el centenar dado lo poblada que era dicha zona.
De la misma manera, pobladores de la zona norte de Rocha, en menor número, por razones de cercanía geográfica se incorporaron a la “División Treinta y Tres”, la Número 3 al mando de Bernardo Berro (h).
De esta manera estimamos en el entorno de 500 rochenses incorporados a las huestes saravistas en las diferentes divisiones.
Por lo tanto participaron en la última contienda bélica una cifra que se acerca al millar de rochenses. Si nos atenemos a las cifras del censo de 1908 que arrojó un total de 33.158 almas para el departamento, y si tenemos en cuenta que por sexo se divide la población casi por mitades, podemos deducir que la guerra civil involucró al 6 % del total de la población masculina y una proporción aún mayor, posiblemente más del 10 %, si quitamos a aquellos que se hallaban imposibilitados de combatir como los niños o los ancianos. Esto demuestra la dimensión del aporte de combatientes de nuestro departamento a la Revolución de 1904.
5. Los que no volvieron
De esta manera viendo el nutrido contingente humano que aportó Rocha a la revolución en ambos bandos, no es extraño que la cantidad de bajas sufridas hayan sido importantes. Es imposible determinar al dedillo la cantidad de muertos – y a veces hasta su filiación política –, y mucho más la de los heridos, ya que muchas veces estos últimos no se reportaban, desertaban, quedaban en el camino en casas de particulares que les daban acogida o sus heridas eran leves y se curaban el decurso del tiempo de lucha. Uno de estos casos fue el del padre del ex senador y ex candidato a la presidencia, el Prof. Carlos Julio Pereyra, Juan Pereyra, que fuera herido en el cuello en Paso del Parque del Daymán y continúo combatiendo, venda al cuello, toda la revolución. Este es uno de los rochenses originarios de Garzón que combatió con las fuerzas de Maldonado, que ya mencionábamos.
Hubo fallecidos de ambos bandos y de todas las jerarquías, desde coroneles a soldados rasos y trataremos de hacer un racconto de ellos.
El único rochense fallecido en 1897 que obra en nuestro conocimiento fue un nacionalista, Adolfo Latorre, muerto en el combate de Santa Clara del Olimar
Benicio Olivera era coronel (comandante según otras fuentes) y originario de la zona de Castillos donde había sido comisario. De larga militancia colorada, al igual que su hermano Atanasio, combatía en el bando gubernista. Benicio Olivera encontró la muerte en la batalla de Paso del Parque del Daymán el 1 de marzo de 1904. Había comenzado luchando en la contienda como segundo jefe de la División “Treinta y Tres” del gobierno. Justino Muniz, en el parte de la batalla elevado a Batlle, destacó el arrojo y valentía de ese colorado muerto en el campo de batalla.
Benicio Olivera cayó herido de muerte en el momento que se intentaba recuperar un cañón nacionalista que había sido capturado a los colorados en Fray Marcos. El día antes de la batalla le había dicho a sus soldados: “Prepárense que mañana temprano vamos a tener baile”.
La noticia de su muerte se conoció en Rocha recién el 8 de marzo cuando llegó un telegrama del por entonces diputado colorado por el departamento Dr. Julián Graña quién mediante telegrama a Eduardo Caballero le narró: “Anoche el Presidente hízome saber la tristísima noticia de la muerte de nuestro leal amigo, comandante Benicio Olivera, en la pelea del Paso del Parque. ¡Cuánto hay que lamentar esta pérdida que priva a la patria y al partido de un abnegado servidor, siempre en las filas para defender la causa de las instituciones y de las tradiciones partidarias, por las cuales rindió su vida, sellando con su sangre los pergaminos de una raza caballeresca y valiente! Comunícala a su familia y a los amigos, contando conmigo en estas horas de tan profundas amarguras para los que siempre estimamos al pundonoroso compañero” (“Sangre de Hermanos”, pág.340)
El diario “La Democracia” del 9 de marzo de 1904 publicó, sin duda que por la pluma de su director Ramón Cerdeiras, sobre la muerte de Olivera: “Es una muerte sensible y hondamente sentida, no sólo por sus amigos políticos, sino también por los adversarios que con nobleza y lealtad lo declaran, reconociendo sus indiscutibles méritos, que eclipsan los errores padecidos en su agitada vida pública. A otras plumas mejor cortadas y a otros ánimos menos afectados por la dolorosa sorpresa dejamos la tarea de trazar siquiera sea los rasgos más sobresalientes del valeroso militar en la hora del último tributo, pagado lejos de los suyos en el campo de la dolorosísima tragedia de hermanos contra hermanos! ¡Maldita sean una y mil veces las guerras fraticidas! ¡Maldito el extravío que induce a los hermanos al tan estéril cuanto heroico sacrificio!”
“Sangre de Hermanos” (pag. 307) sobre el comportamiento militar de Olivera en Paso del Parque dice: “Las fuerzas legales triunfaron por el ímpetu, el arrojo; porque los Galarza y Ortiz y Benicio Olivera y Atanasildo Suárez y Basilicio Saravia, se arrojaron sobre el enemigo pensando tan solo en llegar primero al peligro, a la muerte o la gloria.”
Atanasildo Suárez, hijo del Coronel del mismo nombre y nieto del tristemente célebre “Goyo” Suárez, segundo Jefe del 6º. de Caballería, fue herido en un brazo en la misma batalla.
5.1 – La carnicería de Tupambaé
Tupambaé significó la más grande de las batallas desarrolladas en suelo oriental. Y mirado desde todo punto de vista: tiempo de duración – se combatió dos días -, cantidad de combatientes y bajas. Uno de cada diez soldados fue herido o muerto. Más de 2000 hombres están en esa cuenta.
Pero la batalla tuvo una peculiaridad: se enfrentaron rochenses contra rochenses. Allí estuvieron en combate tanto el Regimiento “Rocha” nacionalista como la División “Rocha” del ejército colorado. Los nacionalistas rochenses fueron relativamente favorecidos en ese saldo. Del bando nacionalista no tenemos datos de bajas, apenas el dato de algunos heridos producto de lo que se transformó en la última carga a lanza seca en la historia donde Miguel A. Pereyra ofició de Segundo Jefe del Cuerpo de Lanceros y comandó junto con el Cnel. Manuel Rivas la carga a lanza. En Tupambaé (“tierra de dios” en guaraní) el Regimiento de Lanceros contaba con 700 combatientes y 110 de ellos eran rochenses. Esta carga se hizo ya agotadas las municiones el 23 de julio de 1904 y participó Saravia en la misma. Pereira comandó 367 hombres y lograron arrollar las fuerzas gubernistas y tomar el estratégico picacho llamado “Dos hermanos”. Murieron en la carga los dos hijos de Rivas y los rochenses fueron afortunados. De los registros que obran en nuestro poder se hallan registrados nueve heridos nacionalistas rochenses: José Giannattasio, Miguel Daguerre, Antonio Anza, Rogelio de los Santos, Victoriano Tremesano, Adrián Espeleta, Fausto Castaño, Abelardo Condesa y el nieto de Leonardo Olivera – heroico general rochense, blanco oribista, soldado artiguista – de igual nombre a su abuelo. Todos ellos fueron llevados a Bagé para su recuperación.
En el bando colorado las pérdidas fueron sensiblemente mayores. Murió uno de los más admirados y queridos militares de carrera, un rochense, el Cnel. Genaro Caballero, integrante del Cuarto Batallón de Cazadores de Montevideo; militar del cual se tenía altísimo concepto en el gobierno y del cual se esperaba mucho.
Murió también en Tupambaé el oficial Atanasio Olivera, hermano de Benicio, muerto en Paso del Parque. No integraba las tropas de la División “Rocha”, por ser uno de los tantos rochenses del norte que se unió a las fuerzas treintaytresinas, en este caso a las coloradas bajo el mando de Basilicio Saravia, hermano de Aparicio. Fue muerto también en igual batalla el Capitán Pascasio Soria, lascanense que militaba en igual bando y División. El diario “El Siglo” en su ejemplar del 7 de julio de 1904 anota que tal oficial “era muy querido en el pueblo de su residencia.”
El mismo ejemplar del periódico señalado, días después de la batalla haciendo un detalle de ella, bajo el título “Víctimas de la guerra” y el subtítulo “Los rochenses caídos” refiere:
“El departamento de Rocha ha pagado doloroso tributo a la guerra. A la muerte del valiente Coronel Benicio Olivera caído en Paso del Parque siguió la del bizarro Jefe del 4º. de Cazadores caído en Tupambaé (se refiere a Genaro Caballero) al frente de sus soldados.”
A continuación hace un detalle de toda la oficialidad y soldados muertos y heridos que demuestran el duro castigo de fuego, sable y lanza que sufrió la gubernista División “Rocha” y asombra la numerosa oficialidad que se incluye entre las bajas, lo que demuestra el arrojo de los oficiales conduciendo a sus soldados en la primera línea.
Murieron allí los tenientes Antonio Bayarres, Pedro Álvarez y José Caballero, el Sargento Santiago Acosta, el Cabo Primero Juan Prudente y los soldados Pablo Inzaurralde, Juan José Píriz y Gabino Machado.
Fueron heridos los tenientes Cornelio Viera, Ventura Candiota y Antonio Rojas; los alféreces Carlos Calabuig, Juan Francisco Rodríguez, Floro Hernández, Pantaleón Silva y Clodomiro Núñez; los sargentos Eudalto Rocha y Eustaquio Pérez, los cabos Gualberto Leano, Próspero Sosa y Antonio Mañora y los soldados Laurindo Márquez, Wenceslao Mansilla, Patricio Prudente, Saturnino Amaral, Demetrio Gómez, Francisco Machado, Rafael Deane, Isidoro Urrutia y Ventura Silva.
Totalizaron las bajas coloradas rochenses en Tupambaé 10 muertos y 22 heridos. De estos últimos ya el 2 de julio se reincorporaban Saturnino Amaral, Próspero Sosa, Ventura Silva, Gualberto Deane (o Dianés) y Laurindo Márquez, lo que demuestra la levedad de sus heridas, todo ello según informaba “El Siglo” en el ejemplar de esa fecha. También se reincorporaba a la lucha el soldado Irineo Ayala del 6º de Caballería, que había sido herido en Paso del Parque.
El Cnel. Genaro Caballero era el Jefe del 4º. de Cazadores del Ejército gubernista y gozaba, como fue dicho, de una amplia fama tanto personal como militar y fue otro de los rochenses caído en los campos de batalla. Fernando Gutiérrez, escribano que formó parte de la División 12 de “Flores” al mando de Cayetano Gutiérrez, en su obra “Tupambaé” (Tomo 3) escribió: “Basilio Muñoz (Jefe saravista de División No. 2 “Durazno”) reveló allí ser un jefe de brillante iniciativa; nada diremos de su valor que es proverbial en todos los de su estirpe. La rapidez con que salió al encuentro del 4º de Cazadores decidió el resultado del encuentro. Partió al galope casi a la carrera ejecutando la maniobra más brillante de aquella tarde y tendió a su guerrilla en el punto en que se iniciaba el declive del cerro. El 4º de Cazadores asomó en aquella eminencia formado en columna y su primer escuadrón con Genaro Caballero al frente, fue materialmente barrido por los certeros disparos hechos “a boca de jarro”, por los soldados de la revolución. Fue tan violento el avance de la División Nº 2 que el 4º de Cazadores no pudo resistir el choque y peleó hasta que la derrota se produjo completa en sus filas. El bravo Genaro Caballero estaba a veinte metros de los revolucionarios cuando fue herido de muerte.”
El Batallón al mando de Caballero había llegado a la zona de combate a marcha forzada y al ser sorprendido por las guerrillas blancas se trabó un combate cuerpo a cuerpo. Caballero recibió dos disparos, uno en un brazo y otro en la cabeza. El Alférez Long fue a socorrerlo y también cayó muerto. Poco tiempo antes de la batalla ellos habían estado jugando a un deporte poco conocido todavía en el Uruguay, introducido por los ingleses, llamado foot-ball, según lo refiere un artículo web sobre la Historia del Batallón 4º. de Cazadores.
El 4º.de Cazadores, ahora comandado por el Mayor Dubra, debió retroceder dejando el cuerpo de su jefe en el campo de batalla. Cuando a la noche pudieron volver a buscar el cadáver se encontraron con el cuerpo carcheado, totalmente desnudo. Su cuerpo fue cubierto con la enseña del batallón.
5.2 – La muerte visita la frontera
Santa Rosa del Cuareim, actual Bella Unión, fue otro escenario de combate de rochenses. En este caso de nacionalistas que formaron parte un escuadrón con el fin de tomar dicha localidad fronteriza. La razón era asegurarse el pasaje un importante bagaje de armamento (más de un millar de fusiles, casi un millón de tiros y cañones) que venían desde Argentina adquiridos por la Junta de Guerra en Buenos Aires. Se trataba de un tema de vital importancia e iba a dar dicho armamento el respiro bélico con el cual no había contado jamás la revolución en todo el alzamiento.
Había fracasado en junio otro envío que había pasado también por Santa Rosa y que había sido tomado por el Gral. Feliciano Viera – padre del por entonces senador homónimo, luego presidente -, al tomar por asalto el parque de carretas que trasladaba un importante cargamento de armas llevado por Abelardo Márquez. Este cargamento se había perdido por imprudencia de Márquez que desobedeció a Saravia, decidiendo tomar Salto para instalar una capital revolucionaria en lugar de llevar el armamento bordeando la frontera brasileña, tal cual le había sido ordenado. Por ello el éxito de esta misión era fundamental.
Así el Cnel. Rafael Zipitría organizó una fuerza que fue en ferrocarril desde Cabellos (hoy Baltasar Brum) hasta Zanja Honda (hoy Tomás Gomensoro) en las afueras de Santa Rosa. Eran 200 milicianos, donde se encontraban 40 rochenses comandados por el Teniente Ernesto Gallo. El combate, acaecido el 20 de agosto de 1904, se inició con un intento colorado de romper el cerco, generalizándose el tiroteo, siendo rechazados los gubernistas. Los infantes blancos ingresaron entonces por las calles de la villa, sin esperar refuerzos, generalizándose el combate en las calles. La lucha se prolongó por más de dos horas. Los colorados acorralados se corrieron hasta el puerto pudiendo huir la mayoría, embarcándose hasta la costa del vecino país. Los gubernistas sufrieron más de 80 heridos y 25 muertos. En el bando nacionalista murieron 13 combatientes y quedaron 72 heridos.
Encontraron la muerte cuatro rochenses en el ataque, siendo el Escuadrón comandado por Gallo el primero en entrar en Santa Rosa. Murieron los hermanos Demartini, José y Ángel, boticarios de la ciudad capital de departamento. Formaban parte de la juventud más educada y brillante de la ciudad. Su farmacia era un habitual centro de reuniones y debates ciudadanos. Integraban el grupo comandado por Ernesto F. Pérez. Uno era alférez y el otro, el más joven, soldado raso. La vida los transformó en hermanos, murieron juntos y el destino los hace compartir una urna común en el cementerio de Rocha.
Murieron también el Alférez Miguel Píriz y Carmelo Prudente (h). El primero, combatiente del ´97 y vecino de paraje “Alférez”, proximidades de Lascano, integrante del núcleo liderado por Pedro Chiribao; el segundo un joven adolescente del que no tenemos más datos.
En ese combate resultaron varios heridos rochenses: el Sargento Anacleto Gamboa (también del grupo de Chiribao), Gil Rodríguez y Eliano Cedrés (ambos del núcleo urbano de Rocha), Carlos N. Pereyra y Blanco Pereyra Núñez. Éste último era abanderado, poco más que un adolescente, hijo de Miguel Antonio Pereyra. Blanco Pereyra Núñez llegaría luego en 1946 a ser intendente de Rocha por el Partido Nacional. Una de las tribunas del Estadio “Mario Sobrero” lleva su nombre en su calidad de propulsor de tal campo deportivo.
5.3 – Masoller: la masacre de los blancos rochenses
Pasando el arroyo Sepulturas, sobre la cuchilla Negra, en el borde de la frontera con Brasil, tuvo lugar la última gran batalla de las guerras civiles. Luego tomó el nombre de Masoller, por haberse desarrollado en las inmediaciones de la pulpería del catalán Antonio Masoller. En dicha pulpería se estableció un hospital colorado, estuvo un comando operacional y en su entorno se instaló el parque de carretas de los gubernistas.
Tomaron parte del combate las fuerzas rochenses correspondientes al ejército de línea, los Regimientos de Caballería No. 3 y No. 6 al mando del Cnel. Guillermo Ruprecht y del Tte. Cnel. Atanasildo Suárez respectivamente, el primero con asiento en Rocha y el otro, en Lascano, como ya lo indicáramos.
En este combate participaron todos los rochenses revolucionarios, bajo las órdenes del General Enrique Yarza como Jefe divisionario y del Cnel. Miguel A. Pereyra como jefe directo del Regimiento “Rocha”. Así entraron a combate más de 300 coterráneos que estuvieron en el ojo de la tormenta.
La División No. 1 “Cerro Largo” con Yarza a la cabeza se ubicaba en el ala derecha del campo de batalla enfrente a las fuerzas coloradas, compartiendo dicha ala con la División No. 2 “Durazno” al mando del Gral. Esc. Basilio Muñoz y la División No. 3 “Treinta y Tres” bajo las órdenes de Bernardo Berro (h). Estaban detrás de unos cercos de piedra en las proximidades del Cerro de los Cachorros y de la artillería nacionalista. Los restantes rochenses al mando de Juan José Muñoz, jefe de la División No. 4 “Maldonado”, se encontraban en la reserva.
Se combatió en guerrillas entrando en punta de lanza Yarza y sus hombres dentro de filas coloradas lo que causó que fueran tomados entre dos fuegos, generándoles ingentes bajas más allá del derroche de valor de jefes y soldados. El Regimiento “Rocha” pelea metro a metro, atrapado en un torbellino de fuego. Enfrente, entre otras fuerzas, estaba el 6º. de Caballería gubernista. Cabe recordar que Ruprecht, el día previo al combate, se había tiroteado a pistoletazo limpio con Aparicio Saravia.
El combate había comenzado a las tres de la tarde y al atardecer, la división No. 10 de Francisco Saravia fue a sustituir a las diezmadas fuerzas de Yarza. Éste recibió un impacto en su cabeza y se desploma muy mal herido, siendo sucedido en el mando por Noblía. Fue trasladado al otro lado de la frontera y moriría sobre la medianoche. Tuvo un velatorio cuasi espartano, su cuerpo tendido sobre una mesa, junto con otro de sus jefes Antonio Mena, apenas iluminados por unos candiles en medio de una noche helada. Lo acompañaban sus cinco hijos: Estanislao, Enrique, Juan Andrés, Cecilio y Atanasildo, todos combatientes (Cecilio y Estanislao en el Regimiento “Rocha” y sus hermanos en la División No. 1).
Tenía el venerable anciano 73 años y casi todas las revoluciones desarrolladas en el país sobre su espalda. Había estado ya en su juventud desde 1849, hacia fines de la Guerra Grande, junto a Oribe. Combatió también con Berro, Timoteo y Saravia. Fue sin duda uno de los más importantes militares rochense de todos los tiempos, sobrepasando figuras como Bernardino Olid, Juan Barrios o Elías Silva y siendo solamente superado por el Cnel. Leonardo Olivera, con toda su gesta libertadora.
Casi a la misma hora, muy cerca de Yarza, caería herido Aparicio Saravia y el triunfo en ciernes se transformó en una derrota..
Esa aciaga jornada trajo la parca para un importante número de rochenses al igual que para Yarza que los dirigía. Cayeron para siempre en el campo de batalla los capitanes Ernesto Gallo y Manuel D. Olivera, los tenientes Juan de León y Gabino Ubal, los alféreces Nicolás Gabito y Marcelino Medeiros y los soldados Eustaquio Pizarro, Gregorio de León, Isidro Pérez, Joe Bowers y Silvano Alonso Blanco. Juan C. Gutiérrez y Conrado Correa fueron heridos gravemente y se los trasladó a Santa Ana do Livramento donde fallecieron, acrecentado el tributo de sangre nacionalista en Masoller.
Muchos más fueron heridos en la jornada sangrienta: Mario Sosa, Alfredo Rubio, Ignacio Manzor, Eustaquio Perdomo, Gervasio Terra, Belisario Acosta, Domingo Lorenzo, Juan Fernández, Pedro S. Pedraja, Miguel Machado, Rogelio, Miranda y por segunda vez Carlos N. Pereira y Eliano Cedrés (que habían sido heridos en Tupambaé). Todos ellos fueron trasladados para su curación a Santa Ana.
El balance final de Masoller para los blancos fue terrible: 14 muertos y 13 heridos. Eso fue casi el diez por ciento del Regimiento “Rocha” en poco más de tres horas de combate. El diezmo de sangre por la Patria.
Detrás de cada hombre había una historia de vida y militancia. Respecto de la del Gral. Enrique Yarza no extendimos en un largo capítulo de nuestro libro “La forja de la Libertad” (pág. 93 a 103) al que nos remitimos.
Pero trataremos de dar unas breves pinceladas de los demás rochenses caídos.
Ernesto Gallo era de la ciudad de Rocha, un joven educado y de futuro promisorio, se hallaba casado con Petrona Sánchez y tenía varios hijos cuando partió a la Revolución. Al irse dejó a su mujer encinta y su última hija nunca conoció a su padre naciendo pocos días después de su muerte en Masoller. María Luisa Gallo fue una nacionalista de pura cepa teniendo una larga carrera como funcionaria municipal, llegando a desempeñar la función de secretaria general. Publicamos en la sección Documentos la emotiva carta de despedida de Gallo a su esposa al marcharse a la guerra.
Respecto de Manuel Dionisio Olivera nos hemos referido ampliamente en el ejemplar número 7 de la Revista Histórica Rochense, donde narramos la peripecia de los descendientes del gran Leonardo Olivera. Fueron siete hermanos a la Revolución, siendo el único fallecido Manuel, quién recibió un impacto de bala que le destrozó su rostro, muriendo instantáneamente.
Gabino Ubal, era del mismo núcleo de butiaseros del Rincón de los Olivera, primo hermano de Manuel. En este caso la familia Ubal aporte 6 hermanos a la lucha y uno de ellos, Gabino, no retornó. Recibió un impacto de bala en su vientre, conservándose en manos de sus herederos la rastra o cinturón que ostenta hasta el día de hoy la perforación del proyectil que le quitó la vida. Este cinturón fue exhibido con motivo del centenario de la Revolución de 1904 al igual que su divisa. También referimos a él ampliamente en el ejemplar antescitado en el artículo “Castillenses en la gesta saravista: Historia de Ubales y Oliveras” (pag. 159 a 167). Su divisa lucía un premonitorio texto “Morir por mi Patria es honor”.
Nicolás Gabito era un joven comerciante y emprendedor de la sociedad rochense. Había nacido en 1880. Propietario, en sociedad con un tal Farías, de una línea de diligencias que hacia la carrera Rocha – Lascano y que había empezado a funcionar poco antes del estallido revolucionario. A su solicitud previo a morir y luego de ser herido gravemente, fue envuelto en una bandera nacional, que hoy conservan sus herederos y que mantiene intacto el color ferrugiento que le diera la sangre del caído. En su momento la expusimos con motivo de los 100 años de la Revolución de 1904. A su muerte su hermano Benigno se hizo cargo de la diligencia que continuó haciendo la carrera Rocha-Lascano por varios años.
Marcolino Medeiros era un hombre maduro, propietario de campo en la zona de Cebollatí . Pertenecía al grupo liderado por Pedro Chiribao. Pasó la frontera por Chuy poniéndose bajo las órdenes de Miguel A. Pereira en Santa Victoria do Palmar. Se destacó en Tupambáe por su coraje obteniendo el grado de Alférez. Integraba al momento de su muerte el Escuadrón al mando del Comandante Rosalío González.
De Silvano Alonso Blanco solamente sabemos que no era originario de Rocha y que abrazó la causa nacionalista incorporándose al Regimiento “Rocha” hasta sucumbir en Masoller.
Joe o José Bowers es un caso extraño. No hemos podido tener datos concretos sobre su vida ni cómo llegó a Rocha. Era estadounidense y no llegaba a los 20 años cuando murió en Masoller. Aparentemente había arribado con su padre a Rocha a principios del S. XX y no quedaron familiares en Rocha que nos permitan reconstruir su historia.
Respecto de los restantes fallecidos no poseemos detalles de su vida.
6. El retorno de los restos de Masoller
El retorno de los restos no se hizo en forma inmediata. Quedaron sepultados en el campo de batalla bajo piedras ya que la naturaleza del suelo del campo de batalla hacía imposible cavar fosas. Antes de la retirada se colocaron los caídos los más próximos entre sí para poder luego poder ubicarlos mejor. A cada cuerpo para identificarlo le colocaron una botella con el nombre escrito en un papel en su interior.
Esto se hizo con aquellos caídos que se pudo hacer. En otros casos quedaron sus restos a la intemperie y no pudieron ser recuperados.
En 1905 se hicieron expediciones integradas por familiares de los muertos en batalla para repatriar los restos de sus seres queridos.
6.1 – Primero retornaron el 27 de abril de 1905 desde Masoller los restos de Medeiros y Gabito “gloriosamente muertos en aquella acción de guerra” según refería “El Civismo” en su ejemplar del 29 de abril de ese año.
Ambos fueron velados en la casa de la familia Gabito mientras “la población entera se disputaba el tributo de un homenaje a la memoria de los ciudadanos tan dignos como abnegados” refiere el periódico citado.
“El Civismo” destacó de Medeiros que “era un tipo caballeresco, partidario de convicciones arraigadas y de entusiasmos concientes. Hacendado, vivía de su labor en su establecimiento que poseía en Cebollatí (…) En la paz era un propagandista de fé, que su nobleza, su lealtad y su entusiasmo, eran bien marcados”. Sus restos fueron llevados a Lascano donde fueron enterrados en la necrópolis local. Con herederos abrimos el nicho donde guardaban sus restos y nos hallamos con una urna con la sencilla inscripción “M.M. – + 1-9-1904”
El entierro de Gabito fue apoteósico, concurriendo más de 450 nacionalistas según estimó el periódico. “La ceremonia adquirió gran relieve en el momento de conducirse al cementerio los restos del malogrado Gabito. La columna era un hacinamiento de tal número de personas que la formaban. Los compañeros de armas llevaban las cintas del ataúd, colocado en la carroza de gala” según narra el ejemplar citado de “El Civismo”. Dirigieron a la multitud sus discursos el director de “El Civismo” y excombatiente Ernesto F. Pérez por la Departamental Nacionalista y el joven Domingo Moreira, amigo del fallecido.
Pérez expresó en el final de su discurso: “Epilogó su vida frente al enemigo después de haber dado una página brillante al catálogo de la cívica virtud y después de haberse consagrado como uno de los más ardorosos y temerarios defensores del ideal nacionalista. Héroe y mártir, la razón y el derecho le deben como a lo demás compañeros inmolados en sus aras santas un honroso tributo.
Que haga eterna su memoria
y que al tiempo no sucumba
pues pequeña su tumba
para guardar tanta gloria”
Y concluyó diciendo: “Los restos van a descansar ahora a nuestro lado y ha de ser un doble motivo para merecer perdurable recordación. Al entregarlos al reposo eterno la Comisión Departamental del Partido Nacional, consagra un respetuoso recuerdo a la memoria del bravo Nicolás Gabito y le rinde un homenaje de admiración cívica, señalándolo a la juventud rochense como una herencia que recoger y como un ejemplo a seguir.”
6.2 – Después de esta instancia se produjo una nueva excursión a la búsqueda de restos. “El Civismo” el 11 de mayo de 1905 anunciaba: “A Masoller – En busca de restos – Dentro de breves días partirán para el lugar donde se libró la batalla de Masoller los estimados correligionarios don Estanislao Pereira y don Leonardo Olivera que llevan por misión primordial traer hasta esta ciudad los restos de los nobles compañeros Ernesto Gallo y Manuel D. Olivera caídos como bravos en aquella acción. Aprovecharán la oportunidad para trasportar también los restos de los demás viriles nacionalistas rochesnes muertos en esa jornada.”
El 16 de mayo “El Civismo” informó que se agregaron a la expedición Ramón Altier y Eloy González “para proporcionar ciertos datos que facilitarán la tarea piadosa de recoger tales despojos”, lo que demuestra que no era sencillo encontrar a los cadáveres en medio de un campo de batalla donde todavía habían centenares de ellos desperdigados.
La hoja nacionalista referida siguió toda la información al respecto. Así el sábado 27 de mayo de 1905 informaba bajo el título “Los caídos en Masoller – Conducción de sus restos” lo siguiente: “Se tienen halagüeñas noticias de nuestro apreciable compañero de causa don Estanislao Pereira, que conjuntamente con el no menos apreciado Leonardo Olivera, se trasladaron al sitio donde se libró la batalla de Masoller, con el humanitario propósito de recoger los restos de los nacionalistas rochenses allí caídos.”
La noticia reseña que se pudieron ubicar para retornar los restos de Gallo, Olivera, Ubal, Bowers, Juan de León y Pizarro. Y que además “Trae también los de un jovencito local, de apellido Píriz, designado con el mote de El Pirincho, que perteneciendo a las fuerzas del 3º. de Caballería, fue muerto con otros de sus compañeros en el tiroteo del 31 de agosto a inmediaciones de donde se libró el combate del 1º. de setiembre. La comitiva piadosa estará aquí en un par de días.”
Se había programado que serían velados con una guardia de honor de correligionarios. En representación de la Departamental Nacionalista hablaría el Dr. Francisco Hipólito López y sus restos serían depositados “provisoriamente” en el panteón del General Juan Barrios, donde se encuentran hasta el día de hoy, conjuntamente con los restos de “El Pirincho”.
Finalmente los restos de estos combatientes llegaron el 28 de mayo de 1905. Un conjunto de correligionarios fue hasta el Sauce a esperar el fúnebre coche. La diligencia entró a la ciudad escoltada en procesión. Se levantó una capilla ardiente donde fue impresionante la concurrencia permanente a despedir el resto de los camaradas caídos en combate.
“Apenas hubo sido levantada la capilla ardiente, se notó una afluencia enorme de concurrencia entre la que aparecían mezclados damas y caballeros, viejos y niños, soldados veteranos, servidores invariables de sus bien arraigadas convicciones y soldados jóvenes entusiastas, que tempranamente han oblado también sus cruentos tributos en el altar de las grandes abnegaciones. Por la noche resultó casi imposible alojar a cuantos concurrieron a prestar su último homenaje a la memoria de quienes tan señaladamente, habían consumado una acción imperecedera de valor y patriotismo. Y no era por menos. Allí estaban los despojos de varios héroes, de varios privilegiados, dignos de que su recuerdo quede grabado perennemente en el corazón de todos lo que los conocieron, de todos los que juntos habían pasado múltiples y dolorosas penurias y juntos habían arrostrado el peligro en momentos que el plomo silbaba buscando víctimas en que cebarse
Allí estaban Ernesto Gallo, el del carácter austero, el partidario convencido, la encarnación de la nobleza, la personificación de la amistad; Manuel Olivera, el hombre predilecto, lleno de sentimientos altruistas y bien templados, con las bondades que subyugaban y ardores patrióticos sin igual; Gabino Ubal, el joven generoso, la víctima revestida de mil atributos sobresalientes, honrado, trabajador, uno de los que siempre han sabido estar prontos a los llamados de su partido , Juan de León, el oficial distinguido, activo, valeroso, Eustaquio Pizarro, ya veterano en las lides de las armas que en otras épocas había también peleado por la reivindicación de las libertades escarnecidas; José Bower, el niño casi que sin poseer las vinculaciones de la nacionalidad corrió presuroso, no obstante, a formar en las legiones redentoras que pasearon triunfante la enseña nacionalista por todo el territorio de la república; Gregorio de León, soldado carolino, pero que servía en las fuerzas rochenses y que nunca conoció debilidades ni contemplaciones para con las vergonzantes subversiones de la época.” (“El Civismo”, martes 30 de mayo de 1905)
Los restos de Olivera y Ubal fueron trasladados el dos de junio a Castillos donde fueron sepultados al día siguiente en el cementerio local.
6.3 – Años más tarde, en 1908, partiría otra expedición con destino a Cuchilla Negra. En tal misión iban el Cnel. Miguel Antonio Pereira, ex Jefe del Regimiento “Rocha”, conjuntamente con Miguel Gutiérrez y León Correa. Tal grupo tenía como fin retornar los despojos mortales de Juan C. Gutiérrez y Conrado A. Correa, quienes habían sido gravemente heridos, muriendo con posterioridad en Santa Ana, donde fueron derivados según documentación que obra en nuestro poder.
Los restos llegaron al Sauce, a la estancia de Miguel Gutiérrez, el 30 de setiembre, donde permanecieron varios días. Más tarde también se instaló una capilla ardiente donde hubo una gran concurrencia y numeroso fue su cortejo que llevó sus restos hasta la necrópolis de Rocha. En la manifestación destacaba “El Civismo” que además de nacionalistas, había colorados amigos de los fallecidos. En el entierro tomó la palabra por la Departamental Nacionalista Francisco Hipólito López y Miguel Dinegri Costa. (“El Civismo”, 1º. y 19 de octubre de 1908)
6.4 – Durante muchos años el panteón del General Juan Barrios, donde se hallan depositados los restos mortales de varios de los caídos en Masoller, fue un lugar de peregrinación y de actos recordatorios del nacionalismo. En 1906 se realizó uno de esos actos el día de la muerte de Saravia, el 10 de setiembre y “La Democracia” del día siguiente informaba: “Con asistencia de unos 400 afiliados de la ciudad, tuvo lugar ayer de tarde la anunciada procesión cívica partidaria al Cementerio. Allí hicieron uso de la palabra por su orden, el Director de “El Civismo”, a nombre del Comité de Honores; el Dr. Francisco López, por la Comisión Departamental; y el Sr. Arturo Tisnés por la Seccional de la Primera.” La nota de tensión del homenaje la marcó la denegatoria de la Jefatura de Policía de proporcionar la banda de música para tocar una marcha fúnebre.
7. A modo de final
Sin duda que nos han quedado en el tintero por desconocimiento múltiples historias de heroísmo y muerte protagonizada por rochenses de ambos bandos, no solo en 1904 sino a lo largo de la historia.
La idea fue acercar al lector con nombre y apellido, a rochenses de carne y hueso que tomaron partido por sus ideas hasta dejar la vida en la lucha por sus ideales.
Fácil es escribir de grandes números, de batallas, de muertos y heridos globalmente, de generales victoriosos o derrotados. Pero distinto es cuando hablamos de nuestros coterráneos militares o milicianos, sencillos ciudadanos o soldados de carrera, con nombre y apellido, con sus familias, que encontraron la muerte de la peor forma que puede suceder: matándose entre compatriotas.
La historia debe dejar lecciones. Una de ellas es que las luchas fraticidas deben ser borradas del horizonte y solo ser recordadas con unción y respeto como hitos de la lucha por la consolidación de las instituciones que hoy gozamos.
Por el resto: nunca más.
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